El toro de Valencia. Foto: Ignacio Tena |
La corrida que se lidió en Valencia es un despropósito además de una ofensa a quienes pagan por asistir a la plaza. Esta chotada de Las Ramblas se preparó para Enrique Ponce en el día grande las Fallas. Y como viene ocurriendo en los últimos años se ha repetido la historia como un calco. Otra vez la retahila de borregas inválidas o de moruchones sin clase, que de todo hubo ayer. Y al final el gran perdedor ha sido, precisamente, quien cayó en su propia trampa, el mismísimo Enrique Ponce.
A estas alturas nadie va a negarle al torero valenciano su indiscutible trayectoria de veinte años en la parte alta del toreo, ni su técnica prodigiosa, ni su profesionalidad. Pero todo tiene su límite y nos parece que Enrique ha llegado a un punto sin retorno. La faena al quinto toro es un canto del cisno, una demostración de que ya no resuelve con la solvencia de siempre. Ayer, en ese moruchón de Las Ramblas anduvo repetitivo, sin frescura, sin ideas, sin su proverbial facilidad. Este Ponce de ayer es un torero que se imita así mismo, que trata de resolver con los mismos argumentos aunque ya los tiene mentalmnte gastados.
Todavía veremos a Ponce por esas ferias pero hace tiempo que se trata de un nombre importante, pero de un torero en retirada.
A Juan Mora le sonó la flauta en la tarde de la feria de Otoño en la que resucitó como torero. Tuvo la suerte de encontrarse aquellos dos toros y de encontrarse él mismo con el buen torero que lleva dentro y de hacerlo en el momento preciso y en Madrid, donde hay coger el tren del triunfo y de los contratos. Pero de esa renta puede vivir una temporada hasta que agote el crédito. Y en las dos actuaciones que le hemos visto este año, en Vista Alegre y aquí en Valencia, nos hemos encontrado con el torero frío y apático que tantas veces nos ha decepcionado. Es verdad que su lote se defendía y derrotaba pero Juan no puede ir tirando las tres cartitas y a salir del paso. Su imagen de torero artista no está reñida con la de un profesional que transmite una imagen de torero solvente y resolutivo. Entre banderazo y banderazo le recordamos algún muletazo de su cosecha, pero leves apuntes, nada más.
A Sebastián Castella han estado a punto de obsequiarle con las dos orejas del sexto, el único ejemplar que metió la cara y repitió las embestidas. Y me preguntarán por el motivo de esa petición de dos trofeos. Y no tengo respuesta, como no sea que el público estaba harto de una tarde plomiza, donde no había pasado nada y quiso recompensar a Castella por una faenita ramplona y de tiralíneas pero que conectó con el público fallero. Por lo demás no recuerdo un solo muletazo de entidad en la labor del francés. En su primero, un novillote impresentable, Castella se defendió del mal estilo de su oponente a base de trallazos y enganchones.
1 comentario:
Antonio:
No sé si hemos llegado a ese punto o no, o incluso si hace tiempo que se rebasó. El hecho es que se querían poner tan guapos y tan bonitos, con unas posturas tan esperpénticamente refinadas que les sobraba todo, lo primero el toro y a lo que a lo mejor sí que hemos llegado es que sus aduladores empiezan a aburrirse de esta farsa. Aunque no hay nada que no solucionen unos cuantos euros o unas comidas o una invitación a un café, todo depende del precio. Para todo ese mundo "perfecto" que pretenden les sobra todo y lo primero de todo el toro, pero no quieren enterarse de que sin toro, nada de esto tiene sentido. Los naturales con un cerdo, una gallina o un perro solo tienen gracia en el jardín de unos amigos, pero por lo curioso de que un animalillo de estos se pueda parecer a un toro, no al revés.
Un saludo
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