miércoles, 18 de agosto de 2010

La ortodoxia de la sangre








Dicen que la sangre de los hombres huele a metal, a hierro, por aquello de que el hierro es a la hemoglobina lo que el Toro a la tauromaquia. El olor que desprende la linfa de los toreros, que sirve para revelar, sin tapujos, su verdadera condición, varía dependiendo sobre que raza de toreros estemos apuntando.


Las heridas, escasas, de los que hacen como que se juegan la vida, rezuman y exhalan olores a gasolina y nicotina, tan adictivos como repulsivos. Esencia y toreo industrializado al por mayor, de venta en surtidores y estancos, -de primera, segunda o tercera, que más da- que han acabado eliminando y arrinconando a la tienda de ultramarinos que se esconde bajo la descascarillada fachada, la quincallería de la esquina o la vieja carbonería, lugares en donde no se vendía nada, pero en los que era frecuente encontrar pureza en el género, sabores recios en las talegas de las especias y calor y amparo en el carbón hurtado de las entrañas de la tierra.


A los tios que se juegan la pelleja sin mentiras ni fullerías la sangre les huele a romero y tierra mojada, alegorías terrenales del ciclo de la vida y la muerte; de la liturgia taúrica de los tres tercios; de la lucha de igual a igual entre hombres con corazón de Toro y Toros con la astucia de los hombres; del polvo somos y en polvos nos convertiremos, que se repite todas las tardes, en lugares tan dispares y con gentes tan opuestas que hacen de la plaza de toros uno de los pocos lugares donde la voz del pueblo no atiende a la voz del amo, ni la del animal a la de la mano que le da de comer.

¿Hay en estos tiempos de cretinismo humano personajes más auténticos; filósofos que sepan más, por el contraste entre sus carnes abiertas y su leyenda de héroes con la capacidad de su bolsillo y la forma de vida, de los albures de la vida; o mejores defensores del orden de la naturaleza que los toreros? Lo pongo en duda, pero más que nada por no parecer un lunático de la madre tauromaquia. Para el lector que necesite evidencias como Santo Tomás de Aquino, que meta el dedo en las llagas culturales y humanistas que nos rodean: Obama de Premio Nobel; el sillón eñe minúscula de la Real Academia Española es de Ansón y sus razones, la uve mayúscula es otra de las propiedades del Priso Juan Luis Cebrián y la u minúscula se le queda chica al estomagante Muñoz Molina; el séptimo arte lo tenemos adulterado por la proliferación de personajes hechos de pixels y bits, que acabaran por convertir el oficio de actor en el de mamporrero con verbigracia; la primera gran obra literaria del siglo XXI, según la crítica y las ventas, es una trilogía de novelas sobre una chica, agujereada y tatuada, que parece un chico, que no le dice never ni a la carne ni al pescado, que hace de su vida un juego con hombres y ordenadores, que vienen a ser casi lo mismo; los musicales de Broadway y Mecano, con sus niñas monas cuasi raptadas de castings de telebasura, siguen invadiendo los teatros, otrora ruedo de actores de método, capaces de enloquecer interpretando al Quijote, al Licenciado Vidriera o al Perote de Lope de Vega; y el postre o la postra, el colofón o colofona, lo pone Zapatero, con su sonrisa de intelectual, sus cejas de ente interesante y su talante de hombre sereno, cabal y bueno, por aquello de antitaurino -casi todo el mundo ya conoce que el aficionado a toros es un vándalo que merece la horca o una invasión de la OTAN cuando saque el pañuelo verde en el tendido-. Me da vergüenza que el presidente de cuarenta y siete millones de personas asista a las cumbres internacionales con el botijo, la boina y el peine en la cartera, incapaz después de seis años en Moncloa de manejarse en inglés con sus homólogos, necesitando en la cuadrilla un traductor, como si se tratáse del presidente de Ruanda, Sri Lanka u Osetia del Sur. Su preocupación radica en hablar catalán, mucho más rico y necesario que el inglés, idioma que manejan seiscientos millones de personas, entre los que se encuentran muchos españoles sin trabajo, sin dinero y sin talante. Definitivamente, la tauromaquia además de ser eterna, sigue siendo lo más moderno que pueden ver nuestros ojos, mientras no nos dejen ciegos. Englobar la tauromaquia como una rama de la cultura es menospreciarla y rebajarla. El toreo, ya lo dijo un sabio, es grandeza.



