sábado, 28 de abril de 2012

A Paco Apaolaza, que se murió escribiendo (Navalón)





Hoy se cumplen doce años desde que nos abandonase Paco Apaolaza. Crítico que, con  Joaquin Vidal y Alfonso Navalón, ha formado la terna de cronistas taurinos más tenaz, independiente y brillante de los últimos tiempos. Se les echa de menos. 

Un par de semanas después del triste deceso, Navalón escribía en la Tribuna de Salamanca y el Chofre, a modo de recuerdo, unas sentidas palabras que aquí quedan compartidas, como pequeño homenaje a "Pacorro".

 



"He dejado pasar el tiempo para que no me escocieran las entrañas al escribir este oficio de difuntos que no quiero que suene a miserere porque Paco era apacible, burlón, sosegado y sabiamente escéptico. Tuvo además la suerte de encontrar una 'santa' a la medida tolerante de su bohemia de trotamundos. 

Cuando le preguntaba por ella en el trajín de la feria contestaba con aquella ironía tan suya: "'La Santa' se quedó en San Sebastián, como perro sin pulgas, por lo menos estos días no tiene que aguantarme". Y Amparo llegaba invariablemente el fin de semana, a seguir discretamente su ruta de copas, merendolas y discursos a media voz. Y se volvían juntos a la brisa del Cantábrico bravío, a la ruta de los potes o gozar de los atardeceres paseando bajo los tamarindos de los jardines que bordeaban la Concha, aquella playa nostálgica donde íbamos a bañarnos los de tierra adentro, cuando 'El Chofre' era la joya de la Semana Grande.
 
Ya me ha contado Amparo que murió dulcemente, cuando se vio libre de aquella urna de cristal de la clínica de Sevilla, donde lo metieron los médicos, sin más compañía que las banderillas de los tubos, clavadas en las venas. Y Paco con el cuerpo muerto pero la cabeza clara dijo que lo dejaran morir en paz en su casa de San Sebastián. Se libró de la pesadilla de los cuidados intensivos, cuando no quería más cuidados que un horizonte de montañas verdes, cielos azules ¡y el mar!
Murió escribiendo Y me cuentan que se murió escribiendo notas y hablando con los ojos, cuando se le escapó la voz. Hasta que se le apagó el alma en su mirada clara y en su bigote rubio de gabacho. Me figuro que antes de palmarla ordenaría que le colocaran en la mesilla un reserva de Rioja, un plato de foia fresco, una cazuela de cocochas y de postre unas torrijas con canela y miel. 

En mi andariega vida de deleites por las gastronomías de lujo, siempre estaba al lado el apacible Paco, con su refinamiento de comer hablando o de hablar comiendo; dos privilegios que ejercía con autoridad de maestro. Cuando empezaban las ferias del Norte había que buscar su querencia para gozar de los grandes yantares. Alguna vez tuve la suerte de ganarle por la mano como en aquella cena que me dieron en las Bodegas Muga, la víspera de lidiar aquel toro memorable que mató Raúl Aranda en Haro. 

Antes de sentarnos a la mesa lo eché en falta. ¿No habéis avisado a Apaolaza? ¡Faltaría más! Y al poco rato apareció, porque sin él una cena dejaba de ser un ceremonial. 

Pasaron los años y cuando en alguna feria salía un toro bravo que despertaba elogios, él los cortaba en seco: "Bravo de verdad el que echó este hijo de puta en Haro" y empezaba a contar la historia de su lidia y a reírse de mí porque me eché a llorar cuando se lo llevaban las mulillas. 

Un día estábamos comiendo en Bilbao y apareció una "maricona" que se colaba en la habitación de los toreros para correrse de gusto cuando se desnudaban. Y me puse a largar con esa falta de caridad cristiana cuando la tomo con uno. Y Paco, tan caballero y tan legal, me dio un corte: "No te permito que hables mal de un amigo delante de mí". 

A los pocos días la maricona le quitó rastreramente su trabajo haciéndole la pelota a la señora de un banquero que mandaba en su periódico. Paco se quedó en la calle y cuando lo encontré en la feria de Logroño se le cayó la cara de vergüenza: "Tenías toda la razón porque 'La Morala' es mucho peor de lo que tú decías"... 

Rescató su oficio y nos volvimos a ver por las plazas mientras tomaba notas para aquellas crónicas, que siempre encabezaba con algún titular sarcástico. Ahora la muerte lo ha sorprendido en la feria de Sevilla cuando empezaba el desastre de las mansadas insoportables de esas ganaderías 'de lujo' hechas a la medida de toreros sin pundonor y sin oficio. 'Roncando sin mantas' se titulaba y le llegó el puntillazo cuando tenía ya la crónica a medias. 

Otra crónica amarga de los que asistimos por obligación a un espectáculo que ha perdido todas sus esencias y encima tenemos que afrontar el sacrificio de contarlo sin aburrir a los lectores. Paco asumió la servidumbre de este oficio hasta el último adiós a la vida. A fin de cuentas murió como una figura en una feria de lujo. Me reprochaba que no he vuelto a Castellón, ni a las Fallas, ni a Sevilla... Y cuando lo llevaba a su terreno me comprendía: "Yo voy a las ferias de Madrid y arriba, donde la gente sabe comer. Tú dices que la cultura y la gastronomía son la misma cosa. Hace muchos años que he decidido no ir donde no saben comer". 

Pero Sevilla es aparte. El vasco de los grandes templos de la mesa del Sur de Francia, aprendió a cogerle el aire a la tapita, a la gamba fresca, a la acedía, al pescaíto en adobo, pero los días de repicar en gordo se iba a los dos o tres restoranes vascos de la tierra de María Santísima, hasta que le resbalaba la salsa de los chipirones. 

Un amigo cabal. Se ha quedado muerto un crítico de toros en una tarde de feria de abril. Se nos ha ido un amigo cabal y un profesional sincero. Unos días antes, sabiendo la estocada que tenía encima, me llamó para que hiciéramos los coloquios en el hotel Inglaterra cuando inauguren la plaza de San Sebastián. Y 'su' plaza no ha querido esperarlo. Nadie había luchado tanto como él por recuperar el esplendor de la Semana Grande

Pero cuando llegue la Virgen de Agosto ya no estará allí para contarlo, porque se nos ha muerto envuelto en el perfume de las flores de azahar sevillanas. Ese día, cuando las fanfarrias y los chistularis abran calle para estrenar la plaza nueva, Paco Apaolaza verá el cortejo desde la eternidad del monte Igueldo, sentado bajo la fronda de aquel árbol de Recondo donde nos traían, desde las brasas, aquellos monumentales chuletones de buey. En su punto, dorados por fuera y sonrosados por dentro. ¡Adiós hermano! Y que te recordemos muchos años delante de una jarra de vino."



jueves, 26 de abril de 2012

El cartel de la tarde
























Toros de Nuñez del Cuvillo
para Morante de la Puebla, José Mari Manzanares y López Simón,
 que tomará la alternativa



Aficionados esteticistas e integristas (Andrés de Miguel)

Gente del Puerto



Un factor de evolución en las corridas de toros


Convengamos en que el aficionado a los toros es un personaje singular que hace de la asistencia a la plaza una mezcla de obligación morbosa y placer íntimo e intenso, o sea que no acude a las corridas como a un simple espectáculo o diversión. Creo que por eso más que divertirse o aburrirse sencillamente con los avatares de las corridas y las faenas de los toreros, disfruta o sufre grandemente con la función del arte de torear que se representa ante él.

