jueves, 4 de noviembre de 2010

Hablemos del pase de pecho

(Apuntes para una teoría analítica de las suertes) 

Ángel Alcázar de Velasco*
El Ruedo, Enero 1969





Pepe Luis
 





Ya hemos dicho que todo toreo en sustancia es conciencia de dirección, ejecución directiva. (La dirección no es solamente guiar lo que conducción precisa; es, en este caso, llevar al toro por el trazo que intelige el torero). Es, en suma, ante y sobre todo, en lo que a toreo atañe, la interpretación de las propias decisiones, movidas por la concepción de idea, fundidas al reflejo con el que se corrige el instinto del toro. Dirigir es la transmisión mental de cuanto estamos queriendo que lo que conducimos haga. Nos asombra el desparpajo de los que refiriéndose a ``llevar al toro toreado´´ eluden el análisis de los conceptos ``llevar´´ y ``traer´´ y su relación con las causas, y por éstas, las consecuencias. Llevar al toro toreado comporta no sólo la secuencia de la propia decisión, sino borrar la que el toro haya intuido, obligándole a ir por donde la imaginación del torero concibe. Es seguro que en la mayor parte de los toreros, al carecer de la conjugación de circunstancias concurrentes en la ejecución, cualquier suerte realizada se produce por mecanismo casual. Tal acontecer es igual a suerte, a acierto, si sale bien. De aquí mi conclusión de que los toreros que no se entienden a sí mismo -esto es, no ver con precisión y convicción matemática lo que debe hacérsele al toro en razón de lo que el torero puede, según el comportamiento psíquico que el toro manifiesta y lo que el torero logrará si sus facultades físicas responden a las mentales-, no alcanzarán a entender al toro, y menos, mucho menos, llevarle y traerle por donde el juicio del taurólogo -en cada torero debe haber un taurólogo. Si no lo hay, el torero lo es únicamente en cuanto al deseo- colige la perfección científica del dominio conjugada con su idealización de la estética. Y de aquí también que el torero que se comprende y comprende al toro realice no sólo con ecuanimidad la suerte, sino que por realizarla de manera perfecta pocos advierten la consagración de la inteligencia humana sobre la frustración del instinto salvaje.

Indiscutiblemente, hay suertes más fáciles -dentro de la dificultad que todas encierran-; pero son éstas, si se realizan con canonicidad, las que contribuyen a que las suertes difíciles no lo sean tanto.

Entre todos los muletazos de nuestra preocupación, por realmente complicados -no decimos que sea el más difícil-, exigentes de la total compenetración del torero con la voluntad en el querer para con él mismo, está el pase de pecho. Sobre este muletazo se habla de los tres tiempos de su ejecución, pero se omite el tiempo entre el que el torero lo concibe y lo inicia; a mi entender, no sólo el más importante; sino el decisivo para la cabal ejecución de la obra. Este es el tiempo en el que el muletazo puede malograrse en aborto- si se prescinde del desarrollo de su naturaleza gestativa-, muriendo cuando comienza a ser fundamento de una consagración decisiva para el dominio. Juan Belmonte lo ligaba tan con el natural que era una sola suerte en dos pases, porque Juan terminaba la suerte de naturales con la idea fija en la secución del de pecho, realizándolo mediante la transmisión de la idea hombre-toro; o sea, gracias al tiempo gestativo -al que tanta importancia damos-, lo que visto desde el tendido, en apariencia, no había tal tiempo; Juan, contando con la gran fuerza de aquel toro, se le tomaba en el revuelo con que el natural acababa. No obstante, cuando el toro necesitaba sosegar en la pausa, Juan, desde antes de arrancarse, le conducía con su propio mirar, con la transmisión de su querer por dónde. La muleta era en Juan, únicamente, elemento en la persuasión de llevar mentalmente a la bestia, lo que el público no veía era al otro ser del torero -el taurólogo- cuando en el torero se producía.


En Pepe Luis Vázquez la sensación transmitiva de su poder mental -de su tauro-conciencia- yo la llegué a sentir. Pepe Luis Vázquez llevaba al toro con su poder directivo desde antes de que el astado arrancase, tomando la línea que mentalmente había trazado el hombribajo sevillano, precisando los tres tiempos de la suerte en armonía: la del giro, el mando del brazo y la fuerza del mirar, que era la voluntad del sentir poder telecerebral.

