sábado, 23 de octubre de 2010

La coleta





Clarito
El Ruedo, 1946


Al principio fué el sombrero. Los toreros de a pie entran en el ruedo, como suele decirse de los que no se destocan, `caballeros cubiertos´. Después surge la redecilla de malla. Envueltos en ella los cabellos, trenzados y sujetos con una especie de peineta sobre la nuca, como protegiéndola, saltan del siglo XVIII al XIX los dos toreros mas fachendosos, más pagados del atavio profesional: Costillares y Pepe-Hillo. Algunos, precavidos contra el viento, que ya entra a los circos taurinos sin esperar la erección del ventilado coso de las Ventas, reaseguran la red atándolo con un pañuelo. Otros, con un lazo de seda, precursor de la futura moña. Hay, sin embargo, un huracán al que ninguna ligadura se resiste: la moda. Y un día vuelan las redecillas, los pañuelos y los lazos. Y otro día, allá por el 1830, un nuevo Petronio del toreo -pinturero en la calle y en la plaza-, el gran Montes, se encaja el primer modelo de montera. Por detrás y por debajo de ella, la moña recubre ampliamente su ancha trenza. Poco más, y no tardan trenza y moña en estrecharse y reducirse. Y cuando apenas si el siglo llega a su mitad, ya del antiguo tocado sólo queda un vestigio: un mechoncito de pelo que crece en el cogote del torero: la coleta.


Por el momento, las pretensiones del apéndice capilar son bien modestas. Sobrevive a las cruentas talas de la moda simplemente para entrelazarse con otra trencita de pelo -postizo- que pende del breve disco de cartón, o castañeta, a que se ha contraído la moña. Pero -los grandes destinos coquetean así, a veces, con las pequeñas cosas- la coleta se convierte en seguida en simbolo profesional: cédula y distintivo de los dedicados al arte. Coleta se hace sinónimo de torero. `Soy -dice el orgulloso José Redondo- la primera coleta del mundo´. Con el nacer de la coleta, nacen las primeras ilusiones y caen, en su caída, las últimas. Tiene el valor simbólico del principio y del fin. Marca el orto de la carrera de un artista. Y la ceremonia del ocaso, a raíz de la última jornada, cuando allegados e íntimos presencian el corte de la coleta -corte de la vida artística, pausa definitiva en los azares, pero también en las Glorias-, hace gemir las Prensas y se celebra en un sentimental ambiente de `psicosis del jubilado´y hasta se rocía con lágrimas. Para los aficionadillos que, sorprendidos en las faltas anejas al aprendizaje -tirarse al redondel, viajar sin billete, robar un pollo, fracasar en una capea- caen bajo la férula de un alcalde o de un funcionario de la autoridad, no hay suplicio más duro que el del ruidillo de la máquina destruyéndoles el tesoro incipiente de su pelo. `Cortarse la coleta´entra a formar, con los modismos más expresivos del Diccionario, como frase rotunda de renunciación o alto en muchas aficiones y actividades de la vida. 

Más... `sic transit gloria mundi´: también a la coleta le llega su término. Una tarde de este siglo nuestro, Gaona, que ha puesto en boga los colores claros para el raso del calzón -de que ya había un intento en los famosos ternos canela de Fuentes y Bombita- suprime su trenza y se ingenia para prenderse la castañeta y su postizo con un pasador. La innovación cunde. Y en nada de años, desaparecen todas. (Todas las importantes, por lo menos). A simple vista, el hecho parece baladí. Pero, con el andar del tiempo, ¡cuántas otras supresiones suceden a la en apariencia inocente supresión de la coleta..!


Por de pronto, confinado el uso del traje corto a las fiestas y faenas camperas -tan solo lo viste, con terca añoranza, el ex diestro Guerrita, trocándose de típico a extraño- ; anticuada la camisa de cuatro botones, e ido de la circulación el sombrero ancho, con el quebrar de la coleta se quiebra y rompe el único hilo que unía para el torero la Plaza con la calle. La coleta era ya su única insignia, la única pieza de su uniforme de diario. Y desde que el atuendo paisano lo confunde y ampara, el toreo pierde uno de sus antiguos valores morales: la prestancia callejera. 