Arte, espectáculo, rito, pasión... todo ello se junta para provocar el gozo inefable que siente ante el toreo puro, pero también para provocar su tremenda indignación cuando sus expectativas se ven defraudadas.

 Esta irascibilidad trufada de arrebato explica muchos comportamientos individuales que vemos en la plaza de toros, pero no acaba de explicar la variedad de momentos que hacen disiparse esta irritación, ni la razón de que lo mismo que a unos les hace botar de indignación sea aprobado con satisfacción por otros. 

Todo el mundo se pone de acuerdo cuando hay un acontecimiento singular, como recientes y recordadas faenas de Antoñete, de César Rincón o de José Tomás. Pero descontando los acontecimientos singulares, en el día a día del aficionado, no todo el mundo coincide con el mismo criterio sobre qué prefiere ver en la plaza.

Creo que sin ánimo de simplificar en exceso, podemos dividir a los aficionados a los toros, en función de sus preferencias, en dos grandes grupos que he venido a denominar como esteticistas e integristas. 

Para entendernos podemos definir a los esteticistas como partidarios de la elegancia de las formas y a los aficionados integristas como los que encuentran la belleza en el dominio del toro íntegro.

Los aficionados esteticistas suelen ser seguidores de algún torero y les importa menos el toro que la plástica del matador. Lagartijo en el siglo XIX contaba con numerosos seguidores arrebatados por su estética elegante, que Sobaquillo (Mariano de Cavia) glosó en numerosas ocasiones, iniciando una tradición a la que pertenece Alejandro Pérez Lugín, Don Pío, quien recreó con su pluma las magistrales y fantasiosas faenas de Rafael "el Gallo".

Esta tradición pasa también por los elogios superlativos al duende de los toreros gitanos que desembocarán en "La música calla del toreo" de José Bergamín en homenaje a Rafael de Paula. La tradición de aficionados esteticistas lleva hasta los actuales seguidores de Enrique Ponce, pasando por los apasionados defensores de José María Manzanares.

Los aficionados integristas recorren la historia de la fiesta pidiendo fuerza, trapío, edad y bravura a los toros, y toreros que sean capaces de poderlos. Encuentran la belleza, más allá de la pura plástica, en la resolución del enfrentamiento entre toro y torero con riesgo y majeza.

El enfrentamiento entre las fuerzas de la naturaleza y la cultura, que la fiesta de los toros representa, no encuentra sentido como espectáculo para este tipo de aficionados sino en el dominio del animal íntegro por el torero-héroe que le ha dado todas las ventajas que la tauromaquia permite, para crear belleza en la demostración del dominio del toro. 

La tradición de aficionados integristas se remonta al principio de la fiesta de los toros y tiene en Sánchez de Neira, contemporáneo de Paquiro y autor del Gran Diccionario Tauromáquico, su primer exponente. Cuenta con magníficos representantes en el siglo XIX, como Peña y Goñi o F. Bleu y continúa hasta Luis Fernández Salcedo y la mayoría de críticos taurinos recientes.

La parte más numerosa y ruidosa de la afición de Madrid pertenece a este sector, aunque no en exclusiva. Desde Joaquín Menchero, El alfombrista -que acabó siendo mentor de Joselito "el Gallo"-, o Matías, el del tendido 1 de la vieja plaza de la calle de Alcalá, hasta los asiduos a la andanada del 8 en los años 60 y 70, o al actual tendido 7 de la plaza de las Ventas.

Los anhelos e intereses de los componentes de estos grupos no son contradictorios, pero sí son difíciles de conjugar. La búsqueda de la belleza en el toreo tiene mucho que ver con el sosiego, la lentitud, la armonía de las formas; con el temple, por utilizar un término estrictamente taurino, sin embargo esto es francamento difícil de conseguir si enfrente del torero hay un toro con acometidas inciertas.

Por otra parte, la búsqueda de la nobleza del toro puede acabar produciendo animales que excluyan la emoción, y la pura exaltación del riesgo puede concluir con una esgrima de mucho sobresalto y poca belleza.

La interacción y el desacuerdo entre estos dos grupos de aficionados ha sido el dinamizador de la fiesta, su motor, puesto que sólo raramente se da una faena con la conjunción del mayor riesgo con la mayor armonía de la composición, lo que siempre ha proporcionado abundante argumentación de la fiesta de los toros, impidiendo su anquilosamiento y adaptando su evolución a los gustos de una sociedad también en permanente cambio.






Andrés de Miguel es sociólogo y miembro de la peña "Los de José y Juan". Autor de los libros "Los aficionados integristas" y "Adiós, Madrid" -éste mano a mano con José Ramón Márquez-.


miércoles, 25 de abril de 2012

Infeliz. Un Torrestrella de vacas


Alberto Barrios Torres



















Infeliz, de Torrestrella, toro ganador Concurso Zargoza 2012 from La Cabaña Brava on Vimeo.





Superó en todos los tercios a su lidiador que aunque recibiría una oreja del astado estuvo siempre por debajo de sus cualidades. Premiado con una clamorosa vuelta al ruedo y acreedor al final del mismo del trofeo “Ripamilán” patrocinado por “La Cabaña Brava” al triunfador del concurso. Dionisió Grilo su picador también se llevaría el premio “Fernando Moreno” al mejor picador ofrecido por la empresa SEROLO y Ferrera el trofeo Antonio Labrador “Pinturas” a la mejor labor de lidia, patrocinado por la Diputación Provincial.




El cartel de la tarde
























Toros de Jandilla 
para el Cid, Sebastian Castella y Alejandro Talavante



El torero Fandiño


Sandra Carbonero. Burladero


















Toros de Victorino Martín, terciados, desiguales de presentación y cómodos de cabeza. Encastados, poco picados y de juego interesante en la muleta. Iván Fandiño: estocada trasera (silencio). Gran estocada con rueda de peones (oreja). Estocada a ley (dos vueltas al ruedo tras petición minoritaria). David Mora: estocada delantera y descabello (ovación desde el tercio). Pinchazo hondo y estocada (saluda ovación). Media estocada (ovación). Fernández Pineda actuó de sobresaliente aunque sólo tuvo que intervenir en un quite invitado cabalmente por David Mora.

