TOROS SÍ
Por los cascabeles de las mulillas y el olor a zotal de los patios de caballos. Por los penachos de plumas de los alguacilillos, los paseíllos, la concentricidad de las rayas de los tercios. Por los pitillos de un torero viejo, por el salto al vacío. Por los areneros, el polvo, por la fría oscuridad de los chiqueros. Por el destino, por el miedo y por la luz.
Por el ruido de los capotes de paseo cuando se ciñen a los abdómenes, por el trapío de aquél burraco de Pamplona, por los tendidos apretujados, por el que vende las cocacolas. Por el capote del Paula y el de Curro, por aquella carrera hacia atrás, por el temple, por los quites, por el instante en que el tendido de sol se hace sombra. Por las varas dando los pechos, por los toros que repiten, por las galopadas viniéndose de lejos. Por los clarines de La Maestranza sembrados de azahares y el zortziko de Azpeitia bajo los nubarrones de julio. Por el albero dorado del Sur y la arena oscura del norte, los tendidos de los mil acentos, por los ruedos que fueron y los que serán. Los de aquí y los de ‘là-bas’. Por la plaza de Cádiz.
Por el becerro que ya se arranca antes de aprender a andar, por los genes de la madre que lo parió, por un pantalón vaquero echado a perder por la sangre brava de aquella vaca de Villamanrique. Por todo lo que hace levantarse a un ser humano de un asiento sin darse cuenta, por las trayectorias aleatorias de los vencejos en los días de gloria caliente. Por el café irlandés de las Irigoyen, la sangría y los tomates revolucionariamente rojos de la Ribera. Por el toreo en el salón y los encierros en las calles, la seda fina y los puntos de sutura.
Por el oficio divino de atropellar la razón, y la parte más primitiva del ser humano. Por los ancestros. Por aquella faena en la querencia, por los andares de Curro Vázquez, por el día que Antoñete me dio veinte duros, por todos los que se han ido al pitón contrario sin comprar el billete de vuelta. Por todos los que se vinieron arriba en banderillas, por aquél de Dolores muriendo en los medios, por los toros valientes y los toreros locos. Por las estocadas, los naturales, los derechazos. Por las volteretas, los torniquetes, por todos a los que la sangre valiente no se le fue por el agujero. Por las almohadillas y los pañuelos, por el cielo, el fracaso y las monedas tiradas al aire. Porque no hay vida sin muerte. Toros, sí.
Por Chapu Apaolaza, La Voz de Cádiz y Nadando con Chocos
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