Para quitarme el amargor de boca que me dejó el último post dedicado a los dibujos animados antitaurinos de La Primera, y antes de cambiar de tema y ponernos a sufrir con lo de Vistalegre, vamos a terminar con el tema educación de los niños y tauromaquia. Para ello transcribo un capítulo de un libro datado en 1876, titulado Juegos de niños en las escuelas y colegios, escrito por P. Santos Hernández y editado por Saturnino Calleja. Es un pequeño tratado que explica minuciosamente a los tutores y profesores como montar una corrida de toros para que jueguen y aprendan los chavales. Una joya. Estos libros hoy día estarían clasificados como pornografía. Eran otros tiempos...
PD: Atención al nivel de organización, ortodoxia y minuciosidad que exigen en el texto para montar una corrida de toros ``de mentira´´. Tienen más orden y respeto al reglamento y a las normas que muchos profesionales en la mayoría de las plazas. Si muchos de los que vivieron en aquella época levantaran la cabeza...
Corridas de toros
Si todas las diversiones extraordinarias causan a los niños gran placer, no son, ciertamente, las corridas de toros las que ocupan el último lugar. Pero para que resulte diversión ordenada y agradable digna de figurar en los concursos de juegos, es preciso organizarla de antemano con toda precisión.
Toros. Si hay local a propósito, algunas veces se celebran las corridas con algunos becerritos bravos, cuyos testarazos, en caso de algún descuido, no sean peligrosos. Lo más frecuente es que los mismos niños hagan de toros valiéndose para ello de algunos instrumentos especiales. Es de suma importancia elegir cuidadosamente los que han de acometer a los demás, porque de ellos depende casi todo el éxito. Conviene que sean niños fuertes y ágiles, y cuando se cansan, o a cada tercio de la corrida, se los releva del cargo para que no se fatiguen demasiado.Para acometer se valen a veces de las cabezas de toro que se encuentran en los comercios hechas de cartón o de junquillo; pero como son tan frágiles, hay peligro de que se hagan pedazos al mejor tiempo. Por eso emplean con más frecuencia verdaderas astas de buey, que se encuentran fácilmente en todas partes. Las llevan en la mano, apoyadas en la cintura o fijas en un armazón de madera, a modo de casquete, que se meten por la cabeza y se apoyan en los hombros; pero estos dos métodos no se prestan para hacer con elegancia y arte las suertes de mayor interés.
Una de las maneras mejores de hacer fácilmente el toro a propósito para esta clase de corridas, es la siguiente:
Se fijan las astas en los extremos a y a' de dos palos como los de los zancos, o algo más largos, que se unen con dos traviesas, r y s, a una distancia tal que pueda meterse entre ellos la cabeza para apoyarlos en los hombros. En el sitio correspondiente a la cruz del toro hay dos tablitas, n, dobladas en ángulo recto, en las cuales se apoyan las picas y se reciben las banderillas. (Algunas veces las traviesas se ponen en los puntos x y z, y entonces los palos se llevan apoyados en la cintura.) Cuando se quiere imitar el toro con más perfección, con listones de madera pendientes —229→ de la traviesa r se hace la cabeza; el cuello se imita con aros de madera clavados en los palos; el cuerpo, con aros mayores, o con una canasta vieja puesta boca abajo. Se cubre todo con tela de sacos ajustada y pintada; en la traviesa s, se pone una cola verdadera de buey, y resulta un aparato muy ligero, que se puede quitar y poner en un momento. A veces se ponen dentro dos niños, uno en cada extremo de los palos. Si se ensayan bien para acostumbrarse a correr y detenerse al mismo tiempo, el efecto es mucho más completo, porque, además de correr con cuatro patas, las vueltas no son tan rápidas y antinaturales como cuando es uno solo, y los diestros pueden más fácilmente ejecutar las suertes difíciles y arriesgadas.
Caballos y mulillas. Si hay toritos verdaderos, y aun cuando no los haya, para completar la fiesta son indispensables un par de jumentillos o jaquitas vivarachas. Las acometidas de los toros las hacen correr sin orden ni concierto por la plaza, gracias al miedo que ordinariamente llevan los improvisados picadores, y no es raro verlos rodar por el suelo entre los aplausos del público. Cuando los niños hacen de toros, al acometer cuiden de no ponerse al alcance de las herraduras.
También se emplean dos o tres jumentillos enjaezados con mucho primor para el arrastre de los toros y caballos muertos. A falta de ellos, se hace uso de los carros descritos en la página 207.
LA PLAZA.- La víspera o el día señalado para la corrida, los niños encargados de hacer el redondel o circo de la plaza marcan los límites con las estacas y cordeles de los juegos de escudos o con lo que tengan para este fin. Alrededor disponen las barreras, colocan los bancos, sillas y cajones para el complaciente público, y distribuyen con acierto y buen gusto las banderas y demás adornos.