A pie, despedido con una gran ovación por parte del público que aún no había desertado para irse a ver el fútbol, abandonaba el ruedo el torero Fandiño. Tres albaserradas se había metido entre pecho y espalda, de distinta condición y hechuras: desde el anovillado primero, incierto y complicado en la muleta; pasando por Cobratero, el encastado y guapo tercero, lidiado con majeza a caballo por Pepe Aguado; hasta Patalero, un tío, noblón y de interesante juego, que se tomó su tiempo para salir por chiqueros y que resultó justamente ovacionado nada más asomar la gaita por la plaza. A los tres les dió su lidia el torero Fandiño, que siempre intenta darse importancia sin menoscabar la del toro. Fuera ventajismos. A los medios se fue en su segundo, que embestía con esas cosas de la casta, arrebañando que dicen ahora y sabiendo lo que se dejaba atrás. Éste, como toda la corrida, acortaba la embestida ya en el tercer muletazo, lo que propició esas serias cortas y aguerridas, por el arrebañamiento, que tan poco saben apreciar los públicos de hoy, con el paladar hecho a largas tandas de mantazos con triple pase de pecho. Donde estuvo en maestro el torero Fandiño fue en este morito con cara de avispao. En la administración de las distancias y los terrenos, dejándose venir de largo un bicho cuya casta y comportamiento suele conllevar el acortamiento paulatino del tranco. Se lo dejó venir, repetimos, al galope varias veces, utilizando con oficio la acometividad del victorino, cuyo impulso, con una inyección importante de casta, lo hacía caer en la trampa del lidiador Fandiño, que en cada tanda se lo metía en el canasto con astucia gallista: cuando a Cobratero se le agotaba el impulso del galope y la llamada de la sangre lo hacía pensar en buscar los tobillos, el vasco Fandiño ya le había robado tres o cuatro pases con majeza. Con gran oficio y pundonor, siempre partiendo desde las formas clásicas, femorales, pecho y trapito por delante, coronadas con un espadazo a ley paseó una merecida oreja. Antes había estado digno, muy profesional, con una ratita cárdena, de ojos vivachos y presencia de pescadilla que reponía mucho, más de la cuenta, en su embestida. Al quinto, que no quería salir ni por todo el oro del mundo, le endilgó otra faena adicta al canon, a la pureza y a la verdad en el toreo, pelín larga en los tiempos, rubricada con otra gran estocada, que hacía en la tarde pleno, tres de tres, y que sirvió para soliviantar al personal, que no pudo ver al torero Fandiño pasear otra oreja. Dió a cambio dos vueltas al ruedo con muy mala cara. Que es la cara que tiene que tener un torero después de matar tres victorinos en Sevilla.

David Mora, que venía de rosa y oro, vestimenta que al fin y al cabo resultó ser el único punto en común con el torero Fandiño, no tuvo en esta de abril su mejor tarde. Al segundo, que cogió una extraña querencia en las maderas de contraquerencia, y que ya de por sí estaba en un límite preocupante de poder y casta, lo tundieron a capotazos para poder picarlo, y pese a los intentos del matador de Borox, ni el negrito entrepelao se vino arriba, ni la faena adquirió grandes vuelos. Más prometía Jaquetón, que nada más salir por toriles se engalló, como un tunante de Telecinco, o como un portero de discoteca, durante largos segundos, allá en su tercio, mientras a lo lejos un peón lo llamaba a grito pelao con un siniestro bamboleo de capote. Entretanto, el aficionado se llevaba las manos a la cabeza, sin chistar ni media, como sabiendo lo siguiente. Y efectivamente, el negrito, otro entrepelao, arrancando como una locomotora acabó estrellado con estruendo sobre el burladero. Acto seguido lo recibió un Mora arrebatado y arrinconado contra las tablas, como en una postal antigua, y que ante el carbón con el que arreó el galafate, le pagó cuatro convidás, volando la capa a una mano, que han sido, sin duda, las más caras de la feria. A Jaquetón en el sorteo no le tocó que la bolita donde iba dictada su futuro fuera escogida por la mano emisaria del torero Fandiño. Y caramba, si lo notó. Vaya por delante que no estaba sobrado de patas ni de casta, que fue una medianía, pero ya nunca se podrá saber que hubiese ocurrido de intentar Mora seguirle el juego de las distancias y los terrenos. La primera serie, en la que sí se dió esta coyuntura, nos dejó con la miel en los labios: acometividad en uno, y disposición en el otro. Incomprensiblemente el coleta acortó los caminos y el viaje del utrero quedó desangelado y noblón. Quién sabe. Con el que cerró el espectáculo se gustaron Israel de Pedro a caballo y el Chano con los rehíletes, cosa que no pudo hacer su jefe de filas, que no volvió a pasar de la manida corrección torera.

Tuvo que venir una victorinada, sin ser nada del otro jueves, para volver a dar importancia al toro. Sin ser emocionantísimos, mantuvieron el interés; remataron en los burladeros; en varas cumplieron, que es como decir que suspendieron; exigieron toreros capaces, aunque no siempre los encontraron; y llegaron los seis al último tercio con una faena por hacer y con la boca cerrada. Mejores o peores, pero por fín toros en Sevilla, que es lo que venden los carteles.



 




martes, 24 de abril de 2012

La corrida de la tarde























Toros de Victorino Martín
para Iván Fandiño y David Mora, mano a mano




Al tercer óle, un bostezo


Sandra Carbonero. Burladero


Toros de Daniel Ruiz, inválidos, de escasa presencia y descastados. Devueltos primero y tercero por tullidos, como también debió serlo el cuarto. Sobreros de Parladé y Montealto, de similar trapío y comportamiento. Sebastian Castella: estocada caída (silencio). Pinchazo y estocada casi entera (ovación con saludos). Cayetano Rivera: estocada desprendida (saluda ovación desde el tercio). Dos pinchazos y estocada (aviso y silencio). Daniel Luque: bajonazo (silencio). Pinchazo y media lagartijera (silencio).


Libramos, nunca mejor dicho, la tarde de Torreherberos y Torrehandilla, ante el escaso interés de los toros -alguien tendrá que aclararnos los méritos de este hierro para estar anunciado en Sevilla y Pamplona-, y de los matadores, a pesar del respeto, sacrosanto, que en esta casa se le guarda al Cid. Lo mejor, o lo peor, que se puede decir es que cumplieron todos con lo esperado: toros flojos, nobles y sospechosamente escobillados (esto sin esperarse del todo, tampoco sorprende) con un Paquirri bullidor, la sombra del Cid y Fandi, variado, espectacular e insustancial como tantas veces.

Por no pecar de cansinos -por desgracia las cuatro líneas que aquí juntamos con escasa gracia y aún menos objetividad, se parecen demasiado un día tras otro, de manera análoga a toros que salen cuarto de hora tras cuarto de hora por gateras: todos iguales- se pueden resumir las seis faenas de muleta y las ocho lidias, con verbos y conjugaciones que están más indicados para los manuales de geriatría y obstetricia que para la crítica taurómaca: cuidar, mantener, aliviar, administrar, medir, sostener, sujetar, aguantar, consolidar y un largo etcétera que convierte al toro bravo en un animal que al aficionado solo puede dar vergüenza ajena. Ni la extraña, ni la propia, la vergüenza digo, impidió al señorito Daniel Ruiz enviar a Sevilla una corrida que bien podría haber acabado como casquería en el muladar para buitres de Valderrobles. Y fijo que estas aves carroñeras, una vez dada cuenta de las canales aguadas de estos torillos hubieran pedido el libro de reclamaciones a los taurinos: "sois unos buitres".

Tanta porquería cuatreña deambulando de aquí para allá como zombies con hierro y divisa, acabó hipnotizando al público, incapaz de distinguir un puyazo a ley, de un simulacro; un muletazo templando de un pase acompañando; una faena rendonda, ligada y estructurada, de un batiburrillo de mantazos a ver lo que sale; y la ejecución de la suerte de matar, en sus diferentes formas, del trompazo que se pegan finado y matador, como un par de feriantes en los coches de choque. En este punto de ingenuidad, apatía o ignorancia taurina, los aficionados que llenaban la plaza dispensaron algunos óles cuando el toreador era capaz de dar tres pases ligados, sin cuestionar el poder del toro, la verdad del cite ni la pureza del lance. Una de esas muchas tardes en las que el público pone el piloto automático de aficionado, como si solo se debiese a unos derechos, que pasan por fiarse de los estamentos taurinos y hacer gala de una santa paciencia, en espera de que suene la flauta y fulanito de tal quiera tener su día; mismo público que suele dimitir de sus obligaciones, que van más allá de ser el primo paganini de los mercedes de Canorea y las americanas de Curro Vázquez, olvidando que es el único salvaguarda de la autenticidad de la Fiesta.

