martes, 31 de agosto de 2010

Carta de una vaca de Santa Coloma al cinqueño Navalón

Josemi Toros



Como de santa coloma que vengo, y ahora que allí arriba acaba de ser usted cinqueño, he osado a escribirle estas cuatro letras, con la dificultad que me conlleva hacerlo, no por aquello de ser una bestia -sin inteligencia según algunos, ¡já!-, con grandes problemas para coger la pluma con la pezuña; sino por el aletargamiento al que han sido sometidas mis bravas neuronas, con tanto pienso enriquecido, tanta hormona y semajante carioca de jeringazos que me meten. De eso no se indulta ni Dios. Del mueco vengo ahora mismo, precisamente. Tampoco me sirve de ayuda el criterio selectivo de los vaqueros. Sólo le digo que ya ni piden el Graduado. Aprobar las oposiciones a madre es muy simple, con sólo embestir a dónde te gritan y no revolverte pasas la prueba. Ya sabe que antiguamente era otra cosa, que en las dehesas los sementales pertenecían al Priorato de Vistahermosa, viejos como matusalenes, listos como ratones coloraos; le cuento que mi bisabuela, a la que conocí por una fotografía que hay en el palco de la placita de tientas en dónde salía, cárdena ella, pidiéndole los papeles a un novillero llamado Juan Mora, era una vaca que se sabía el latín de misa cantado; que mi abuela, hizo casi bueno eso de tal palo tal astilla, si acaso un tanto más ligera de cascos que su progenitora; y mi madre, que gazapea todavía hoy por aquí, más que vaca brava han querido que sea vaquita ama de casa, de las que tienen la pata amarrá a la encina, de las que dan frutos maduros, dulces y homogéneos. Made in figuras. Y a mí, Capitana de nombre, aunque embista y obedezca como una plebeya, no me pida usted eso de las raíces cuadradas ni los nombres de los reyes godos, con parir capitanes que se dejen capitanear por la voluntad de las figuras, me vale para que mi amo salga en los reportajes del Mundotoro contando que `esa es una vaca que dá buenísimo´.


Le voy a tratar directamente de usted, pues aunque es uso y costumbre abrir una carta a una persona conocida y apreciada por el clásico y manido `querido´-Alfonso, en su caso- he desestimado hacerlo porque sonaría a pelota, y no había nada en este mundo que le repateara más el hígado que un lameculos limpiachaquetas. Y yo no lo soy. Tampoco le voy a dorar la píldora adjetivándolo de maestro -aunque lo es-. Mi casta y mi fama, que como usted bien sabe empezó con aquel Bravío, no me permite arrodillarme ante nadie, ni guardarle respeto al hombre, por bueno y sabio que fuere como usted. Lo mío es acometer, imponer mis razones, las que circulan por mi torrente sanguíneo; a las de los humanos, que les nacen en el corazón y se reglamentan en la mente. Además, conociéndolo como lo conocemos por la dehesa, sé de buena tinta que si lo tratara de maestro usted me llamaría morucha, boba y borrega. Así, que de usted, que es el tratamiento que se dan dos personas -aunque yo tengo la suerte de no serlo- cabales, sinceras y nobles. Sólo hay que detenerse un segundo en nuestras miradas para darse cuenta de ello.