Cuadrilla de Julien Lescarret con Miuras en La Madeleine 2010. Photaurines.



Casanova en San Isidro con los Cuadri. Paloma Aguilar



El Boni, en Madrid, con un Palha que no quiso banderillear Esplá. Salmonetes



Luis Mariscal, el día de la Virgen (que le echó un capote) en Sevilla. Sevillataurina.




Ortodoxia y Heterodoxia. No son dos ramas filosóficas orientales -que bien podrían serlo-, ni dos de esos nombres tan poco amables para su portador con los que nuestros bisabuelos bautizaban a sus hijas. Es de necios denunciar que la ortodoxia es la bandera que utilizamos los aficionados integristas para fastidiar al prójimo, un capricho estético en los gustos de este mismo sector o un mandamiento de unos cuantos dinosaurios que se resisten a desvincularse del pasado. El Toreo sólo puede ser ortodoxo, no hay opción. A lo otro, lo heterodoxo, le reconozco y no se me caen los anillos, que puede ser bello, cautivador e incluso emocionante, pero sigue adoleciendo del sentido, continua sin satisfacer la finalidad misma del toreo: dominar los impulsos de un animal indómito.



- Pero que listillo que es el de Hasta el rabo todo es toro, ¿acaso los heterodoxos no son toreros ni se llevan cornadas, ni ponen su vida en juego?


Pues claro que sí, faltaría más. Si hablamos de que éste es un oficio, tenemos que decir que en todos los trabajos ocurren accidentes, en ocasiones culpa del material y de las herramientas, que por desgastadas o defectuosas te pueden jugar una mala pasada. Sin embargo, la estadística dice que en la mayoría de los casos todo viene por un error humano: exceso de confianza y desatención ante un laburo tedioso, que ya nos conocemos de memoria; pluriempleo, demasiados dias trabajando a la semana; o simplemente, incapacidad para desarrollar una actividad.


De forma análoga a estos pegapases -que es lo que son- heterodoxos, existen personas mutiladas en accidentes ferroviarios mientras cruzaban en burro un paso a nivel a las que a nadie se le ha ocurrido llamarlas maquinistas; o calificar como pilotos a las miles de víctimas que estaban en las Torres Gemelas y que perecieron a causa del choque de los aviones. A cada cosa, por su nombre. Y estos ni son toreros, ni siquiera lidiadores; sí matadores de toros, más por la alternativa que por la maña.



Paquirri en Granada. Ideal



El Fandi, en cualquier sitio y a cualquier hora.



El Fandi, violín que te crió.




Ferrera, de festival.


Los clásicos -mucho mejor que ortodoxos-, viven y sienten de otra manera. Para empezar, gracias a su pata pa'lante, su estima por el pitón contrario y su vergüenza, hacen que junto a los trastos de torear y los de matar, entre las puntillas y los verduguillos, viaje la guadaña junto a su dama. No hay tarde que no estén expuestos a ellas. Son los verdaderos novios de la muerte sin necesidad de cabra, himno o legión.


Los de los unos y los hotros, son miedos muy diferentes. A los distintos, que no asumen al burí como enemigo, sino como colaborador, les asusta el toro y sus cositas: el calamocheo, el gazapeo, el geniecito o el gañafoncito. La muerte, la tragedia, les suena a NO-DO, a Matías Prats y a Manolete. A fachas y señoritos. Los otros, los puros, que conocen bien el percal, se dejan cada tarde los cuartos, las escrituras del cortijo y la fotografía de la familia en la mesita del hotel, y marchan montera en mano para la plaza, a vencer sus miedos, entre los que no se encuentra el del Toro, al que sin embargo, respetan y veneran. El orden de importancia que conceden a sus temores son el fracaso y la muerte, aunque algunos, por la proximidad y el roce con ella terminan por tratarla de tú. Al fracaso, a la responsabilidad, sin embargo, no pueden apuntillarlos hasta que no se cortan la coletilla.