Castella aburrió como siempre, Cayetano hastió como Castella y Luque empachó como Cayetano. En el saco artístico de la tarde incluímos un pasodoble durante la faena al cuarto, que sólo perdió las manos tres veces mientras el señor Tristán pegaba batutazos como un luis cobos sevillí, acaso para que el público no bostezara después del tercer óle. No le funcionó.



domingo, 22 de abril de 2012

Ay, el arte
























































Hasta catorce toros tuvieron que reconocer los veterinarios -algunos de los chiquitines con lupa- para aprobar seis en condiciones. Viene a ser ésta la ganadería fetiche de las figuras, confiadas en el escaso trapío y las condiciones mulares de su comportamiento. Los plumillas, tan dados a poner por las nubes todo ganado que les propicie emperejilar sus críticas con el sol, la luna y el trigal, también nos venden la torada de Justo Hernández como paradigma de bravura. Ya es casualidad, ejem, ejem, que los grandes toros de Garcigrande salgan, en la mayoría de los casos, cuando no hay televisión de por medio. Tal día, en ta plaza con fulanito de la Puebla, menudos torazos, que lo he leído en Burladero.  Luego llegan grandes ferias y se repite otra casualidad, ni lo que vemos son toros, ni mucho menos las dificultades o virtudes que plantean tienen que ver con la bravura. 

Lo de Sevilla, infumable e impresentable, por lo menos ha servido, y no es poco, parece desmerecer esto del arte. Sí, desmerecerlo. Descubrir a los hartistas. Porque que llegue un legionario a punto de licenciarse como Fundi a la catedral del arte, con el sumo pontífice Morante celebrando desmayos y escacharramientos de relojes entre los vahídos de la beatería, y sea capaz de firmar, con estos torillos de carretón, la misma obra que firmarían los autoelegidos para la gloria, los cansinos de las antologías y las importancias liliputienses, da mucho que pensar. Los interesados en defender esa cultura del torero posturitas, que se asemeja más a un jugador de billard que a un bregador, más al Ken de la barbi, que al Manolete de la Lupe, dirán ahora, después de calumniarlo durante veincinco años, que el Fundi es también artista, que lo llevaba dentro. "La pureza que hasta ahora no pude sacar", como dice el irreconocible Padilla. Quizás la realidad sea más dura, para ellos: ni antes el fuenlabreño era un pegapases de tomo y lomo, ni ahora es Ordoñez. Si pudiéramos ver a muchos jabatos de los que se juegan la vida por los infiernos taurinos sin darles la asquerosa oportunidad de manifestarse por el limbo de las figuras, se comprobaría que eso de torear con gracia y pinturería al bicho borriquero y noblón es bastante más fácil y, sobre todo, menos importante de lo que nos quieren vender. ¿La solución? Carteles abiertos. Fundis con garcigrandes. Morantes con miuras. Robleños con cuvillos. Manzanares con cuadris. Y que sea lo que dios quiera, que se vea dónde está el arte y la torería; la mentira y el chuflerío.

Mientras, gloria al Fundi, capaz, con su sequedad castellana, de parar en Sevilla la sangría temporal de los escharramientos de relojes, los caprichos de La banda del tío Honorio y de apechugar con entereza a los cuatro gilis que abandonaron el silencio maestrante para silbarle durante la vuelta al ruedo.



sábado, 21 de abril de 2012

La corrida de la tarde
























Toros de Domingo Hernández y Garcigrande
para el Fundi, Morante de la Puebla y Sebastian Castella



Ahí va un expresionista



















Toros de Victoriano del Rio y Toros de Cortés -tanto monta, monta tanto-, abecerrados y con edad, novillajos viejos, primero y segundo cinqueños, mientras al tercero le faltaban tres meses para los seis años, sin que por ello impusieran seriedad. Justos de fuerzas, nobles y colaboradores, seis paradigmas del toro moderno. Juan José Padilla: pinchazo, perdiendo muleta y estocada entera, volviendo a perderla (saluda ovación desde el tercio). Estocada hasta la bola (ovación con saludos). José María Manzanares: gran estocada recibiendo (dos orejas). Nuevo estoconazo en la suerte de recibir (dos orejas). Alejandro Talavante: estocada (es obligado a saludar una ovación). Pinchazo y estocada trasera y caída (ovación con saludos).


Como un belmontillo, traspasando a hombros, entre vítores de ¡torero, torero! el umbral de la Puerta del Principe, que ya es como la entradilla de su casa, abandonaba Manzanares la Maestranza. En realidad el único parentesco que guarda Manzanares hijo con la anciana tauromaquia, es éste, que no es despreciable en los tiempos de enfermizo desapasionamiento que corren, el de arrastrar pasiones y arrebujar beligerantes detractores y románticos partidarios en torno a su causa. A Belmonte, o a Domingo Valderrama -que tampoco hay que ponerse excelsos- otra Sevilla taurina, que olía igual a azahar, pero menos a cachuli, también les gritaba aquello de torero, torero, que si fonéticamente, a pesar de la erosión del tiempo, sonaba parecido al clamor manzanarista, poco tiene que ver en su semántica. El torero, torero, de otras épocas, que no por ser antiguas tienen que ser mejores, pero que en esto del toreo suele ser ley que se cumple, era un elogío a la hombría que escondía una venenosa mezcla, el jarabe de la afición, de envidia cainita y devoción quinceañera hacía el ídolo: Qué cojones tiene Domingo, me río de los del caballo del Espartero. ¡Juanito, sólo te falta morir en la plaza!

El torero, torero con el que tan guapamente arrearon a hombros los muchachillos sevillanos a Manzanares, era más una manifestación panegírica adecuada a los tiempos, en los que el torero antes que conocedor, lidiador y matador es artista. En base a esta nueva democracia taurina, que saborea y entiende antes la obra de un artista que plantea que lo real no es aquello que vemos en el exterior, sino que lo que surge en nuestro interior cuando vemos o intuímos algo -gato por liebre, monas por toros-, el diestro alicantino cortó cuatro orejas, dicho sea de paso, a un lote que de pertenecer a una corriente cultural, sería la surrealista. Novillotes con cara de viejos, escurridos de carnes y cómodos de perchas, masas de carne que se movieron durante los tres tercios como corderos que adelantan pasos en la manga del matadero, antagónicamente a lo que en realidad es un toro de lidia. Lo dicho: surrealismo. 

Ambas faenas se desarrollaron por los mismos parámetros: sublimación de la estética a categoría de canon; el bocato di cardinale de asistir al poderío de la churrigueresca, templar con temple lo ya templado de fábrica; el pasito atrás perenne en su recargado destoreo; y esa fatuidad moderna de administrar los tiempos muertos, de torear sin toro, que ahora se da tanto porque los bichos -los que torean algunos sobre todo- salen ya asfixiados, con las fatiguitas de la muerte, cuando se pegan un par de carreras. La casta, que no llega ni al cuarto, también tiene su peso: si entre tanda y tanda a un toro bravo, fiero y vivaz le das dos minutos para que piense, se oriente y se resitúe, estara usted muerto, o por lo menos la que se intuía como bella faena. A los de ayer, les podías dar cinco años para que se saquen la carrera de Derecho, que no se hubieran enterado de lo que va la vaina. 

La tarde discurrió entre sonrisas y lágrimas, como la película. Padilla, la cuadrilla de Manzanares, la plaza abarrotá, la músiquilla del maestro Tejera y la gente feliz, dando palmas por bulerías con las orejas.