Sé que cuando se fué le que más le preocupaba era la dehesa y sus moradores. Que los pueblos, léase las ganaderías, se mantuvieran intactas, que mantuvieramos nuestra idiosincrasia, que la inmigración de los toretes andaluces por el resto de España se detuviera. Sabía muy bien que nos iban a terminar por quitar el trabajo y la vida a muchos. En Salamanca, por la que tantó luchó, han terminado por echarnos, ahora tengo de vecinos a unos sevillanos muy simpáticos, que crían como ratas y dan pocos problemas a su dueño durante los años que están por aquí. Como se los quitan de las manos, será por lo de simpáticos, no hacen más que traer más y más camiones con gente de por allí abajo. No puedo quitarme los camiones de la cabeza. Cada vez que veo venir uno no sé si viene con alguno de esos novios con apellido Domecq, que no me ponen cachonda, con esos cuernos aplatanados; siempre humillados, como si fueran esclavos negros traídos del África; maricones perdidos, ni bufan, ni se pelean, ni intentan seducirnos, ¡que soy una moza de Santa Coloma, por favor! Menudos galanes, con lo que me gusta un hidalgo castellano y se empeñan en cruzarme con un bertín osborne jerezano o un julián muñoz marbellí. Pues fijese adónde hemos llegado, que me produce una gran satisfacción cada vez que veo bajarse del camión a uno de estos bertines. Es de lo malo, lo menos. La otra opción es camión vacío. Que quiere decir muerte, vergüenza, violación de nuestros derechos, que son los de morir en la plaza, aunque sea de tientas. Ya son muchas las compañeras que se subieron a ese camión maldito y que fueron masacradas en el matadero. Le digo que se están haciendo cosas con nosotras propias de nazis. Desaparecemos y nadie hace nada. A muchas nos queda el consuelo de saber que cuando llegue el amargo momento del último viaje, del vía crucis hasta el matadero dónde nos pondrán al lado de cerdos, borregos y gallinas, el balazo de la pistolita en la testa será una liberación, y allá arriba, si Dios quiere, coincidiremos en alguna tertulia. Será en el Paraíso de los bravos, que usted se ganó en vida, viniéndose arriba en los castigos y arremetiendo contra el manso y el cabestro. Yo también creo que me lo gané, nueve medallas -que nosotros también las tenemos- , en forma de puyazo son mi pasaporte a la gloria.



Yo no soy quién ni tengo potestad para hablarle de los toreros, mucho menos de las figuras, pues hace mucho tiempo que ninguno de mis hermanos, hijos o familiares se encuentran con el oro y la plata. Y bien preocupada que estoy, porque son unos zagalones muy sanos, bien comidos, que no se arrugan ante nada, formales y bien vestidos, que aquí no se ponen piercings ni fundas ni nada de eso. Somos gente de pueblo, de los de antes. Nos repudian. Nos dicen que no valemos para hacer el toreo que ellos entienden. ¿Y quién nos entiende a nosotros?


De lo poco que sé es que el pico ya no es un fraude, ahora es doctrina, igual que el cargar la suerte, que se ha convertido en una cosa de antiguos, que sólo le puede gustar a las momias que se pirran por ver a los tíos morirse con un boquete en los muslos. Permítame la licencia de decirle que se va a descojonar cuando allí arriba pueda contarle como se matan por una de nuestras orejas, que no sabía yo hasta ahora que mi pelúa, que sólo me vale para llevar el crotal y servir de cobijo para bichos de ocho patas, valía tanto como una tonelada de caviar de Beluga. La suerte de varas, que medía nuestros cojones -en mi caso ovarios-, sigue siendo la misma trampa que usted denunció, si acaso algo más encubierta por unas cuantas cortinas de humo con la que intentan tapar la poca visión taurina que le queda al aficionado. Petos igual de grandes, igual de duros, pero ligeros. No cuela, sigue siendo una armadura inamovible. Dicen lo del menor peso, como si fuera una cuestión de gramos el problema. Una pared de bloques de cemento, como las que saltaba cuando erala, pesa más que una pared de ladrillo de cerámica, pero sigue siendo el mismo muro impenetrable. Los caballos, que no tienen culpa, luchan sin saber dónde están, cegados y mutilados en sus sentidos. Le juro que a veces me da pena achucharles, pero es que me entra por la barriga un no se qué que que sé yo cuando me cita el gordo del sombrero, que no lo puedo evitar. Pero el falso, mal tiro le peguen, me espera con el estribo por delante, con el caballo ladeado, nunca de frente, apuñalándome por la espalda, nunca en el morrillo. Si intento irme, fugarme de la trampa, y lo consigo, me dicen que soy mansa; y si me quedo allí, como un pasmarote, empieza a barrenarme la carne mientras me da vueltecitas con el caballo. Si tiene cojones, que se baje del caballo, suelte la vara y coja una muleta, que le iba yo a enseñar como se debe de tratar a una dama. Así están las cosas, no se nos respeta, Don Alfonso.


