viernes, 13 de julio de 2012

Mi Manifiesto


Profeta en la Vida de Brian sermoneando a los Erasmus de las Ventas.



Tanta fe se tiene en la vida, en su aspecto más precario, en la vida real, naturalmente, que la fe acaba por desaparecer.

Así comienza su Manifiesto Surrealista André Breton, que no tuvo la pluma que ha tenido Perera para escribir su Códice Pererixino, palimpsesto de la revolución cultural taurina que es a la neotauromaquia clavelera lo que las tablas de Moisés fueron al pueblo hebreo. 

Unas sagradas escrituras cargadas de corrección polítca, suntuosidad y un elementalismo sherlockholmesiano: amarás a Dios sobre todas las cosas, soy torero y me siento orgulloso, no matarás, lucharé por mi oficio, honrarás a tu padre y a tu madre, tenemos el derecho de acceder a la cultura y el arte de los toros, bla, bla... bla, bla... bla, bla, bla... Palabrería que recuerda a los falsos profetas que, subidos en un atril a las puertas del templo, peroraban ascéticos alegatos a las masas de desdentados hambrientos. 

El torero-predicador Perera, desde el facistol de la modernidad, que es el tuiter, mientras clama contra los abusos de poder y los dictadorzuelos latinos, violadores de las libertades del pueblo según él, llama, públicamente, maricón a un aficionado que no comparte sus ideales.

-¿Y tu que haces para defender la fiesta, si ni siquiera has escrito un #sialostorosenbogotá? -interrogaba el figura del toreo al vilipendiado aficionado-.

-Bieeeeen, así se habla, maestro - azuzaron de seguido, los partidarios, al extremeño contra el reventador taurino.


Este Perera, como otros tantos de sus compañeros del jédiez, creen que la fiesta se defiende por las mañanas en tuiter haciendo trendings topics a cascoporro, a mediodia en los corrales, eligiendo con finura la materia prima para que el festejo tenga la dosis de arte requerida, y por la tarde en las monumentales de pueblos a los que no hubiera ido ni Labordeta con su mochila. Y si no entras por el aro: leña al mono con el aficionado.

Escribía Breton en su manifiesto que "unicamente la palabra libertad tenía el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener ese viejo fanatismo humano. Sin duda alguna, se basa en mi única aspiración legítima. Pese a tantas y tantas desgracias como hemos heredado, es preciso reconocer que se nos ha legado una libertad espiritual suma. A nosotros corresponde utilizarle sabiamente (...) La actitud realista, basada en el positivismo, desde Santo Tomás a Anatole France, me parece hóstil a todo género de elevación intelectual y moral. Le tengo horror por considerarla resultado de la mediocridad, del odio, y de vacíos sentimientos de suficiencia. Esta actitud es la que ha engendrado en nuestros días esos libros ridículos y esas obras de arte insultantes. Se alimenta incesantemente de las noticias periodísticas y traiciona a la ciencia y al arte, al buscar halagar al público en sus gustos más rastreros; su claridad roza la estulticia y está a altura perruna. Esta actitud llega a perjudicar la actividad de las mejores inteligencias, ya que la ley del mínimo esfuerzo termina por imponerse a éstas, igual que a las demás..."

 Pérdida de fe en la gente del toro, desconfianza con el que trae en el esportón el optimismo por norma, y compromiso visceral con la libertad, que no es otra cosa que la independencia de cada cual para defender su verdad sin temores. Este podría ser el manifiesto de un aficionado cansando cualquiera, que se encuentra hastiado de tanto fraude, del sistemático toro por liebre y de que, desde un tiempo a esta parte, encima de cornudo, tenga que ser apaleado. La beligerancia con la que nos azota el taurinismo con sus múltiples tentáculos es directamente proporcional al miedo que tienen a acabar engullidos por el agujero negro de su propia revolución. A que el público se cosque del timo y entre de lleno en el virtuosismo clásico de los Fandiño o Castaño, de los toros que se escapan de la atorabilidá y de una fiesta a la que nunca falta el ingrediente del miedo.

Por cierto, este figurón de la tauromaquia de la época en la que se torea mejor que nunca, que va tachando a aficionados de maricones y cobardes, esta tarde aparece en la famosísima Feria del Toro con un lote de Juanpedros. Y ya se sabe lo que dice el refrán, sobre lo que se cree el ladrón...