Y con cuatro en el esportón -y en los telediarios- iba un expresionista. 



 

viernes, 20 de abril de 2012

La corrida de la tarde
























Toros de Cortés y de Victoriano del Río
para Juan José Padilla, Jose María Manzanares y Alejandro Talavante.


Nota: se acerca farolillos y esta mañana se ha dado ya "el tradicional" baile de corrales. Se ha tenido que echar mano a traer más ganado del campo y al final no tenemos constancia real de lo que va a salir por chiqueros, que serán cuatro del hierro titular y dos de Toros de Cortés...

Un pisito en el Arenal





Toros del Ventorrillo, impresentables, descastados, inválidos, de nulo juego. Devueltos cuarto y sexto, siendo sustituidos por un sobrero de la misma casa -de similar comportamiento- y otro de Montealto, manso y ramplón. Diego Urdiales: estocada contraria y descabello (silencio). Pinchazo y estocada casi entera (silencio). Iván Fandiño: Estocada entera soltando la muleta (silencio). Estocada casi entera, volviendo a perder la muleta (Ovación que saluda en el tercio, tras aviso). Saul Jiménez Fortes: Pinchazo y media largartijera, arrojando la muleta (aviso y silencio). Estocada a ley, volviendo a perder la franela y dos descabellos (ovación desde el tercio).

Andaba el ganadero de Cuvillo poco "confiante", que diría Mourinho, con el estado del albero maestrante, quien sabe si poniendo la tirita antes que la herida, marcándose unos comentarios en los que afirmaba, sobre uno de los mostrencos del Ventorrillo, que "este toro con otro piso..." Ahí, terminadas en unos ladinos puntos suspensivos, que pueden llevar al neófito a pensar que se estaba viendo al toro Diano caminar sobre brasas encendidas, dejó las palabras caer, que lo hacían, -óoole ahí el arte- al a limón con los toretes toledanos, mientras el aficionado hacía cábalas para descifrar si se refería al primero, del género borreguil; al segundo, que no se desplazaba porque tenía las pezuñas aguileñas; del mulo tercero; sobre el cuarto y cuarto bis, pensionistas para la lidia o del quinto y sexto, éste derrengado sobre el albero tres veces antes de ser parado de capa, y seis antes de ser devuelto a corrales con un solo refilonazo en el lomo.

De la corrida la única conclusión que se puede extraer es lo que le gusta al taurineo en general el sector de la construcción. Tanto, que sorprende que los gobiernos mundiales hayan descartado tan pronto que el pinchazo de la burbuja inmobiliaria se deba al cuadro de taurinos que juegan a ser brookers con sombrero de ala ancha en Wall Street. Cuando el taurinismo no anda buscando por las tapias, como hombres del saco con rólex morunos y cohíbas de boda, niños toreros para sacarles la manteca, está con la cantinela del cortijo cada vez que un torillo embiste veinte veces sin descalabrarse y si no desmontando una ganadería como ésta, buena en otros tiempos, comprada por un ladrillero que hizo fortuna y que, ironías del destino, ahora ve como se derrumba en público en el piso de unos maestrantes, que son como esos inquilinos rumanos que no se van nunca de casa.

Al que no le estorbó el piso para torear con categoría, y bien que sentimos que a duras penas la torería le vaya a llegar para pagar cuatro letras de un merecido cortijo, dada la condición de vilipendiosa de su oficio -es desconocido cuantos años más va a seguir colocado en la clasificación de profesiones cotizables- es a Plácido Sandoval, alías Tito, que es la prolongación sobre las cuatro patas de la parte devota del tendido. El arre a caballo de Tito es el espontáneo azuzamiento del aficionado que, sentado en el cemento pega un pecherazo al espectador que tiene debajo, como si arrease un percherón sobre el que cita dando los pechos; las manos de Tito, manejando como maestro orfebre las riendas y el bocao, son las extensiones del sistema nervioso de este aficionado, que celebra como el gol de Señor a Malta la manera de tirar el palo, de echarlo por delante, con el temple y son que tiene Tito. Entre vítores y ovaciones se fue, otra vez, Tito Sandoval tras torear a caballo al tercero de la tarde que, aunque medio se empleó, después cantó la gallina. 

Urdiales y Fandiño pasaron desapercibidos, cumpliendo con la obligación que los trajo aquí -deshacerse de una corrida de toros de Sevilla- y poco más. Acostumbrado el público a verlos con otro tipo de ganado, menos sevillano pero más presentable, el estar dignos y con oficio ante estos bichos concebidos para las comodidades de las figuras, se antoja poco. Jiménez Fortes demostró en unas chicuelinas de almíbar no tener parangón capotero -Morante al margen-, arreó, se arrimó y dejó trazos de buen toreo en cuanto pudo, que hubo de ser en el sexto, bis, de Montealto y que será por ser sobrero corraleado desde los primeros días de feria, no acusó tanto la mudanza al nuevo piso.

Las casi tres horas de bochornoso espectáculo también nos permitieron ver al jovencísimo malagueño descalzándose para pegar chicuelinas, que ahora es moda, una señal de hombría para el tendido y de desafío para el toro, que también hacen las abuelas por las noches antes de meterse en el catre sin que nadie les jalee un bieeen por ello -¡hay que ver esos hijos y esos esposos mohínos que parecen del Siete!-. Vulgar detalle que se suma a las cuatro ocasiones en que los matadores perdieron la muleta entrando a matar. Cualquier día, por el camino del volapié, pierden hasta la espada. En la Maestranza no se puede andar de cualquier manera, por mal que esté el piso.






jueves, 19 de abril de 2012

Sacando punta. FY en Arles. ¡No al fraude!




Los toros, como los parió la vaca, ni más ni menos. A la gente le llama la atención el muestrario de guadañas que estamos viendo esta feria de Abril. Es para asustar al más pintao. Se están viendo ganaderías, y esto viene de años atrás, en el que el cincuenta, sesenta por ciento de toros de saca son astifinos. Sin querer poner en duda la buena voluntad de ciertos ganaderos hay cosas que son muy evidentes, y que van contranatura, por muy sabios del campo y conocedores de los nuevos mecanismos de crianza que sean. El sacado de punta es una manipulación, un fraude de más gravedad que el afeitado aún si cabe, y por lo tanto, igualemente repulsivo.





















Al final cantó la gallina...
























Fotos del twitter de Néstor García, apoderado de Iván Fandiño y Terres Taurines.



El cartel de la tarde




















Toros del Ventorrillo 
para Diego Urdiales, Iván Fandiño y Jiménez Fortes.



FuenteYmbros del género medio


Nazaré. Aplausos



















Toros de Fuente Ymbro, muy bien presentados aunque sospechosamente astifinos. Justos de fuerza, picados menos que en una becerrada, nobles y de gran juego en la muleta para el toreo moderno. Salvador Cortés: estocada caída (ovación tras intento de vuelta al ruedo). Media atravesada y dos pinchazos (silencio). Antonio Nazaré: estocada casi entera y caída (silencio). Media estocada caída (oreja tras petición minoritaria). Esaú Fernández: bajonazo (silencio). Bajonazo (oreja paisana).