Muuuuuuuu -perdón, es que estoy en celo-, muuuchos toreros buenos no hay, pero alguno se puede ver. Curiosamente, o no tanto, no son ni los que más cobran ni los más queridos por el aficionado. Aquí, los adoramos, si tenemos alguna posibilidad de mostrar nuestras cartas es con ellos. No son atracadores de la verdad, y no anteponen sus caprichos a nuestra angustia y vergüenza en el mueco. A usted le gustaría escribir sobre ellos, no tengo duda.



Luego tenemos la crítica, que no la tenemos porque ya no existe. Mi dueño, y sus amigotes, encantados. Jamás se habla de nosotros en las crónicas y si se hace es para bien. No hay ganaderías malas; no existen los mansos; tampoco los moruchos; los inválidos no son inútiles, sino que son enclasados; al toro bobo lo llaman colaborador; a los que son pequeñitos como un cervatillo lo llaman bonito; y así, hasta el infinito. Todo el mundo en la dehesa es bueno. Yo sé que esto a usted no le iba a gustar, así que no se me enfade demasiado, a esta gente no le hace caso nadie, con decirle que se leen entre ellos... ¿Cómo han llegado hasta aquí? A través de los libros, los apuntes y las cafeterías de las universidades donde juegan al mus. Jóvenes salidos de la Complutense, que mientras a usted, por ejemplo, en los duros inviernos se le podía ver trabajando, y adentrándose, en las labores camperas, recuerdo una foto suya a campo abierto con un negro mulato que era un taco; ellos pasan su tiempo haciendose fotos en la yerba del Bernabeú, con Makelele, que es parecido, pero no es lo mismo... Usted, que no pudo hacerse rico por su inflexibilidad con las figuras y el fraude, vivía y sentía el toro; y ellos se dejan torear por las figuras para vivir como ricos. ¡Cómo no quiere que le queramos! Y que otros le odien...



Esto tampoco le va a extrañar demasiado, los políticos nos han prohibido trabajar en Catalunya. A mí me da igual, yo no sé hablar en catalán, pero por si las moscas esta carta se la enseñara a algún político catalán con el que comparta el edén, le dice de mi parte, de Capitana, que em cago en tota la casta política, del primer mans a l'últim cabestre. Cabrons. Y no se lo digo por aquello de la prohibición, que me da igual, porque prohibir algo que no existe es cosa de gilipollas o de alumbrados, y los toros bien sabe usted que allí no se daban. Lo que me espolea de verdad es que los mismos que votaron en contra estuvieron por aquí de paseo, montados en sus todoterrenos, charlando de ecología, civismo y progresismo. Del daño que se nos infiere, de la terrible crueldad en la que vivimos, de la tortura que sufrimos. Si no es por ellos, me muero de vieja y no me llego ni a enterar de que soy una víctima del terrorismo. Después de la visita, como políticos que son, se jalaron un par de vacas que antes hubo matado para ellos el amo, esas no sufrieron. Eso sí que es tortura y barbarie, acabar en el estómago de un político para que luego tu bravura vaya a desembocar en los retretes del Parlament o de algun palacete señorial. Si por nosotros hubiera sido, les hubieramos agasajado y llenado las tripas con orines y bellotas, que es a lo que su casta les pertenece. Cuanto hubiera usted disfrutado poniendo a caldo a semejante panda de beatas chupapollas.



Le tengo que dejar, que viene el amo, parece que otra vez con veedores, a darles cien mil vueltas a mis niños, a decir que no están bien arregladitos, que miran como locos, y que los rizos de la frente señal buena no son. ¿Entonces que vienen a ver?

