sábado, 4 de septiembre de 2010

Toros en Ronda. Pedro Romero en el ruedo




Antonio Díaz-Cabañate

ABC 10-IX-1960




En el ruedo de la plaza de Ronda está Pedro Romero. ¡Qué bien plantado está Pedro Romero! Destocado. En una mano, el chambergo. En la otra, la espada y la muleta. A sus pies, un toro muerto. En el centro del ruedo de la plaza de Ronda, Pedro Romero saluda a la multitud. No. No ha resucitado el fabuloso maestro, el que mató seis mil toros, sin más que leves percances. Es su efigie trazada con serrín de colores. Ya no pueden prodigarse estos adornos en la arena de los ruedos, con ocasión de corridas solemnes. Dicen que distraen y perturban a los toros. Es posible. Pero este colosal retrato de Pedro Romero está muy en su sitio. Es un recuerdo. Es un homenaje. Puede ser un ejemplo para los toreros que van a actuar. Su retrato va a alternar con ellos en la lidia de seis toros pertenecientes a la ganadería de D. Atanasio Fernández, Pedro Romero ve salir al primero. Es colorao. Es chico. Probablemente fue un espejismo, pero me pareció que al verlo, Pedro Romero, salió andando. Entonces, alguien le detiene y le pregunta: `¿Dónde va usted, maestro?´Y el maestro contesta: `Me voy. No quiero autorizar con mi presencia en el ruedo una corrida tan chica.´Y la voz que le detuvo, razona. `Tenga usted en cuenta que esta plaza, esta maravillosa plaza dieciochesca, perteneciente a la Real Maestranza de Caballería de Ronda, sin disputa la plaza de toros más preciosa del mundo, es, pese a su antigüedad, a su historia, una plaza clasificada, a los efectos del peso de los toros, como de tercera categoría, y por lo tanto, ese colorao que corretea en torno de usted es un toro al que pudiéramos llamar legal.´Pedro Romero torció el gesto y repuso: `En mi tiempo no había legalidad en los toros. Había toros con edad, con trapío, con romana, lo mismo aquí que en todas plazas. Pero bien está. Ya sé que han pasado dos siglos y que los siglos no pasan en balde, que todo lo transtornan, que todo los tranforman. Me quedaré a ver lo que sucede con estos toritos, a ver una corrida del siglo XX, a ver cómo torean los toreros de estos tiempos.´ Y en el ruedo se quedó el Sr. Pedro Romero, torero insigne, como le llamó su panegirista D. Nicolás Fernández de Moratín en magníficos versos de una oda.


Los toreros iban lamentablemente vestidos de máscaras. Unas máscaras con trajes muy convencionales de la época goyesca. Con esta absurda vestimenta tomó la alternativa Rafael De Paula de manos de Julio Aparicio. El colorao fue manso, digno de banderillas negras, pues apenas aceptó de muy malos modos dos picotazos y se negó a aceptar más, pero a la muleta llegó con ganas de embestir. Pedro Romero se quedaría extrañadísimo. En sus tiempos, los toros mansos no cambiaban con tanta facilidad. Eran mansos o bravos hasta la muerte. Ahora, no. Ahora los educan los ganaderos para que embistan a la muleta (que es donde está la falsa verdad del toreo moderno), y a los caballos que los parta un rayo. Y Paula se dio cuenta en seguida que el manso en el primer tercio era parecido a uno bravo en el último, y le toreó a placer, le toreó en las inmediaciones de Pedro Romero para que el maestro se percatara de que toreaba con arreglo a las reglas clásicas, cargando la suerte, corriendo la mano, acompañando al torete con gallardía, majeza y gracia. Buena faena, la mejor que le he visto a Rafael De Paula. Hubo un momento en el que Pedro Romero estuvo a punto de arrojarle su chambergo, pero se contuvo porque pensó: `No, no nos precipitemos, esperemos a ver como lo mata, aunque estoy seguro de que después de semejante faena citará a recibir, dejándose el nefasto volapié, que en mala hora inventó el amigo Costillares.´ Se equivocó el maestro. Paula entró al volapié, con tanto alivio, que dejó un bajonazo. Cortó una oreja.

El segundo apenas tenía fuerza para tenerse en pie, y no se tenía. Pedro Romero no salía de su asombro. `¡Qué barbaridad! ¿Y a esta lombriz le llaman toro?´Aparicio le trasteó y lo mató de un pinchazo y una estocada.

En el arrastre de esta lombriz ocurrió algo espantoso. El cadáver del torito, al ser arrastrado por las mulillas, decapitó a Pedro Romero. Su cabeza, su arrogante cabeza, quedó separada de su cuerpo. Pero Pedro Romero no se inmutó. Siguió en el ruedo. Se conoce que le interesaba ver a su paisano Antonio Ordoñez, que toreó de capa bien, simplemente bien, y de muleta incidió en los pases circulares que no se por qué Antonio guardó para la plaza de su pueblo. A Pedro Romero le disgustaron enormemente y dijo para su capote: `Ahora me explico por qué me han decapitado. Es que también esos pases decapitan al verdadero toreo.´ Sus paisanos no fueron de su opinión y aclamaron a Ordoñez, que tumbó al torete de una estocada entrando muy bien, entrando como hubiera entrado el Sr. Pedro Romero. Le dieron las dos orejas, el rabo, y una pata.

Julio Aparicio en el cuarto se llevó las dos orejas y el rabo con una faena que no convenció ni poco ni mucho al maestro, faena efectista, coronada con media estocada baja. Pedro Romero se hacía cruces. En el quinto, que tomó, como casi todos, sólo un puyazo, Ordoñez estuvo bien, simplemente bien. La presencia de Pedro Romero en el ruedo no le decidió a superarse, no le decidió a citar a recibir, suerte que ejecuta con facilidad. Mató de un pinchazo y una estocada, entrando muy requetebién. Estas dos estocadas fueron el homenaje de Antonio Ordoñez al insigne maestro. Le otorgaron las dos orejas y un rabo.


El sexto era otra lombriz, enclenque, y Paula la toreó con mucha decisión, incluso con valentía, con muy buenas maneras, y la mató de mala manera, de tres pinchazos, media y cuatro descabellos, y sus banderilleros cortaron una oreja.


Antonio Ordoñez quiso ser espléndido con sus paisanos, y regaló el sobrero, y mandó abrir las puertas de la plaza para que entrase todo el que quisiera. Le toreó muy bien de capa y complació mucho la faena de muleta rematada por una estocada que le valió más orejas.

Quise saber la opinión que de una corrida del siglo XX había formado el señor Pedro Romero y bajé al ruedo a intentar sonsacarle. No pude. Estaba hecho una lástima. Apenas quedaba de su bizarra figura unos cuantos chafarrinones descoloridos y sucios.


1 comentario:

Enrique Martín dijo...

Antonio:
Y esto es hace años, que si don Pedro Romero se volviera alevantar y se decidiera a ir a los toros, no sólo en Ronda, plaza de tercera, si no en Sevilla, Madrid o Barcelona (ay no, en Barcelona ya no) se volvería directamente al sitio de donde se levantó, con la firme idea de no volver nunca jamás a una plaza dónde antes se daban corridas de toros.
Un saludo