  Andaba al final del festejo la parroquia entusiasmada con el ganado de Ricardo Gallardo, vacada que es mirada con recelo desde las dos orillas de la fiesta: para el taurineo en general, es el hierro fronterizo con el torismo y sus complicaciones; para el torista sucede al contrario, el mazapán comienza con estos jandillas evolucionados. Y a más que va a ir la discusión después de lo visto ayer. El frenesí de la muchedumbre era debido, en primer lugar, a la presentación, seria, sin los excesos que tan poco gustan por el Baratillo, y con unas cabezas extraordinariamente astifinas. Particularmente el primero lucía un pitón derecho que era una guadaña, tanto que cuesta imaginar que la vaca lo pariése así. Valga mencionar que hace cuatro días el apoderado de Fandiño denunciaba las cabezas de alfiler que presentaron los hermanos de estos bichos en Arles, conocedor del "repaso" que se le da al pitón para limpiarlo cuando se retiran las fundas. Además de la buena presentación, que aquí queda retratada, dieron gran juego en el tercio de muerte, al que llegaron vivos tras seis tercios de varas que son seis fracasos ganaderos y seis malas notas a Jopea, Mensajera, Impedida, Silbadora, Vivera y Pecadora, madres de seis medios toros, y que nadie se ofenda con la expresión, que se ajusta totalmente a un ganado seleccionado, criado y engordado para aguantar media lidia en el mejor de los casos. ¿Que es un medio-toro muy noble? ¿toreable? ¿propiciador de triunfos? Vale, te lo compro, como se lleva comprando y camuflando como el novamás artístico el destoreo desde los setenta,  pero un animal que no está destinado para presentar batalla en los tres tercios no merece llamarse toro bravo ni ovaciones en toda una Maestranza, aunque sólo sea por el respeto a aquellos que murieron rompiendo tableros, matando jacos, poniendo a cavilar toreros y encendiendo públicos.  

Con este ganado, del género noblón y moderno, queda dicho, se pudieron hartar de cortar orejas los tres matadores de estar más duchos en asuntos muleteriles. Una, pagada con sangre, se llevó a la enfermería Antonio Nazaré, después de una faena corta -a la fuerza- vibrante y con el ya tradicional punto macabro del ¡chimpún! del maestro Tejera -el cuidado que hay que llevar cuando a la criaturita le da el venazo-. Anduvo bien Nazaré con el morito y los pasajes más artísticos y caros fueron obra suya, obra incompleta por los azares del destino: un cambio de mano a destiempo, el oportunismo lepero del maestro Tejera, una pérdida de concentración, y el gran triunfo que se vislumbra, que se queda en tono menor.

Otra paseó Esaú, que enfrentó su disposición con una falta de poderío abrumadora. Dió pases aquí y allá, enredó con su contrastada vulgaridad y al público le volvió a hacer la trescatorce: a base de ratonerías, selladas con un bajonazo efectivo, le estaban pidiendo la oreja. 

Y Salvador Cortés se llevó la penitencia del toro más encastado, el primero, al que tuvo la torpeza  de mostrar el público haciéndolo galopar para acto seguido demostrar que no está a la altura del oro con que se engalana. Cuatro toros con cuatro registros diferentes en cuanto a comportamiento le han tocado en suerte durante su feria, sin ser capaz de resolver y de estar en torero con uno solo. Para un futuro, es un triste bagaje viendo lo reñida que está la profesión. Que tenga suerte, que le va a hacer falta.




miércoles, 18 de abril de 2012

Cuadri sigue debiendo media docena a Sevilla


Plaza de toros de la Maestranza




















Toros de Hijos de Celestino Cuadri, lustrosos, con cuajo, romana, "muy sevillanos" de cabeza, según la cargante crítica moderna. Aplomados, descastados, poco castigados en el caballo y a menos en el último tercio, salvando el tercero, manso con una punta de casta, ovacionado sorprendentemente en el arrastre. Cuarto y quinto, cinqueños. Antonio Barrera: media estocada delantera tirando la muleta y dos descabellos (silencio tras aviso). Estocada caída y delantera, rueda de peones y cuatro descabellos (silencio). Javier Castaño: pinchazo perdiendo la muleta, estocada entera y tres descabellos (tras aviso, saluda una ovación desde el tercio). Pinchazo en hueso, estocada entera y contraria, perdiendo la muleta (silencio). Alberto Aguilar: estocada casi entera, suelta y caída y tres descabellos (ovación y salida al tercio). Media estocada desprendida y seis descabellos (silencio tras aviso).

Con la montera calada, al más puro estilo esplasista, se recogía Javier Castaño, el maestro charro, o leonés -ahora que es ojito derecho de la afición, le salen pueblos como setas-, camino del burladero, a la muerte del quinto, sabiéndose triunfador, sin orejas ni apoteósis -los silencios maestrantes han mutado a ecos cadavéricos, de lo vacía y muerta que está la plaza; vacía por la crisis, económica y taurina, muerta por el arte que se pué aguantá, alter ego sevillano -agitanao- de la exigencia madrileña -más yihadista-, y que ha acabado convirtiendo la Maestranza en una academia de aficionados que confunden el culo con las témporas, salvo que el trasero sea del género artista, con lo cual a esa nalga, sea familia o no de las témporas, tendrá que tocarle el maestro Tejera el "Suspiros de España" sin rechistar-. Antes había construído dos faenas rebosantes en técnica y valor, cada una con sus virtudes, acopladas en todo momento a las necesidades, problemas y virtudes -pocas- que le iban planteando los badanudos cuadris. Al segundo, que no tenía nada, si acaso un abismo negro de guasa, a base de ir un paso más allá, de cruzarse y citar como se cruzan y citan los toreros, le sacó un yacimiento de derechazos, encajados y  mandados que no muchos son capaces de firmar. Por la izquierda, ni uno. Comerciante, no bajó la gaita ni con tres cuartas de acero en los rubios -los hermanos, quitando tercero, también vivieron en la permanente media altura-. El quinto, además de permitirle un arrimón ojedista, con algún pasaje templado de no más de dos muletazos ligados y no más extensión que un cuarto de tranco, también sirvió para que el valiente Adalid se sacase la espina del mal tercio de banderillas anterior, pisoteando el orden de lidia, las reglas más elementales del toreo, obligando a Galán a bregar con dos moles, para terminar saludando una ovación barata por dos pares de rehíletes caídos, con más exposición que lucimiento. La torería del subalterno nunca debería competir contra la eficiencia de la lidia y el oro del matador.

Sin torería y sin eficiencia, ni para el regusto, ni para la guerra, pasó Antonio Barrera por el barbecho abrileño. Al contrario que Castaño, no vino a apostar, el pasito que tuvo que dar para allá, lo daba para acá y cuando parecía que ya se iban a centrar, toro y torero, siempre salía un golpe de eolo, un molesto gazapeo o un gañafón que descomponía las telas y que componían la excusa perfecta para un torero que no paraba los pies quietos en ningun momento. Con el que abrió el festejo se lo aguantaron, más pacientes que el santo Job. No así con el cuarto, al que le recetó una somanta de pases impropios para lo que es el género, con el que en teoría hay que andar abreviando, de una corrida dura.

El mejor toro le cayó en suerte a Alberto Aguilar, al que el aficionado, que se sabe ya huérfano de Fundi, arde en deseos de aupar en el trono torista -potro de tortura, más bien, dirán algunos-. Aldeano, que empujó con fuerza en el primer trancazo y cantó la gallina con estrépito en el segundo -de aquí que no se entienda la ovación en el arrastre-, embistió con transmisión y codicia a la muleta, muy poderosa, también muy acelerada, del torero madrileño. El inicio, con unos doblones la mar de toreros, auguraba una batalla grande que acabó siendo menos de lo esperado. Por el derecho, único pitón potable del Aldeano, le enjaretó, bien colocado, pecho por delante y sin esconder la patita, varias series de mano muy baja, muleta puesta en el hocico, planchá, para luego fastidiar tan inmaculados prolegómenos con la ausencia absoluta de temple o de intento de. Cuando se la echó a la izquierda, quizás ya tarde, sufrió un desarme que el maestro Tejera premió con un tétrico ¡chimpún! muy de la casa. Con el castaño sexto, porfió y porfió justificando el sueldo y alargándose de más.