Cuando me despierto todos los días con el rocío mañanero, antes de atusarme en el río, marco con mis pitones una señal, otra, en la corteza del árbol más grande que hay en la finca: otro día menos para volver a verle, Don Alfonso Navalón.




lunes, 30 de agosto de 2010

Rafaelillo, un torero enorme, por Carlos Ilián



Carlon Ilián

Marca




¿Qué es torear?. La respuesta la tiene un muchacho de Murcia, un modesto torero que no lleva gente guapa a la plaza ni aparece nunca en ningún programa del corazón. Se llama Rafaelillo y explicó sobre el negro ruedo de Vista Alegre la lección más completa de esta feria. Cruzarse con los toros, adelantar la pierna contraria y someter por bajo las embestidas pisando siempre el terreno del enemigo. Eso es torear

La faena al quinto toro resultó modélica y todo un contraste con los pegapases de la trampa y la engañifa que se han pavoneado por aquí durante esta semana entre el clamor de la buena gente y la adulación de los corífeos de siempre. Rafaelillo torea, nada más ni nada menos. En ese quinto toro, que no quería tragarse los muletazos, Rafaelillo lo hizo todo, obligando por bajo, templando y cargando la suerte.

Ahí estuvo la clave de su importante faena, a la que solo le faltó el remate de la espada en el primer intento. En todo caso aquí se han vuelto locos con faenitas de pico y patita escondida rematadas de alevosos bajonazos.

En su primer toro, que hacía hilo, el toro enfiló hacia el torero y lo zarandeó de mala manera. Solo la suerte quiso que aquello no terminara en una cornada. Rafaelillo ni se inmutó, intentando meter en la muleta a un toro que no humillaba lo más mínimo, embistiendo con la cara por las nubes.

El Fundi estuvo,como siempre, entregado y cabal ante el desigual lote de la muy áspera corrida de su suegro, señor Escolar. En su primero se ajustó de verdad en el toreo sobre la mano derecha. En todo momento estuvo por encima del toro. Se repitió la historia en el cuarto, otro toro descastado de una corrida que equivocó a muchos porque tuvo movilidad, pero que nunca se empleó de verdad.

Morenito de Aranda muy centrado, con gusto y temple en ambos toros, especialmente meritorio en el sexto que embistió mirando a los focos de la plaza. Morenito estuvo impecable, pero faltó un toro que repitiera de verdad para darle unidad y remate a las faenas.




Nota 1: Demasiados toros astillados, quítele las malditas fundas, Don José.
Nota 2: Sin llegar a defraudar, se esperaba más.

sábado, 28 de agosto de 2010

Monumento a la vergüenza desusada

Una imagen vale que más mil crónicas. Maurice Berho



Plaza de Toros de Vista Alegre. Bilbao. Corridas Generales. Octava del ciclo. Dos tercios de plaza. Toros del Puerto de San Lorenzo para Enrique Ponce, Diego Urdiales e Iván Fandiño.


Corrida áspera, elefantiásica de hechuras, descastada y mala de solemnidad. Pero nada aburrida. Unas cuantas así y veremos a los de las pipas hacer cola en el Inem. ¿Entonces como se puede catalogar una corrida así? ¿Petardo? ¿Interesantísima? ¿Imposible?

Interesante, aunque sea por lo de ser distinta a lo de todas las tardes, por la rareza que va suponiendo ver algo así, toros que exigen vergüenza. Como esta, muchas más. Ojalá.



Ponce, que cumplía cincuenta tardes en Vista Alegre como matador de toros, presentó candidatura a la mejor faena de la feria. Le otorgarán el premio por la obra equivocada: la segunda, llena de poncinas, repleta de estética, pero yerma de domino y apreturas, si bien remató con unos muletazos llenos de torería que hicieron mella en la sesera del aficionado, reblandeciendo la cada vez más minúscula zona del cerebelo dónde reside la exigencia, la sensatez y la ecuanimidad. Dos orejas le pidieron tras un bajonazo infame. Mal el público. Peor Matías, que no tuvo más remedio que regalar una. Lo nefasto, que se pliegue ante la figuras. Dió el primer aviso a Ponce casi en el minuto trece de faena, cuando deberían de estar bramando los clarines por segunda vez. Antes el chivano se las tuvo que ver con un toro incierto, que buscaba torero con papeles y a ratos lo encontró. Hizo un esfuerzo Ponce, las cosas como son, intentando alargar la embestida, corta, del bruto, a veces lo consiguió y otras tuvo que aguantar como pudo gañafones, que lo mismo buscaban arracarle la cabeza que levantarlo por los pinreles . Como es lógico no pudo haber lucimiento ni belleza, pero si sobró pundonor y orgullo. Es un lujo, escasísimo, ver a Ponce con el toro complicado, con el que se niega a embestir porque sí, el que se le atraviesa en el camino hacia las orejas facilonas y le hace desistir de intentar lo bonito, que en materia taurina es el arte de la sinvergonzonería. Bien Ponce, apúntenlo, que no sabremos cuando podremos decirlo otra vez.