Los tres tiempos del pase de pecho nunca se consuman en tiempo de tres facetas si en el torero no prevalece el taurólogo, la dictatorial conciencia de `por aquí´, `por ahí´, ` por allá´. En Pepe Luis superó la ciencia a lo que abundaba en `gracia´, que de tanto loarla se hizo desgracia, para la proclamación de su sabio entendimiento. `Gracia´, Pepe Luis la tuvo como ningún otro de su tiempo; pero en razón de añadidura, en demás, al caudal de taurología que en él hubo. La `gracia´ perteneció en Pepe Luis a la hechura con la que arropaba la ciencia del concebir y dirigir, trastocando el instinto bestial del toro en obediencia al mando inteligente. En Pepe Luis todo fue suerte nata de concurrencias y con superioridad en el pase de pecho a cualquiera de las suertes con que se amenizaba el sentido de su sacerdocio tauro. Pepe Luis, con Pepe Bienvenida -quien fue un monstruo del entendimiento- y en la actualidad José Fuentes, componen el trío de los que no son cantados por los críticos -más que no ser vistos en toda su dimensión son víctimas de los intereses que el cantarlo de extravagante manera para consumo popular se omite la verdadera conciencia de la ciencia-, y que quizá, salvo apuntes más o menos concisos, pasarán a la historia con el bagaje de su palpable gracia, real facilidad o singular elegancia, perdiéndose la verdadera enjundia científica, la taurología que dentro llevan. 

El pase de pecho perfectamente ejecutado es una conclusión apoteósica del dominio. Es el redondeo de una tesis doctoral en la que la conducción constituye la proverbial palabra, la de la sapiencia sobre el instinto, o lo que es igual, culminio de una teoría en práctica en la que se resumen toda la gama de haceres para la ecuación rito-arte o el arte ritual de una creencia -enfangada en la especulativa causa de lo funcional-, cuando invariablemente debiera de ser elocuencia serena con que se abrocha el gran discurso del torear. A pocos toreros, aparte de los mencionados, hemos visto-escuchado pronunciar esta frase del pase de pecho con la natural expresión de la fonética pura. Por desgracia, en la mayoría, el pase de pecho es cháchara mitinesca, de la que el vulgo gusta más que el buen decir.





* Ángel Alcázar de Velasco fue novillero, falangista, periodista, primero espía alemán, luego japonés, un embaucador de primera del que se cuenta que compartió bunker con Hitler.

2 comentarios:

Juan Arolas dijo...

Recuerdo el pase de pecho de José Fuentes, siempre lo sacaba de abajo, hay una foto de Sevilla con un Urquijo que es extraordinario. Manolo Vázquez tambien los abrochaba como Dios manda. Luego vino la manipulación con los pases de costadillo de Antoñete y me dió pena. Menos mal que andaban por allí El Inclusero y Curro Vázquez, que los daban muy amplios y sin prisas. Muñoz tambien se equivocaba de vez en cuando y los enjaretaba con dos coj...Ahora con todos mis respetos, todavía sigo buscándo el final de uno que pegó Curro Díaz a uno de Guadaira en el verano marileño del 2009, creo que ni todavía ha terminado, es uy barrenero.

Enrique Martín dijo...

Antonio:
La entrada me parece una maravilla, con una complejidad mental tremenda, para dejar claro lo que es torear, ya sea de pecho o como sea. Según el propio Belmonte, la secuencia natural tendría que ser natural forzado y el de pecho porque no habría otra salida posible.
El pase de pecho se ha convertido en casi todos los casos, en un mantazo, en un banderazo que ni concluye la serie, ni tiene ningún sentido, ni da un respiro por alto al toro después de una tanda sufriendo siguiendo la muleta retorciéndose como manda el torero. Yo recuerdo especialmente a el Viti, siempre antes que nadie, que se lo sacaba por la hombrera contraria, o el mismo Andrés Vázquez. Y eso que podría resultar una anécdota es la base del toreo. Los naturales en redondo y el de pecho para el lado contrario, pero siempre dibujando líneas curvas. Y esto hace que el torero pueda salir de la cara del toro, además de mandar al animal allí donde quiere el torero.
Repito que es una magnífica entrada. Ya sabes Antonio que no pierdo la ocasión de ponerte mal, a poquito que pueda y esta era una oportunidad que ni pintada.
Un saludo