Con su flexible, su gabardina entallada, sus zapatos bajos y su pelo planchado, la gente dirá al verlo: `ahí va un cuentacorrentista´. No dirá: `ahí va un torero´. Mucho menos señalará: `ese es el que huyó ayer por la tarde...´


Desde la caída de la coleta para acá, sin que dependa de ella, pero siendo ello uno de esos signos reveladores del cambio de ambiente y de sentido de la Fiesta, comienza a invertirse en la crítica -hablada y escrita- el orden estimativo del valor. Data de estas fechas la sustitución del concepto: `Fulanito torea muy bien, pero ¡ay!, es muy cobarde´, por el de `Fulanito es muy cobarde, pero ¡ay!, torea muy bien´. De no mucho después son también -y ya mi pluma lo ha satirizado en algún otro trabajo sobre la seriedad e importancia de la coleta- esos juegos y rejuegos mercantiles de la retirada. El ir y volver, y decir adiós y desdecirse de los toreros. Las retiradas, madres de las reapariciones -escribía yo-, no hubiesen encontrado vía libre en tiempos de la coleta. Pertenecen al acervo de los cálculos y frivolidades del toreo moderno. Coinciden en la Plaza con el trueque del toro por el becerro, de la chicuelina por el lance de frente, la suerte de varas por la mojiganga del peto, del volapié por el paso de banderilla; y también del sombrero ancho por la `mascota´; de la camisa rizada por la corriente; de la coleta por el pasador. Los toreros antiguos no se retiraban. Se cortaban la coleta. Le daban un tijeretazo sensacional y definitivo a la profesión. Retornar sin coleta hubiese constituido una afrenta o más: un imposible. Hay un torero que va y vuelve: El Gallo. Pero... es calvo. Otro que incurre en la debilidad de un tornaviaje: Fuentes. Pero lo disimula en la cabellera...


La coleta, lector -gran destino de las pequeñas cosas-, representaba una época viril y seria del toreo. Toro el actual flujo y reflujo de `fenómenos´, todo ese juego del escondite del `ahora me voy y ahora me quedo´, y aún del `no me voy nunca´puede ser porque ya no se lleva la auténtica trenza. Porque no se llevan las suertes ni los toros de su época. Porque a los toros -a ellos también- se les ha cortado bastante la coleta... 

2 comentarios:

Enrique Martín dijo...

Antonio:
Vivimos en tiempos de desprecio por los pequeños detalles; detalles que no van a ningún lado, pero que dicen mucho por si solos y que cuando vuelven a aparecer revelan su importancia. ¿Qué importa la coleta?¿Impide torear a quien no la lleva? No, pero es un signo que dice; yo soy y me siento torero dentro y fuera de la plaza. ¿Qué importa que la espada sea de verdad o de mentira durante la faena? Nada, pero quizás facilite que el torero se decida con más facilidad por torear con la izquierda y cuando el toro pide la muerte sólo hay que perfilarse, sacarla de la muleta y echarse encima del morrillo. Seguro que hay quien no valore estos detalles, están en su derecho, pero que se detengan un momento y que escuchen lo que les quieren decir.
Un saludo
PD: Ya somos uno menos en la lista de blogs taurinos. Habrá que cubrir el espacio que ha quedado.

Antonio Díaz dijo...

Es que esta afición vive de eso, de los detalles. Y eso es uno de los cánceres de los nuevos aficionados hoy día. Por lo que leen en prensa y ven en televisión, tienen el Toreo como un espectáculo en dónde durante dos o tres horas no paran de pasar cosas, donde todo vale, como una algarabía, esto es un disfrute. Y no es así, gracias a Dios.

Esto es una arte para estar atentos, para valorarlo todo medidamente y no perder de vista ningún detalle de toda la lidia.


Por cierto, el otro día leí -no sé dónde, se me ha olvidado- de un torero del año la tana al que era imposible verlo torear con la derecha. Para machetear, para los molinetes, para todo la zocata. La derecha sólo para matar. Me gusta.


Saludos