martes, 17 de enero de 2012

Hartos de arte





Continuemos considerando lo trabajosamente que acaban en la actualidad las temporadas de toros. Ya vimos el sábado pasado aquella naturalidad del esfuerzo de Joselito para remontar las cien corridas, algunas de seis toros y de Miura, sin los rápidos medios de comunicación de hoy, sin el alivio del toro menor de edad, sin el alivio del descanso del primer tercio, entregado al picador (no al picador de toros, sino al picador de carne de toro), en el que no interviene para nada el matador, como no sea para quitarse la montera y pedirle al presidente lo contrario que le pidió al picador; sin el alivio del estoque de madera, símbolo del "no matar". Hoy el torero redude su función a la faena de muleta. Empieza a actuar cuando coge la muleta, y deja de actuar cuando coge el estoque de matar. Como se ve, todo se ha reducido, todo se ha empequeñecido, y, sin embargo, cuesta trabajo acabar las temporadas. Dicen que torean hoy con más arte que antes. ¿Tanto pesa el arte? Están (estamos) empachados, indigestos, hartos de arte. Empiezan la temporada cuando les conviene, la sueltan cuando se cansan o no ven negocio. Es una profesión que ha perdido seriedad. Cuando les parece se retiran; cuando se han equivocado en la cuenta, vuelven. Toreros de ida y vuelta.

Lo que se van a reír cuando les cuente lo que ocurrió la primera vez que Lagartijo y Frascuelo mataron seis toros en Madrid.

El año que empezaron a competir Lagartijo y Frascuelo -en Madrid, naturalmente-, cuentan las revistas de la época, que estaban a tono con la seriedad del toreo de la época, que, no conforme la afición con verles competir mano a mano, se les quiso ver a cada uno con seis toros. Se acordó, a fin de temporada, en el mes de noviembre exactamente, celebrar dos corridas de seis toros, una para Lagartijo y otra para Frascuelo. Como es lógico, se buscaron doce toros de la misma ganadería, para igualar en lo posible la competencia que se buscaba, porque lo que se quería era verles en un mano a mano gigantesco y extraordinario, en el que cada uno había de matar seis toros.

La primera la toreó Lagartijo, como más antiguo, y la segunda, Frascuelo. Los toros fueron de don Antonio Hernández. El día 3 de noviembre (¿dónde estarán ustedes en noviembre, toreros hartos de arte?) hizo Lagartijo el paseo solo, al frente de su cuadrilla, reforzada, en medio de una gran expectación. Frascuelo ocupó un palco con su cuadrilla, por si algún toro cogía a Rafael, bajar a acabar con la corrida. (Cada vez que leo esto me parece que no se trata de una corrida de toros, sino de otra cosa)

Afortunadamente, Lagartijo salió ileso, y estuvo muy bien, y Frascuelo no tuvo que salir del palco, pero el éxito se discutió y su maestría se vió oscurecida porque los toros eran chicos. Ésta fue la opinión del público y lo que reflejaron las revistas. El ganadero se disculpó, diciendo "que estábamos a fin de temporada, había agotado la camada de cinqueños y que por eso había mandado una corrida de cuatreños". (Los toros chicos eran cuatreños, lector.)

Frascuelo, que , como hemos dicho, asistió a la corrida, escribió a la empresa de Madrid diciéndole que, puesto que don Antonio Hernández no tenía nada más que cuatreños, le trajeran una corrida de cinco años de cualquier ganadería, pero que no toreaba los cuatreños de Hernández. Como el acuerdo era que los toros habían de ser de la misma ganadería, se consultó con Lagartijo, que dijo rotundamente que no, que eso "era una ventaja". (Medita, lector. Y me gustaría invitar también a los toreros, pero no me atrevo, acerca de lo que entendían por ventaja aquellos toreros y aquella afición.)

Después de muchas idas y venidas y discusiones acaloradas de los dos partidos, reflejadas en aquella Prensa taurina, llegó Lagartijo a Madrid y quedó convencido de la razón que le asistía a Frascuelo. Y al domingo siguiente, el 10 de noviembre, ¡el 10 de noviembre, cansinos!, se encerraba Salvador en Madrid con seis toros cinqueños del Duque de Veragua. 

La corrida fue magnífica. Los toros del duque, grandes, bravos y poderosos, de hermosa lámina y trapío, como elegidos por el célebre ganadero, para competir con los de Hernández. (Párate, lector, y considera como competían los ganaderos en el mismo terreno que los toreros. A esto nosotros llamamos clima, y habrá quien lo llame "primada"). Frascuelo tuvo una gran tarde, pero esto no nos importa; lo que nos importa es destacar el gesto y el ambiente en el que se desenvolvían las corridas de toros. El gesto de Frascuelo pidiendo toros de cinco años; el gesto lagartijista diciendo: "Eso es una ventaja"; el gesto del Duque de Veragua, enviando una gran corrida de toros, y la influencia de la crítica, limpia de propaganda, y por tanto, influyente con el público, que hizo posible todo esto.

Esto ahora es inconcebible, inadecuado y hasta inhabitable para los que se hicieron y viven en el clima del toro de pitiminí. No me extrañaría que muchos no lo creyeran. Los que vivieron el clima de toro tampoco creerían lo del mediotoro. Frascuelo, que no quedaba satisfecho de la muerte que daba a los toros, aunque lo lograse de la primera estocada, "si no salían muertos de la mano y la manga izquiera sin agremanos por el roce del cuerno derecho", no pudo sospechar que a matar mal, a no intentar matar como se deben matar los toros lo llamaría público y crítica "no tener suerte con el estoque".

¡Qué responsabilidad para todos si la fiesta, por falta de acción vigilante, se nos cae de las manos en nuestra época!


Gregorio Corrochano
Blanco y Negro, ABC
21, Septiembre, 1957




1 comentario:

Anónimo dijo...

Saludos Antonio: en mi humilde criterio a eso se le llama de varias maneras, verguenza torera y profesional, gallardia y honra, hombria antes que amor al dinero y las criadillas en su sitio, estos parecen mas Hartistas del adocenamiento y el ganadurismo,la fiesta esta muy jodida si sigue asi, y que los que vienen arreando, no se contagien con ese virus, si no apaga la luz y cierra la plaza. Encastao.