Urdiales, que sustituía a Perera -que corta la temporada-, y que lidiaba antirreglamentariamente, por no disponer de su propia cuadrilla, pechó con un primero, ovacionado al saltar al ruedo, que era un pavo en todos los sentidos de la palabra. Noblón, boyar e inválido que se movía sin ningún interés por atacar las telas ni defenderse del que las maneja. Sacó algún natural suelto estimable y poco más. De un pozo vacío no hay nada que sacar. El quinto, casi con las seis yerbas, con más barba que un apostol, pavoroso en sus intenciones, que eran delatadas por la mirada de lunático con las que tomaba medidas, como los enterradores de las películas del Oeste, de su víctima preferida. No era otra que Urdiales, que se libró por los pelos de la cornada, mientras le ponía y le echaba la flémula como si fuera uno de los zalduendos de ayer. El riojano va sobrado de educación y civismo. Mejor no se puede tratar a aquel que te quiere ver comido por gusanos. Una y otra vez se pasó esas perchas por los muslos, en cada muletazo que daba se producía un trueque a tres bandas: Diego Valor ofrendaba las femorales, al lisardo no le quedaba otra que convidar con otra embestida, y el aficionado, desde el primero hasta el último, no le quedó otra que agasajar a los que estaban en el ruedo con un recital de suspiros, gritos y resoplidos. Como una historia así no podía tener una final ordinario, Diego pasó un quinario, con dos avisos, para pasaportar al viejo toro con los suyos, con Caín, Belcebú, Judas y toda la tropa de alimañas que le dan vidilla con su guasa al infierno.



Iván Fandiño cobró del sexto, también del género alimaña, que antes había mandado a la enfermería al peón Romero, y que apenas unos minutos más tarde, haría volver a reunirse en condiciones no deseadas a matador y operario. No tenía ni un pase, y el resultado a dos tandas que intentaron robarle fue un desarme y una cornada. Había que ponerse por vergüenza torera, a sabiendas de que había más que perder que de ganar. Auténtica torería, y no lo de fumarse un montecristo mientras un compañero se juega la vida. Con el ruedo bajo la dictadura de ese caín cinqueño volvió Ponce a sacar lo mejor del repertorio: a castigarlo por abajo, machetearlo y poderle, que se vaya al otro barrio sabiéndose perdedor. En el tercero acabó pitado el torero vasco, que no dió una a derechas con la tizona, y que con la muleta no acabó de apostar ni de colocarse como sí lo hizo Urdiales en el quinto.


Mañana, los Escolares.

La tarde de las lamentaciones

Un zalduendo que no se merecía el lujo de morir en la plaza, al igual que todos sus hermanos. Maurice Berho




Plaza de Toros de Vista Alegre. Bilbao. Corridas Generales. Sexta del ciclo. Lleno. Toros de Zalduendo y dos sobreros de Torrealta -1º y 4º- para Morante de la Puebla, El Juli y Jose María Manzanares.