martes, 10 de julio de 2012

De uno que tuvo un futuro negro








Año 1893. Alemania patenta el motor diésel, los Estados Unidos registran la fórmula de la Coca Cola, en Noruega, un artista de infancia avinagrada, Edvar Munch, termina de pintar su personalísima y lúgubre gioconda, grito tétrico del que jamás imaginó que un siglo después fuera vendido en quince mil millones de las rubias pesetas. En Madrid, Sagasta sale elegido por los votantes -entonces sólo varones mayores de veinticinco años-, como Presidente del Gobierno y el Instituto Nacional de Meterología presenta su primer mapa de predicciones, sin saber que estaba fundando uno de los subgéneros periodísticos más coñazo; en el Liceo barcelonés el anarquista Santiago Salvador Franch, con un par de bombas orsini en cada mano, hacía saltar por los aires a la burguesía catalana: veinte muertos y no menos de cuarenta heridos que asistían, confiados y risueños, como garcigrandes en los chiqueros de la Monumental de Badajoz, a la obra de Guillermo Tell sin caer en la cuenta de que desde la quinta gradería del teatro un ácrata aragonés soñaba en atravesar, como la flecha del arquero la manzana, el corazón de la aristocracia barcelonesa. Y en Sevilla, en el Cortijo el Cuarto, Manolito, un descarado mozalbete de nueve años, se empeña en darle un natural y un pase de pecho a un toro de Miura, cojo, pero con más peligro que un alcalde nuevo. A Don Eduardo "el de las patillas", que acaba de hacerse cargo de la vacada por la muerte de su hermano Antonio, no le pareció mala idea la cosa, ni se echó las manos al sombrero de ala ancha al ver tan goyesco cuadro. No era para tanto: un chaval que quiere ser matador tiene que tirar con lo que sea.

Manolito ya había ganado, con siete años, sus primeros duros -una libra esterlina, más bien- como torero. Se la arrojó, al grito de "torrero", un inglés que se quedó prendado con el garbo del chavea, que en el Baratillo y calles de alrededor amontonaba sus primeros partidarios, gentes del lugar que iban a verle trazar líneas imposibles, doblegar a la muerte, que se sentía, a pesar de no ser real, y dominar con pinturería al invisible toro, cálido y pegajoso, del aire sevillí. 


Novillo de Pérez de la Concha en Madrid. 1905




















A Manolito ya no hay quien lo pare: antes de tirar los dientes de leche ya había toreado becerradas en Portugal y Francia. Aquí ya había formado, junto a Revertito, la cuadrilla de los niños sevillanos. Con los del castoreño debuta a los diecisiete. Once meses después se presenta como novillero en Madrid, con una novillada de Arribas Hermanos que toma veintisiete varas y despena nueve rocines. Aficionados y crítica entran por el aro: este Manuel Mejías Rapela va a ser gente en esto. 


Novillo cuatreño de Miura en Sevilla. 1903
























Cuatro meses después, en su Sevilla, mata una novillada cuatreña (¡!) de Miura, mano a mano con Corchaíto. Cuando los veterinarios se percataron de la edad y el cuajo de los novillos, no dudaron en presentarla en los carteles como novillada cuatreña. Sin complejos. Tampoco era raro en la época. A nadie, fueran críticos, partidarios, detractores, compañeros o figuras, se les ocurrió tachar el asunto de desvergüenza o inmoralidad. Manolito, que creció sin el amparo de escuelas taurinas y taurinos sin escuela, no necesitó más preparación que la que le suministraba su infinita afición y descomunal valor. En Barcelona, todavía de novillero logró dos triunfos sonados: uno ante Lord Beresford, almirante de la escuadra inglesa que lo premió con cinco libras esterlinas, y el segundo, ante un novillo de Felipe Salas que mandó a dos varilargueros al hule. 

No tardaría en llegar la alternativa...


Corrida de novillos de cuatro años cumplidos. Sin complejos.


Será porque en la época no existía el típico paliza bloguero que sólo se afana en demostrar científicamente, con cuatro vídeos mal encaraos del youtube, que las figuras de antes eran una mentira y los toritos de mazapán, que hoy se torea mejor que nunca y sale el toro más bravo de siempre. O, quizás, porque en aquella época de transición que enlazó mi guerrismo y mi gallismo, en la que las figuras eran Machaquito y Bombita -que tuvieron sus claroscuros-, donde el Juli, con suerte, habría llegado a ser un buen mozo de espás sin distinción para pinchar ni cortar. O porque la crítica escribía e instruía de toros con estilo, verdad y valentía, con sus fobias y filias, pero con categoría. El caso es que no se muy bien el porqué, pero a pesar de las palabras de Julián, al niño Manolito, en esas "vergonzosas" novilladas, no le fue mal del todo.

Que yo sepa, Manuel Mejías Rapela, el Papa Negro, algo de futuro tuvo en esto de los toros, aunque yo cada día sé menos y la Historia de la Tauromaquia seguro que está equivocada, que antes no había villasusos ni mundotoros que enmendaran la plana a los desviados Cañabate o Corrochano.

Siguiendo la línea crítica del maestro de Velilla, tampoco hay que ser Aristóteles para entender que a la tauromaquia s.J. (según Julián) le hubiese ido mucho mejor, y no llegaría a nuestros días mendicando atenciones, si a Joselito el Gallo, Frascuelo, Guerrita o Belmonte les hubiera dado por zambullirse de lleno en el arte, si los empresarios hubiesen inventado antes la Carpa, si Rafael el Gallo tuviera tuiter y si todo torero que se precie huyera sistemáticamente de las ferias importantes y del toro con casta, poder, arrobas y trapío. 

El futuro ya lo tenemos aquí, en el presente: se llama Badajoz, se llama Olivenza, se llama Cantalejo, se llama Brihuega, se llama Ronda, y sí que es una vergüenza. 






 
Nota: imágenes de la Razón Incorpórea