La corrida triguereña, medida bajo el prisma del hierro comercial, se puede salvar de la quema: bien visto, se pudieron cortar tres orejas fácil y "dejó estar" -quede claro el entrecomillado-. También sacó el lado negativo, la cara B de las toradas menores: no se picó en el caballo -a pesar de las ansías de los picas por destacar-, los segundos puyazos no existieron y la emoción terminaron poniéndola más los toreros con su buen hacer. Pero como Cuadri es Cuadri, y su historia no merece comparaciones odiosas, ni es necesario ni cabal que los toristas se estén restregando el lomo unos contra otros, una y otra vez, cuando un festejo se da mal, hay que apuntar en la memoria del aficionado, que suele ser buena, que en el debe de Comeuñas se le sigue apuntando media docena a Sevilla.


martes, 17 de abril de 2012

Mediador es el hombre



Gilberto


















En sexto lugar, si dios quiere, Alberto Aguilar lidiará a Mediador, un castaño de Cuadri. Pelo que hasta hace pocos años era rara avis en los ruedos -si no me equivoco antes de Ribete sólo se habían lidiado cinco durante la vida de la ganadería-, y que ya es una pequeña realidad, hay varias vacas castañas madreando y Aviador dejó descendencia. El salto atrás que pegan los genes hacia lo de Urcola, además de servir al ganadero para refrescar sangre, está dando grandes toros, duros de patas, fieros y poderosos. Hasta el punto de que para muchos aficionados, los castaños de Cuadri ya son toros de culto.

La corrida de la tarde
























Toros de Hijos de D. Celestino Cuadri Vides 
para Antonio Barrera, Javier Castaño y Alberto Aguilar


Los condesos, como una mala pulmonía




















 Toros del Conde de la Maza, terciados pero con trapío, cariavacados, bajos de agujas, ligeramente ensillados y colocaditos de pitones, correctamente presentados, conforme el tipo de su casta. Abantos de salida, mansos en distinto grado, rabiosos en el caballo y complicados en la muleta a excepción del noblísimo segundo. Tercero, cuarto y quinto con los cinco años cumplidos. Luís Bolívar: pinchazo feo y estocada entera (silencio). Estocada hasta los gavilanes (ovación y salida al tercio). Salvador Cortés: media caída (palmas). Media pescuecera y caída (silencio). Joselito Adame: navajazo que hace guardia (saludos desde el tercio). Estocada entera y caída (oreja cariñosa).

Mientras el sexto, con una sola oreja, era arrastrado por el tiro de mulillas de la Maestranza, Poli Maza, III Conde de la Maza, salía a dar la cara, en gesto que le honra, ante una afición que hace tiempo que no requiere a nadie para partírsela: "la corrida ha sido una mierda. No valen las excusas." Al conde le salió el ramalazo cabal y la vergüenza torera que tantas veces se añora entre los ganaderos. No sabemos si sus toros siguen leyendo a Marcuse, mas el conde no se da coba ninguna y llama a las cosas por su nombre, con severidad y sin aliños, acaso lector alatristiano de Pérez Reverte. Otro, en su lugar, se hubiese amparado en el triunfo despojero de Adame, al que se pudo unir Bolívar de no estar la afición durante la faena al cuarto ensimismada con los silencios que se dan en los cerros de Úbeda. También podría haber torcido el colmillo contra Salvador Cortés, que se dejó sin dar veinte naturales al segundo de la tarde, que de tan dulce se derretía como terrón de azúcar en la boca de un viejo. Por excusarse, hasta con el biruji que arrecia estos días la feria como si fuese la de Valdemorillo, y que según los expertos en neumología taurina -"ese toro ya venía con un alveólo pulmonar arreglao"- ha sido el causante en corrales de la pulmonía que, agravada por un friolero pase de pecho, acabó antes de hora con la vida del tercero, que en paz descanse.

Dos horas y pico después de que pisara el barbecho sevillano el primer garlopo, los aficionados desfilaban por la calle Antonia Díaz buscando como locos una botica, temiendo el contagio con el cárdeno fiambre, pues con tan poca lumbre y menos carbón, los condesos acababan de congelar las ilusiones del más pintao.

Antes del intento de revitalizar la maltrecha industria farmaceútica de este país, Luís Bolívar, que el aficionado irredento sabe que es caleño, colombiano, a pesar de que en la previa del Plus un sevillí lo reubicaba en el mundo con "Luí Molinar, que es de por ahí", volvió mostrar su valía en el escaparate de las grandes ferias y su nombre, bien dicho, vuelve a pulular por la órbita taurina. Abrió plaza con un manso que, como los hermanos, quitando segundo y sexto, una vez en la jurisdicción del caballo y metido bajo el peto, empujaba con rabia y fuerza, con tintineo del estribo, síntoma de rabieta, que no bravura. Luis Miguel Leiro, hizo la suerte de picar con derechura, tirando la garrocha por delante como el salmonero que tira la caña en busca del campanu, acertándole en buen sitio. Por poner un pero, y esto pasó en más tercios de varas, se echó en falta un quite más veloz, ya que si el toro empuja de verdad, por manso que sea, mientras piensa o no de salir coceando hacía toriles, al del castoreño no le queda otra que aferrarse al morrillo. A la corrida, a pesar de la buena labor general de los piqueros, se le dió leña de más -y eso que no existieron los segundos puyazos- para lo que barruntaban los nuñez de Arenales. Con Milano, que así se llamaba la prenda, complicado por el derecho y que por el izquierdo no tuvo ni uno, lo esperó Bolívar con el zapatillazo, metiéndole la muleta en el pescuezo para arrancar medio pase. Zapatillazo y banderazo, que es lo que el toro exigía y que, pese a los tiempos que corren de desmayo y flamenquerías, quedó demostrado que es una herramienta más, ni mejor ni peor, de la lidia. A su segundo le tocó ser alanceado por Ismael Alcón, que no le andó a la zaga al compañero Leiro. Mención especial merece la cuadrilla, tan eficaz y torera como la más premiada, formada por el Jeringa, Juncal y Domingo Navarro, más el par de ya destacados varilargueros. Con la pañosa, en su loable afán de enseñar el condeso por los dos pitones, jeringó el triunfo cuando se la echó a la zocata. Desarme del toro y gañafón del maestro Tejera, que se ha convertido en un jornalero a destajo del pasodoble -a la banda sólo le faltan lentejuelas y la partitura de Paquito el Chocolatero-. Por la derecha, más confiado el matador, ya le había ganado la partida al morito, a base de un mando y una entrega que sumado a una gran estocada no fueron suficientes méritos, según el dislocado juicio de los parroquianos, ni para dar la vuelta al ruedo.