Si estos días tienen el privilegio de pasear por Sevilla -abanico en mano- notarán que el olor a azahar que pregona la letrilla hace ya que caducó, y que el de la cera y el incienso se encerró junto la Virgen de la Aurora en Resurrección, hasta el año que viene. El aroma de este agosto en la atmósfera sevillana está impregnado de romero y tierra mojada, y no porque haya vuelto el Faraón, con sus legiones curristas, ni porque los barcos que subían por el Guadalquivir con el albero para la Maestranza hayan vuelto a la ruta. Ese olor proviene del monte del Baratillo, de la sangre de un tío de la tierra al que jamás podrán decirle que lo pilló el tren paseando por los andenes y la periferia o que lo volteó un avión, mientras pensaba en las musarañas de Cuvillo. Huele a gente que quiere ser, y es, algo en esto por méritos propios. Huele a Luis Mariscal.



Gentes como Mariscal, el Boni, Luis Carlos Aranda, Montoliú, Carretero, Domingo Navarro o Trujillo, son las que hacen que el aficionado más cuerdo siga perturbándose cada vez que acude al tendido. Gracias a todos ellos, y algunos más, me reafirmo en mis trece: si volviera a nacer cien veces, cien veces que volvería a ser aficionado a los toros.

Y a los toreros buenos.





13 comentarios:

Anónimo dijo...

Desmontérese Sr. Díaz.

Y pronta recuperación para el torero.


Paco Funes

Anónimo dijo...

¡Que pena que haya que estar cada dia demostrando la evidencia!.
Completamente de acuerdo amigo.
franmmartin

Enrique Martín dijo...

Antonio:
Verdad es que todos se juegan la vida, pero de diferente forma. Tú lo has dejado muy clarito. Siempre escribes muy bien, pero cuando lo haces con el corazón consigues sobrecogernos. Un saludo para Luis Mariscal y que pronto vuelva a vestirse de torero.
Un saludo

fabad dijo...

Joder Antonio, esto es lo que pensamos todos los días, pero no sabemos escribirlo como tu.Van a acabar con una afición que ha movido montañas y empeñado colchones. Los toreros de hoy no son conscientes del grado de veneración que la Torería ha significado para los hombres de hace años. Los tiempos cambian, pero el Toreo clásico, ha de ser siempre el mismo y emocionar a los que tanto tiempo le dedicamos a este vício.
Si esto se acaba, no será por los aficionados que seguimos fieles a lo poco que nos dan hoy.

Paco Montesinos dijo...

Antonio simplemente Extraordinario. Gracias

Triana-Bel dijo...

Yo en el toreo como casi en todo, prefiero la ortodoxia desde la heterodoxia, tiene que haber con cojones sangre?.

Un saludo desde la Costa de la Luz.

Antonio Díaz dijo...

Gracias a todos, tan amables como siempre.

Lo de la ortodoxia desde la heterodoxia posiblemente pueda valer para otros ámbitos de la vida, para torear no. O se carga la suerte o no se carga. O se cruza al pitón contrario o te pones al hilo... Delante de un toro no existen las medias tintas... Es mi opinión.


Respecto a la sangre, creo que no es imprescindible pero si necesaria. Es duro, pero es así. Si no hubiera riesgo real de muerte, de dolor, de sufrimiento, ¿dónde estaría la emoción? Entonces todo el mundo sería capaz de torear un toro porque no tendría miedo a que le pasara nada...


Saludos

PEÑA TENDIDO 10 dijo...

