14 de Septiembre de 2018. Albacete. Toros de la prestigiosa ganadería de Alcurrucén. Un gañafón, desperdigado pero certero como una traición, hace carne en el matador que abría el cartel de la séptima de feria. No lo sabíamos, pero un hombre acababa de perder un ojo y casi la vida.
16 de marzo, 2019. Paco Ureña regresa a los ruedos. 184 días recluido como un anacoreta, recuperándose de una cornada que terminó propiciando -dicen que los dioses salvan a sus protegidos mediante la metamorfosis-, el alumbramiento de un nuevo hombre. Fueron días, semanas, meses, en los que las noticias apenas llegaban a una afición aferrada con fervor rociero a la cuenta atrás del aficionado Ibarra, que arrancaba hojas del calendario como enamorado que deshoja margaritas. Llegó el momento y se volatizaron las dudas, si es que alguna vez las hubo. Al romper el paseíllo estaba ahí, como si nada de esto hubiese ocurrido. Saludando, pudo recoger en la montera las ondas vibratorias de la estruendosa ovación, onomatopeya de los fuegos artificiales de la victoria, con la que lo recibió la plaza. Aunque tan delgado como siempre, las típicas facciones apócrifas de su rostro, más acentuadas si cabe, marcaban la transfusión de sufrimiento recibida de parte de los que sufrimos con él.
"Hay que volcarlo todo en la vida para que la muerte, cuando llegue, solo se lleve un pellejo vacío", escribió Paco Umbral. Y Ureña, que como tantos toreros de épica subversiva ha hecho de la sangre un patrimonio, igual que los reyes, reconoce en el toreo la manera más venerable de ignorar a la muerte. Está preparado y ha hecho lo que tenía que hacer: convertir su pellejo en tempestad.
En tiempos de terraplanistas teorías sobre un toreo que ha caído en las redes de una modernidad posmo, donde la estética y la cursilería copulan licuando falsos ídolos, se ha terminado convirtiendo a los héroes en ratones de laboratorio de la tauromaquia naif. Contra esa dulce decadencia lucha Ureña, contra la divina fatalidad de las cosas, mártir de la causa perdida que tenemos en la ortodoxia y la pureza, lejos de dejarse malograr por los mitos románticos, vuelve con su dialéctica de cada tarde: muleta y femoral, vuelve la santa cruzada contra el snobismo de clavel, vuelve el toreo a contrapelo, la incorruptabilidad de la belleza, vuelven las tardes de templar los nervios con dinamita y volverán las más hermosas victorias, que son las que le cantan a los que un día dieron equivocadamente por vencidos.
Vuelve Ureña.