 Vuelta al ruedo, paseando una peluda, que se pegó Joselito Adame tras pasaportar al sexto de bajonazo tras faena inteligente y fresca, muy de los tiempos que corren, siempre a favor de la poca fuerza del toro y la precaria exigencia del público. Empezó con estatuarios, terminó con un intento bello y fugaz de toreo a pies juntos y medió con muletazos colmados de temple mexicano, a media altura y calculado atosigamiento al mulato. Al tercero, una hermosura, estampa antigua de la Lidia, cárdeno mulato, manso pregonao con cinco años y medio, tras dos tropezones con el rocín que hacía la puerta, le recetaron un puyazo infame, caído y paletillero, que terminó por desangrarlo. Hasta que cayó al albero como un peso muerto le había embestido al coletilla hidrocálido con gran nobleza. Murió, como los roqueros jóvenes, sin saber que hubiera sido de él.

Como tampoco se sabe, a pesar de que no es roquero, sino mairenero, que pasó con el Salvador Cortés poderoso, capaz de presentar batalla contra cualquier hierro y de torear al natural con hondura. Ayer, toda la tarde muy al hilo y fuera de cacho, dejó escapar otra oportunidad ante los ojos de sus partidarios, que aunque son más de José Manuel Soto y de "el Mani", prefieren pensar que el arte de los maireneros, como el de los viejos roqueros, nunca muere.

 




lunes, 16 de abril de 2012

Novillada de Espartaco en Madrid


Juan Pelegrín


















La novillada en conjunto ha sido buena, hubo un poco de todo, y lo mejor, más o menos mansos, bravos o no bravos, la sensación general es que hubo casta y los animales tenían ganas de embestir. Aún hubiera lucido más sin el condicionante del viento. Total, una maravilla si miramos precedentes como la mermelada de Carmen Segovia, las estatuas de Jandilla y los borricotes de Pereda. 
De momento el mejor encierro en lo que va de año y el animal más sobresaliente: Atractivo, el galán jugado en cuarto lugar. 








Los Cuadri para mañana



Gilberto













El cartel de la tarde

























Toros de los Herederos del Excmo. Conde de la Maza 
para Luís Bolívar, Salvador Cortés y Joselito Adame.


La trivialización del espectáculo (Alberto Gómez Troyano)







...A la oleada general de frivolidad que padecen tantas manifestaciones artísticas y culturales también han sucumbido los toros. Hubiera sido ingenuo e iluso esperar heroicas resistencias del mundo taurino a la hora de acomodarse a lo que suele llamarse la evolución de los tiempos. Pero aceptado que los cambios de gusto del público imponen otros valores, cabe de todas formas plantear una pregunta clave: ¿hasta dónde se puede tolerar una adecuación a las novedades sin que ello signifique una clara y verdadera tomadura de pelo? O, dicho con las palabras precisas de Vargas Llosa: ¿cómo defenderse ante una arrolladora y sutil conspiración?

Una defensa que se hace más difícil, en nuestro caso, porque los propios "conspiradores" han hecho creer que lo primordial en estos momentos es defender la fiesta de sus enemigos exteriores, y mientras tanto, con esa coartada, el taurinismo actúa y manipula de acuerdo con sus dos intereses fundamentales: conseguir el máximo beneficio económico y disminuir en todo posible el riesgo de la lidia. Estos dos últimos aspectos han sido, desde luego, consustanciales con la historia de la corrida. Siempre ha sido así. Se organiza el espectáculo para obtener unas ganancias y los diestros, desde los inicios del toreo a pie, han procurado aliviarse, en lo posible, del peligro que supone un toro íntegro y poderoso. Pero el problema se plantea ahora con más agudeza que nunca porque la imposición de esos intereses no encuentra quien la contrarreste. Nadie frena esa tendencia porque la voz y opinión del aficionado ha desaparecido de las plazas y, como las autoridades tampoco quieren complicaciones, la corrida se desplaza en una sola dirección: la que conviene al taurinismo...


Artículo completo AQUí

domingo, 15 de abril de 2012

Las vacas enviudan a las cinco (Joaquín Vidal)


















A propósito de los caballitos de esta tarde...

Joaquín Vidal
El País
 20-VIII-95





Las vacas enviudan a las cinco. Quiere decirse que a las cinco de la tarde, hora lorquiana, suena el clarín y las vacas empiezan a enviudar de seis en seis. Cuando hay corrida es como si las vacas tuvieran a los maridos en la guerra. Luego empieza a llegar el parte de bajas y lloran desconsoladas por el encinar. Peor es cuando se enteran de los detalles de la contienda. Si fue la que llaman de rejones, algunas querrían morirse, hay conatos de suicidio, a las que estan criando se les corta la leche.No es para menos: el vidrioso asunto de los rejones constituye una auténtica burrada ya en su propio planteamiento. De entrada, a los maridos (maridos-toros, conviene precisar) hay que cortarles los cuernos. Por las buenas hay que cortarles los cuernos; o sea, con todo el morro -que diría el poeta-, pues lo permite el reglamento.


Una burrada reglamentada, evidentemente, al servicio de los intereses de unos cuantos. El argumento supremo para validar semejante tropelía es que un caballo vale mucho dinero y el cuerno íntegro podría ocasionarle daños irreparables. Mas no parece que sea motivo suficiente: con no dedicar el caballo al rejoneo, o si se destina a este ejercicio, torear con la técnica debida, que incluya la salvaguarda de su integridad física, problema resuelto.

Claro que entonces no tendrían lugar esas cabalgadas, esas cabriolas, esos quiebros, esos sombrerazos sobre el testuz que se produjeron en la primera corrida de la feria de Bilbao -y en todas partes donde den la mal llamada corrida de rejones-, alrededor de unos toros en desventaja, incapaces de superar el galope de unos caballos selectos, mutilados, humillados y con un cabreo de los de no te menees.

Los toros eran la excusa para lucir doma y monta, y se llevaban en sus lomos unos zambombazos terribles. Allá los hierros de castigo, allá las banderillas, allá unos rejonazos repulsivos por los costados. Fermín Bohórquez fue quien mató más decoroso y se llevó una oreja. Ginés Cartagena atravesó al sexto a la altura del segundo sótano y la collera de la que formaba parte se llevó otra (luego la forma de matar nada tenía que ver con la concesión de trofeos). Moura liquidó al primero mechándolo a la media vuelta. Pablo Hermoso de Mendoza clavaba traserísimo y acabó descordando al cuarto, que se desplomó desmadejado en la arena. Un horror.


Ahora bien, al público le daba igual, aplaudía jubiloso, se sentía satisfecho con el brillante juego de los espléndidos caballos. Hubo dos extraordinarios, ambos negros, uno de Moura, otro de Hermoso, cuyas evoluciones de pura sangre maravillaron a todo el mundo. Ginés Cartagena ponía a los suyos de manos y fue muy celebrado. A los toros, en cambio, que les fueran dando...

Los toros, torturados antes de la función, acribillados en su transcurso, morían uno a uno, doblaron seis y las vacas enviudaban a las cinco. Bueno, es una forma de decir: los toros -salvo los muy golfos, que se saltan los cercados para beneficiarse a una vecina- no padrean, no tienen contacto carnal, los mantienen virginales para que lleguen en plenitud a la lidia.

"Las vacas enviudan a las cinco" es, por tanto, una especie de chascarrillo, acaso metáfora, ocurrencia de un servidor destinada a La Codorniz -aquella "revista más audaz para el lector más inteligente"-, y fue título de una sección que mantuvo vinculada a su firma, semana a semana durante nueve años, se dice pronto. Pero los salteadores de caminos están al acecho. Un conocido atracador de ideas ha robado el título y lo utiliza con su firma encabezando sección taurina en determinados periódicos. Este vampiro, raptor de personajes, desvergonzado plagiario, ha cometido aquí su último expolio.