Santo Tomas y santo Tomas de quino son dos personas diferentes.. muy buen articulo. abrazo desde peru peña Tendido 10

PEPE LUIS TRUJILLO DEL REAL dijo...

No se puede escribir mejor. Gracias
Y mucho ánimo para la familia Mariscal, familia de toreros machos.

eltorodelajota dijo...

Antonio,desmontérese,el tendido le está dando una ovación cerrada.

Conozco aficionados que dicen que hasta que un toro no mate a un torero en la plaza, la Fiesta no recuperará la dimensión que debe tener. Suena duro, pero parte de razón no le falta. El toreo siempre ha sido riesgo y verdad y algunos toreros nos lo han demostrado este año.

Personalmente, el momento que más me ha llegado esta temporada lo protagonizaron dos subalternos en el tercio de banderillas durante la corrida de Palha (Antonio, no era de Cuadri) este San Isidro.¿por qué? Porque había verdad, emoción, riesgo y vergüenza torera.

Antonio, no se puede explicar mejor. Excelente post. Saludos

Anónimo dijo...

Antonio: aunque no existan medias tintas, segun tú, para que haya evolución en todo en este mundo tiene que haber heterodoxia.
Se carga la suerte y se va al pitón contrario SI ES NECESARIO, pero la verdad es que se aprovechan mas toros, se torea mejor, mas cerca y con mas sentimiento y estetica que hace solo una generación, para no exajerar en el tiempo.
No necesitamos volver al pasado, el presente es muchisimo mejor SIEMPRE QUE LOS TOROS NO SEAN UNAS BORREGAS MANIPULADAS HASTA LA NAUSEA..
Vivan los heterodosos que abren caminos, Belmonte por ejemplo.

Un saludo

Paco

fabad dijo...

Por si hubiera alguna duda. El Paco de antes no soy yo. Una cosa es la innovación y otra el alivio sistemático. Sin duda que ahora casi todos se ponen cerca del toro y lo echan fuera (en lugar de rematar atrás)una y mis veces,mas que nunca, pero eso no es torear , ni siquiera en el caso de que hubiera un TORO junto al torero.
Acepto que haya a quien le guste el destoreo actual, pero a mi no solo no me gusta es que lo ignoro. Ese espectáculo es otra cosa y no estoy dispuesto a colaborar y sostener ese simulacro.

Antonio Díaz dijo...

Amigos peruanos, disculpenme pero en materia religiosa estoy muy pegado. El único Tomás santo que conozco es Santo José Tomás, patrón de los cuvillos.


Gracias Pepe Luis. Mariscal tirará pa'lante como un tío que es.


David, quien no quiera aceptar que los toros tienen y deben dar cornadas es que no acepta el toreo tal y como es. Con lo de la cornada de José Tomás lo dije: cuando un toro cornea a un torero hay hasta algo de justicia poética en ello. Alguna vez tiene que ganar el animal.., si no, ¿dónde está la gracia, el riesgo o el mérito?

Es verdad, era de Palha, es el Alzheimer. No hay nada más bello que un torero con orgullo y raza, ni una tanda de naturales ni un quite por verónicas, nada.


Vamos con los Pacos. Paco I, (a ver si me dices cual es tu blog para enlazarlo)con lo de Belmonte has entrado como un elefante en una cacharrería. Con Juan destrozas todas las teorías del artículo. Te podría decir que es la excepción que confirma la regla, pero sería demasiado facilón y una simpleza, aunque es verdad. Yo lo que creo es que Belmonte era un ortodoxo con el que rompieron el molde. Porque aunque era diferente a todos, sí que habitaba en él el principio número uno del clasicismo: dar ventajas al toro, o por lo menos no quitarselas. Es una opinión cogida con alfileres, pero puede haber algo de realidad en ella. La lastima es que todas estas teorías son `de oidas o de leídas´. A ver si nace otro Belmonte, que ya toca.


Paco Abad, es que entran muchos Pacos por aquí. Tu posición está clara y es compartida.


Saludos a todos