El corte de mangas de Simón Casas es la metáfora más inspiradora que refleja el momento actual de la Fiesta. Ahí, en el coliseo de Nimes, donde el pueblo se suele atiborrar, como en la antigüedad, con raciones industriales del pan y circo de nuestra época y mundillo, que son las orejas y el arte, se vino arriba en banderillas el gafapastero snobista, narcisista de élite y productor artístico de funciones ricas en chicha y nabo, autoproclamado como icono de ese modernismo de andar por casa que una mañana lo coloca toreando de salón juanto a Arrabal o Dragó en la puerta del Guggenheim, y esa misma noche lo tiene meando en una bacinilla, como Al Swearengen, aquel tabernero proxeneta de Deadwood.
Bernardo Domb, AKA Simón Casas, simón, piedra y apóstol sobre la que se edificará la iglesia del arte, reivindicó, a su manera, en el exilio, la abolida tauromaquia catalana. Donde no llegó la barretina de Serafín, la muleta ensenyerada de Antonio Barrera ni la despedida rave del dios de Galapagar y el ruiseñor de la Puebla, ha llegado el pícaro gabacho con su corte de mangas. Una butifarra, que como bien nos enseña la ilustrísima wikipedia, "en la lengua y la cultura catalana es hacer un corte de mangas", que ha ido a poner orden ante esa trajeada alegoría que sienta sus reales en el palco y que no se sabe muy bien porqué, se sigue haciendo llamar autoridad. Quien sabe si este Ché Guevara de la artycultura (cosas del Pulga), con tan catalanista corte de mangas estaba rindiendo su pequeño homenaje a la escasa afición que por culpa de una autoridad parlamentaria, que aspira a ser tan independiente como el ávaro presidente nimeño, que se negó a darle la galletita en forma de oreja a Luque, tiene que emigrar a las comunidades vecinas para asistir a un suculento atraco de toros. En el fondo, hasta cuando saca a paseo sus modales de pijo macarra, el bueno de Simón lo hace pensando en la afición, todo sea en nombre del arte.
En un coliseo, el César, con ademán mouriñista y pulgar retozón, en menos tiempo que cantaba un gallo, daba el veredicto vital a los reos que entre ellos, o contra bestias iracundas, se jugaban la vida. Dos mil años después, el toreo ya tiene su césar, que no era Rincón ni colombiano, sino galo y más charlatán que los vendedores de brebajes crecepelos del viejo Oeste. Emperador que en el coso de Nimes dictó su sentencia contra público y autoridad, que son los nuevos reos de este circo cruel que a pesar de la persecución de antitaurinos no se acaba nunca: o estáis conmigo o contra mí.
Contra ti, Simón, contra ti.