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Tres Cuadris para soñar el toreo, el toreo que todos soñamos, han saltado al ruedo maño, para darle por primera vez en la Feria, la categoría que se merece, la de cartel de Primera. Corrida variada de comportamientos, difícil en banderillas -Fandi ¿dónde estás?-, correosa para la lidia, interesante para el aficionado y muy desagradecida para los toreros. O sea, que ésta es una ganadería que no debe de ser culta, ni Don Fernando Cuadri artista.
Rafaelillo, por debajo del primero, noble pero no bobo, con muchas teclas que tocar, exigiendo torero con conocimientos y hombre con ínfulas. De lo segundo sí encontró, como siempre, de lo primero, sólo a ratos. No encontró, o sí, pero no pudo dársela, la media distancia, obligatoria con este toro, que cuando venía de lejos venía con prontitud, hondura y, en ocasiones, por el pitón izquierdo, hocicando. Un cheque al blanco para el portador, a cobrar desde principios de la siguiente temporada. Pero Rafaelillo, al que tanto admiramos, no estuvo a la altura con la pañosa, ni con el estoque, que llegó a usar de manera casi testimonial, pues lo despenó como un vulgar carnicero, con el descabello, cuando lo cabal hubiera sido entrar otra vez y mandarlo a tomar taurina sepultura por arriba, como se merecía Berreón.
Con el cuarto, complicado e incierto en la muleta, descastado con su punta de guasa, demostró el oficio que se le supone, imponiéndose por los dos pitones, cruzándose para rebañar muletazos de uno en uno, ganándole la partida al burí, que terminó echándose en el prólogo final de la faena. Muy digno.
Javier Castaño se ha tenido que llevar la sorpresa de su vida al `cuajar´-verbo taurino que nunca entenderé- a un Cuadri noble y al límite de fuerzas, como si de cualquier toro comercial se tratase, sin obviar la percha del galafate, serio como Fraga Iribarne, pero sin pitón derecho, que se partió rematando en un burladero. Pulseó, templó, y se empalagó de torear `a gusto´, con cadencia y ritmo, pero con pico y pala -a la pala del pitón, se entiende-. Pues de esto, varias tandas, y de lo otro, de lo barato y popular, otro rato delante de la cara del toro, y digo rato porque no sé cómo medir ni contar los trapazos ni los péndulos en tandas. Eso se los dejo a los de Cultura. Manchó el final de la faena dejándose llegar a la taleguilla el medio pitón escaso y ensangrentado del súbdito de Comeuñas. Pinchó y perdió oreja segura. Éste sería un buen toro para otra ganadería, pero para los que vamos a la plaza con Clavelino o Aragonés en la cabeza nos deja un poco fríos. Se parte un pitón con facilidad, flojo de remos, noble tirando a bobo, diez minutos de faena. Algo no cuadri, o algo no cuadra.
El sexto, un caín, que mató a Abel, y que quiso, por sus intenciones hacer lo mismo con Castaño y la cuadrilla, que las pasó canutas en el tercio de banderillas. El salmantino se puso, lo intentó, enseñó el peligro del toro y lo mató como pudo. Decoroso. Por poner un pero, debió machetearlo, poderle por bajo, ganarle la partida claramente, y no dejar la cosa en un `esperate ahí quieto que voy a por la espada y ahora acabamos´.
Digno con el segundo, aseado con la muleta, si bien siempre fuera de cacho, López Chaves nos recordó al buen torero que fué en tiempos no tan lejanos. Nos recordó en todo, hasta en lo de la espada.
El quinto merece un punto y aparte, un toro de público -léase con el asco y desprecio con que lo pronuncian los taurinos-. Como si el público no tuviera derecho, aunque sea de vez en cuando, a ver algo que le guste y no tener que compartirlo con los toreros. Arreó en varas, que no quiere decir que fuera bravo, se le pegó, en banderillas -para variar- se hizo el dueño y en la muleta regaló casta, genio a raudales, embestidas portentosas, pero desclasadas, como dirían algunos. Ahí había mucho que torear, muchas cosas que poco tienen que ver con el arte que nos han vendido estos días, y sí con la ciencia para dominar a una bestia, con los conocimientos que otorga el traje de luces y con la capacidad de un hombre con la piel curtida a cornadas. Como pasa en muchos de estos escasos casos, Domingo López Chaves perdió la batalla ante un enemigo con un manantial de casta. Mis respetos. Nunca podré pitar a alguién que pierde con las de la ley contra un Toro íntegro. Pero amigo, un matador de toros no puede usar los aceros diecisiete veces para despachar al rival, que la integridad no es sólo exigible a los negros, si no a los matadores también.