Carrusel de lamentos y lloros, esta tarde en Vista Alegre, como si estuvieramos en la Novena a San Expedito. Expiraciones y flagelos por los que se fueron al desolladero entre pitos y desprecio: que si tenían buenas hechuras; que si venían de buena reata; que si con tanto aficionado talibán en los corrales alguno le habrá echado el mal de ojo; que si la suerte, los vientos y los viajes; que si va a ser cuestión de llamar a Eduard Punset para que resuelva el dilema científico de porqué un toro rechazado en Málaga no embiste en Bilbao; y por qué tenemos tan mala suerte que siempre que hay figuras no salen las cosas como uno espera... Y venga, dale que te pego, a sonarse los mocos en los pañuelos blancos con los que iban armados para rebajar Bilbao de posición y poner a Matías entra la espada y la pared. Pero no, ilusos, el que va a ver una corrida de Fernando Domecq sabe a lo que va, a ver un toro en su versión más lastimosa, podrida y descastada. Así, que no caben lamentaciones, la próxima vez que vean encartelada una corrida de este señor, directamente no vayan, quedense en su casa y no sean partícipes de un fraude al espectador y de la tortura a un animal indefenso.




Morante pechó con un lote de Torrealtas, y continúa así con la racha de mala suerte en los sorteos que lo azota desde tiempos inmemoriales. ¿Casualidad? ¿Fatalidad? Ni lo uno, ni lo otro. La suerte te tiene que pillar trabajando, y la cuadrilla del ruiseñor de la Puebla, empezando por su apoderado, carece de método, eficacia y compostura. No le valen los toros, primeramente por la pulcritud de colegio de pago para pijos con los que los seleccionan. Es más fácil encontrar una aguja en un pajar que un toro en un lote de Morante. Después, por la quimera que supone enrolar en tu cuadrilla primero al amigo antes que al profesional. Capotazos, embrollo, toros por los suelos, un disparate. En su primero bis, un torrealta muy de andar por casa que se tapaba por ser jabonero, empezaron con la carioca preceptiva, acabando con el picador y picado en el centro del ruedo prácticamente. Luego le dieron de lo lindo y trasero. A un toro con la fuerza justa que cabeceaba y pegaba tornillazos. Las tauromaquia, boca abajo. Con la muleta se justificó por ambos pitones y poco más, santo Tomás. Las musas, que no todas son artistas ni putas, también las hay con el FP de Imagen y Sonido, le echaron un cable -nunca mejor dicho- al ciclón de la Puebla, subiendo misteriosamente en la retransmisión del Plus la señal ambiente en medio de una pequeña ovación. ¿Casualidad? ¿Picardía de la musa bigotuda? Curiosamente, cuando se protestan los toros o hay voces altisonantes con los diestros el audio de la plaza desaparece. En el cuarto, otro de Borja Prado, manso sin codicia, intentó hacer faena, pero pronto desistió ante el cabreo del público de toros, que es el único animal que tropieza siete mil veces con la misma piedra. Ir a ver a Morante con expectación es un error, cuando todos sabemos que le sale algo medio digerible cada equis tiempo, donde menos te lo esperas. Y nunca será en una ciudad con más de quinientos habitantes. Lo suyo son los pueblos, los fandangos y los puros.


El Juli, que repetía, recibió de capa con buenas intenciones al impresentable segundo. Ganandole un paso en cada lance, rematando casi en los medios. Destacable hoy día. Se le pica poco y mal, un par de refilonazos muy aplaudidos desde los tendidos, que han perdido el norte, a pesar de vivir en él. Con la muleta, ventajista, cobista, industrial, como siempre. Nada nuevo en el horizonte. Si acaso más vulgar, citando al toro a grito pelao, con zapatillazo y toques brusquísimos de la pañosa. Por el pitón izquierdo para más dolor de la tropa juliana, se lleva enganchones, por lo que decide por montar el circo. Molinetes, martinetes, circulares, desplantes y conexiones inalámbricas con el tendido. Mató de un bajonazo al julipié, que es el summum de la cobardía, y se llevó una gran ovación. Ver para creer. Con el quinto, en el que también le tocaron la música, señal de que no se estaba toreando, estuvo rematadamente mal, perfilero como de costumbre, pero sin el temple que es marca de la casa. Atropellado, descompuestos toro y torero, incapaz de sacar un muletazo por lo menos limpio. Hacemos un paréntesis para comentar que esta ha sido la tónica habitual de la tarde, el cabeceo y la descomposición de la embestida en cuanto el zalduendo ve que puede cornear las telas. Como si no tuvieran una buena percepción de las distancias. ¿Fundas? Ahí lo dejo. Mató al segundo julipié y se quedó sin cortar orejas, lo que determinará que esta madrugada haya un gabinete de crisis en Mundotoro analizando causas y porqués de la catástrofe.


