Iván De Andrés |
El cartel más rematado de esta feria se rompió con la ausencia de José María Manzanares. Se anunció el joven Oliva Soto, que de buenas a primeras se encontró con la ocasión de su vida. De paso confirmó la alternativa y de paso se encontró con un gran toro de Cuvillo. Era como ganarse la lotería sin jugar. Demasiada suerte. Y el muchacho pagó con sus nervios y sus ganas de triunfo. Nunca se reposó con el buen toro, incapaz de someter por bajo, ejecutando un toreo eléctrico y veloz. Y así se le fue la gran oportunidad de su vida porque en Madrid no se encuentra un camino tan allanado todos los días.
Otro buen toro, el tercero, fue para Talavante que tuvo un comienzo de faena torerísimo, plantado en los medios donde ligó los estatuarios, con las trincheras y el de pecho. Los derechazos desmayados y los naturales a cuentagotas pero con empaque, prometían algo más que un abrebocas. Talavante se conformó con poco, aunque bueno, y la espada liquidó cualquier posibilidad de trofeo. En el otro intentó de nuevo el toreo relajado, pero esta vez el toro tenía poco recorrido y se paraba.
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