sábado, 27 de octubre de 2012
jueves, 25 de octubre de 2012
sábado, 20 de octubre de 2012
miércoles, 17 de octubre de 2012
Hartos de arte*
Dolls Samper este año en Nimes, Sodoma y Gomorra del artisterío |
Hace ya un tiempo que la
tauromaquia empezó a caminar descalza por los pedregales del arte, abriéndose camino
a través de una tortuosa trocha que la ha situado sobre el cadalso de cultura;
maniatada y arrodillada ante la plebe y la chusma antitoro, que comparten
depravación y enfermedad en la zona del colodrillo que afecta al discernimiento
humano. Ignorantes del caos y orden de la naturaleza en la que viven, devotos
de las bestias y las verduras, criaturitas cuyas escopetas, que tienen en perpetuidad
los cargadores repletos con la espumosa munición de la ambigua moralidad y las buenas intenciones, encañonan, mientras babosean
como verracos en celo, apuntando a la cerviz, a la chocha tauromaquia.
Hace unos meses las figuras, en
esa charanga de feriantes del jédiez, se encargaron de dar el último paso hacía
el acabóse. Un giro hacia un ministerio bonancible para el interés del
profesional, lejos de las pretensiones iracundas de la autoridad, empeñada –cada
día menos-, en defender la fábula que llaman “intereses de la afición”. La suma
de política, propaganda y mentiras –con esta última palabra podríamos
ahorrarnos el otro par-, que da una cuenta tan embrollada como el níspero de la
Bernarda, les ha proporcionado el voto de confianza de un sector mayoritario de
público, que no de aficionados, y cómo no, la amnistía de los revistosos
taurinos para hacer y deshacer a su antojo.
En el ruedo, que ha pasado a
segundo plano, arrinconado por el tuiter y las pendencias y camorras empresariales,
la situación no es más halagüeña. Nació una corriente vanguardista liderada por
el agrit prop del movimiento culturilla,
José María Dolls Samper -Manzana hijo-, abajofirmante del primer indulto
corporativo maestrante –todo pertenece a la misma empresa, Arte SL, que es el Mercadona taurino en tiempos de crisis, con sus
toritos hacendados y su 3x2 en la sección de despojos y charcutería-, el mismo que
devolvió con vida al Grullo a Arrojado, anticristo miureño, cénit del torete
artista, y que hizo que la Maestranza siga alimentando, como Saturno devorando
a sus hijos, su leyenda regia de cante negro y escacharramiento de relojes.
Moda que huye de los pilares
decimonónicos que sustentaron el toreo, y sin los que no hubiese sido capaz de
superar sus primeros balbuceos. El toro es un tormo de arcilla que las manos del
escultor han modelado a su gusto. Desde
la selección en el tentadero, donde el ganadero tiene que levantar la mano en
la libreta de notas si quiere que el as de turno no le haga fú a su ganadería, hasta el sorteo, en los
corrales de la plaza, donde siempre hay lugar para arreglar cualquier excedente
de trapío o fuerza que pueda impedir que la corrida tenga la dosis artística requerida.
Así, el espectáculo es más cruel que nunca, la lucha entre la fiera y el
hombre, naturaleza viva versus intelecto, en la que cada rival combatía con sus
armas, ha quedado reducida temporalmente en sus dos terceras partes, y la
balanza que marca las ventajas del uno con respecto al otro queda descompensada
hasta límites que rozan la tortura. Por la habitual ausencia de trapío, casta y
poder del de las patas negras, la grandeza del toreo se ha visto encogida al tercio de muleta, que
ya nadie llama de muerte, en el que es costumbre moler al bicho a derechazos,
mientras que en el más triunfal de los casos veremos al artista interpretar el
pase natural con la apostura de un fino jugador de billar vestido de tabaco y
oro, con una cursilería impropia del oficio que en teoría comparte con
Lagartijo y Frascuelo. Si se da la coyuntura de que la fortuna haya querido que
un garlopo con pies, arrobas y casta saliese por chiqueros, allí estará, para
bajarle los humos y la chimenea, el varilarguero, alzado como un general sobre
su montículo cuadrúpedo, presto a picar, acuchillar, barrenar, fresar o sajar
en lomos, paletilla o en su defecto de
acertar, en morrillo. Salvajada que sufren toro y aficionado como tributo al
capricho modernista de la sublimación estética del toreo.
¿No sería más bello, además de
meritorio, vencer al Toro, dominarle, castigarle, consentirle, someterle,
rendirle, burlarle y ganarle, que darle una cantidad ingente de pases bonitos salpimentados con un ramillete mustio de adornos al carretón que
va y viene como un ánima? La duda ofende. Como puede hacerlo también el
desapego a las formas clásicas que muestran, dentro y fuera del redondel, los
maestrillos que trafican con el nuevo opio del taurinismo, que es la grifa de
la cultura y la mandanga del arte. El desprecio al canon, que no es ley, pero
sí estrella polar que ilumina cada lance, que guía cada suerte, el parar, templar,
mandar y cargar, póquer de mandamientos indispensables para que chisporroteé la
llama sagrada del bien torear, que ya ha quedado descatalogado como una versión
profana y rancia de la tauromaquia.
Mientras tanto, los públicos,
maleducados por la ausencia de críticos alfaquíes que divulguen y revelen el
arcano del toreo y por los profesionales, que sólo se agarran a la oreja
ardiendo de un triunfalismo furbolero,
no entienden lo que ven, cuando compran el billete tampoco saben lo que tienen
que ver y lo que es más grave aún: vean lo que vean, sea cual sea el resultado
de la tarde, abandonarán su escaño de cemento con la idea, que traían ya
preconcebida de casa, de haber asistido a un espectáculo sublime, solo apto
para paladares de lo más sofisticados.
*Publicado, con el 2011 en mente, en la Revista Bous les Alqueries. Este año el hartazgo a ido a peor, si cabe.
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