LAS CUADRILLAS.- Un grupo de niños, elegidos por el señor Inspector, forman la empresa, a cuyo cargo corre, en primer lugar, disponer las picas, banderillas, espadas y demás cosas necesarias. Entre los niños más hábiles para cada oficio eligen después los picadores, banderilleros, peones y, sobre todo, los espadas suficientes para formar una o dos cuadrillas, según el número que haya, y los que han de representar los papeles secundarios de alguaciles, monosabios, timbaleros, etc. Mayor cuidado exige la elección de los niños que han de formar el toro, pues de ellos, como ya dijimos, depende casi todo el éxito de la fiesta.
Enterado cada cual de su oficio, los días que preceden a la corrida emplean con mucho gusto los recreos ensayando por grupos las diversas partes de ella. Estos ensayos son casi de absoluta necesidad para que se proceda con orden y cada uno cumpla lo que está a su cargo. Sobre todo, los que han de acometer, necesitan ensayar mucho el modo de hacerlo, acomodándose a los aparatos —230→ que emplean, para no deslucir las habilidades de sus compañeros. Para mayor ornato, los niños traen a veces las capas que tienen, y aun suele haberlas de intento para uso de toda la división.
EL ENCIERRO.- Por la mañana, después de Misa, se pasa el tiempo muy agradablemente haciendo el simulacro del encierro. En esta operación desempeñan el papel principal los cabestros para conducir seguramente los toros. Los niños juzgan indispensables en esta operación algunas latas para cencerros de los cabestros.
LA CORRIDA.- Los empresarios deben invitar con la presidencia, si se trata de una corrida bien organizada, ya sea a las personas invitadas, ya a los señores Inspectores o dignidades de las otras divisiones. Cuando no se procede con tanta formalidad, suele presidir algún niño de los que saben divertir a los demás, o de los que se han distinguido en otras ocasiones, como premio de su habilidad.
A una señal de la presidencia, la banda de música, o en su defecto el coro de mirlitones, ejecuta un alegre pasodoble; entre tanto, salen a caballo dos alguaciles a despejar el redondel. Salen del circo todos los que no toman parte, y no se permite bajar a él hasta que se haya enganchado para el arrastre el último toro. Despejada la plaza, salen las cuadrillas; a la cabeza van los espadas, y después, por su orden, los diestros, banderilleros, picadores a caballo, mozos de banderillas y de caballos, y, por último, las mulillas enjaezadas. Después de saludar a la presidencia, ocupan los puestos correspondientes, mientras el alguacil entrega la llave del chiquero.
Para quebrantar el vigor y agilidad de los toros, se divide la corrida en tres partes o tercios de suertes: picar, banderillear o parear y matar. Los encargados de cada una procuran herir al toro en la cruz solamente.
Suena el clarín, y sale el primero ostentando la divisa de la ganadería. Los peones, hostigándole con las capas, procuran llevarle hacia los picadores; éstos, frente a frente del toro, lo citan arrojándole a veces el sombrero, y cuando acomete, le clavan la pica en la cruz. Entre las suertes de pica hacen también los diestros algunas otras con el fin de parar los pies o cansar al toro, hasta que suena de nuevo el clarín y se retiran los picadores. Los banderilleros dejan entonces los capotes, cogen los rehiletes o banderillas, incitan al toro abriendo varias veces los brazos, se lanzan hacia él o esperan su acometida, y cuando baja la cabeza para dar la cornada, se las clavan en la cruz, procurando a la par salir ilesos de entre los cuernos. Ordinariamente se ponen tres pares; pero si es preciso quebrantar al toro, se le pone alguno más.
Puestas las banderillas, el clarín da la señal de muerte. El espada o matador coge en la izquierda el estoque y la muleta arrollada, va hacia la presidencia, y con la montera en la derecha brinda —231→ la muerte del bicho. Se dirige después al toro, y puesto frente a él con los pies juntos, desarrolla la muleta. Comienza entonces a darle con ella una serie de pases, unas veces por alto, otras por bajo, otras en redondo, hasta que se cuadre; esto es, hasta que se quede en posición natural con las patas juntas. Cuando lo ve cuadrado, se lanza a dar la estocada, bien sea avanzando hacia él o esperando su acometida, o combinando los dos movimientos a la par.
Aunque la estocada sea buena, ordinariamente el toro no muere en seguida. Para acelerar la muerte, si el toro está todavía en pie, el mismo matador lo descabella picándole con el estoque en la testuz; si está tendido en tierra, el puntillero le clava el cachete o puntilla. Al punto los acordes de la música llenan de nuevo los aires, y salen las mulillas para sacar fuera el toro y los caballos muertos. Con esto termina la lidia del primero; los demás se lidian de la misma manera.
Claro está que la mayor parte de las suertes no saldrán muy conformes con las reglas del arte taurino; pero muchas de esas infracciones son inevitables, dado el miedo y la poca habilidad de los diestros cuando torean becerros de carne y hueso, y la impropiedad de las acometidas cuando se corren cornúpetos artificiales. Sin embargo, eso mismo aumenta la algazara del público infantil, que, haciéndose cargo de las circunstancias, no es exigente ni descontentadizo, y prodiga con generosidad sus aplausos al menor conato de destreza que nota en sus compañeros.
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