miércoles, 17 de octubre de 2012

Hartos de arte*


Dolls Samper este año en Nimes, Sodoma y Gomorra del artisterío




Hace ya un tiempo que la tauromaquia empezó a caminar descalza por los pedregales del arte, abriéndose camino a través de una tortuosa trocha que la ha situado sobre el cadalso de cultura; maniatada y arrodillada ante la plebe y la chusma antitoro, que comparten depravación y enfermedad en la zona del colodrillo que afecta al discernimiento humano. Ignorantes del caos y orden de la naturaleza en la que viven, devotos de las bestias y las verduras, criaturitas cuyas escopetas, que tienen en perpetuidad los cargadores repletos con la espumosa munición de la ambigua moralidad y  las buenas intenciones, encañonan, mientras babosean como verracos en celo, apuntando a la cerviz, a la chocha tauromaquia.

Hace unos meses las figuras, en esa charanga de feriantes del jédiez, se encargaron de dar el último paso hacía el acabóse. Un giro hacia un ministerio bonancible para el interés del profesional, lejos de las pretensiones iracundas de la autoridad, empeñada –cada día menos-, en defender la fábula que llaman “intereses de la afición”. La suma de política, propaganda y mentiras –con esta última palabra podríamos ahorrarnos el otro par-, que da una cuenta tan embrollada como el níspero de la Bernarda, les ha proporcionado el voto de confianza de un sector mayoritario de público, que no de aficionados, y cómo no, la amnistía de los revistosos taurinos para hacer y deshacer a su antojo.
En el ruedo, que ha pasado a segundo plano, arrinconado por el tuiter y las pendencias y camorras empresariales, la situación no es más halagüeña. Nació una corriente vanguardista liderada por el agrit prop del movimiento culturilla, José María Dolls Samper -Manzana hijo-, abajofirmante del primer indulto corporativo maestrante –todo pertenece a la misma empresa, Arte SL, que es el Mercadona taurino en tiempos de crisis, con sus toritos hacendados y su 3x2 en la sección de despojos y charcutería-, el mismo que devolvió con vida al Grullo a Arrojado, anticristo miureño, cénit del torete artista, y que hizo que la Maestranza siga alimentando, como Saturno devorando a sus hijos, su leyenda regia de cante negro y escacharramiento de relojes. 

Moda que huye de los pilares decimonónicos que sustentaron el toreo, y sin los que no hubiese sido capaz de superar sus primeros balbuceos. El toro  es un tormo de arcilla que las manos del escultor han modelado  a su gusto. Desde la selección en el tentadero, donde el ganadero tiene que levantar la mano en la libreta de notas si quiere que el as de turno no le haga a su ganadería, hasta el sorteo, en los corrales de la plaza, donde siempre hay lugar para arreglar cualquier excedente de trapío o fuerza que pueda impedir que la corrida tenga la dosis artística requerida. Así, el espectáculo es más cruel que nunca, la lucha entre la fiera y el hombre, naturaleza viva versus intelecto, en la que cada rival combatía con sus armas, ha quedado reducida temporalmente en sus dos terceras partes, y la balanza que marca las ventajas del uno con respecto al otro queda descompensada hasta límites que rozan la tortura. Por la habitual ausencia de trapío, casta y poder del de las patas negras, la grandeza del toreo  se ha visto encogida al tercio de muleta, que ya nadie llama de muerte, en el que es costumbre moler al bicho a derechazos, mientras que en el más triunfal de los casos veremos al artista interpretar el pase natural con la apostura de un fino jugador de billar vestido de tabaco y oro, con una cursilería impropia del oficio que en teoría comparte con Lagartijo y Frascuelo. Si se da la coyuntura de que la fortuna haya querido que un garlopo con pies, arrobas y casta saliese por chiqueros, allí estará, para bajarle los humos y la chimenea, el varilarguero, alzado como un general sobre su montículo cuadrúpedo, presto a picar, acuchillar, barrenar, fresar o sajar en lomos,  paletilla o en su defecto de acertar, en morrillo. Salvajada que sufren toro y aficionado como tributo al capricho modernista de la sublimación estética del toreo. 

¿No sería más bello, además de meritorio, vencer al Toro, dominarle, castigarle, consentirle, someterle, rendirle, burlarle y ganarle, que darle una cantidad ingente de pases bonitos  salpimentados con un  ramillete mustio de adornos al carretón que va y viene como un ánima? La duda ofende. Como puede hacerlo también el desapego a las formas clásicas que muestran, dentro y fuera del redondel, los maestrillos que trafican con el nuevo opio del taurinismo, que es la grifa de la cultura y la mandanga del arte. El desprecio al canon, que no es ley, pero sí estrella polar que ilumina cada lance, que guía cada suerte, el parar, templar, mandar y cargar, póquer de mandamientos indispensables para que chisporroteé la llama sagrada del bien torear, que ya ha quedado descatalogado como una versión profana y rancia de la tauromaquia. 

Mientras tanto, los públicos, maleducados por la ausencia de críticos alfaquíes que divulguen y revelen el arcano del toreo y por los profesionales, que sólo se agarran a la oreja ardiendo de un triunfalismo furbolero, no entienden lo que ven, cuando compran el billete tampoco saben lo que tienen que ver y lo que es más grave aún: vean lo que vean, sea cual sea el resultado de la tarde, abandonarán su escaño de cemento con la idea, que traían ya preconcebida de casa, de haber asistido a un espectáculo sublime, solo apto para paladares de lo más sofisticados. 


El arte, que con su pan se lo coman.



*Publicado, con el 2011 en mente, en la Revista Bous les Alqueries. Este año el hartazgo a ido a peor, si cabe.