Más vale caer en gracia que ser gracioso -reza el dicho-, y eso le pasa a Manzanares Chico. Menuda tardecita que nos ha dado. En el tercero, bobo de solemnidad, se dedicó a meter pico y barriga, a dar muchos pases a tontas y locas y a engatusar al personal, que parecía venido de Pamplona. O de Sevilla. Se pegó en las postrimerías de la faena tres o cuatro invertidos que eran un monumento a Salvador Távora y esas cosas delirantes que hace en el escenario con flamencas, caballos, novillos criados a biberón y guitarras españolas. Que cosa más ridícula por Dios, a la altura del Salto de la Rana, que por lo menos no engaña a nadie. Al sexto le instrumentó una faena mala de solemnidad, pero como era hecha por él, míster Alicante, tendremos que decir que fue empacada, pinturera y rebosante de torería. Si esta misma la hace Sánchez Vara, por poner un ejemplo, el aficionado bilbaíno hubiera llamado a los de la kale borroka para que hicieran la crónica.


viernes, 27 de agosto de 2010

Aquellos barros trajeron estos lodos

Obligado de pecho de El Juli. Maurice Berho



Obligado de Manzanares. Si estos son los obligados, como serán los voluntarios... Maurice Berho




Plaza de Toros de Vistalegre. Bilbao. Corridas Generales. Sexta del ciclo. Lleno. Toros del Ventorrillo para Enrique Ponce, El Juli y José María Manzanares.



Hace ya algunos años Espartaco, Ojeda y El Capea llenaron plazas como los Rolling Stones, crearon tendencias estrambóticas y cimentaron las bases arenosas del toreo vanguardista. Aquellos barros trajeron estos lodos. Enfangados de mediocridad y nulidad, Ponce, El Juli y Manzanares han vuelto a demostrar que pueden ser figuras de este algo, esta cosa bonita a veces, y aburrida en otras, a la que nunca se le puede llamar toreo. Tres maestros que no tienen nada que enseñar, nada bueno por lo menos. Toreros a los que les repele el Toro; no les interesa la lidia y sí el resultado, el cuadrito telegráfico de todas las crónicas en las que se rebaja el toreo al nivel de una quiniela. Es triste ver como con la experiencia y número de corridas que llevan en sus esportones aún no son capaces de colocar a un toro en el caballo, poner orden en el ruedo o simplemente, intentar que sus peones hagan el trabajo con eficacia y disciplina. Vergonzosos los tercios de varas, donde directamente no se ha picado, se ha metido debajo del peto, al relance a varios toros y no se han cortado con las cariocas ni las varas traseras y paletilleras. A las figuras hay que exigirles menos poses y más cátedra. De no enmendar la plana, estos lodos terminaran por sepultarnos para la eternidad.


No merece la pena perder el tiempo en hablar de los del Ventorrillo, con fachada de palacete renacentista e interiores e intenciones de poblado chabolista. Blandearon, hubo que cuidarlos con mimo, emplear la técnica no para dominar, sino para ayudar, pegarles los capotazos justitos, dos picotazos ligeritos por barba y no bajar la mano ni atacar con la muleta.



A Ponce no lo vimos con el primero, que pareció dar la sensación de tirar más hacía Caín que hacia Abel, pero que no dejó de ser eso: una sensación reflejo del virulento pico poncista. `No va metido en la muleta y se tira para adentro´ -taurinos buscando excusas-. Mentira cochina. Metió el catedrático tal cantidad de pico y oxígeno (hueco) entre su cuerpo y el toro, que él mismo se descubría, con torpeza novilleril. En el cuarto, manso, de los que le gustan al maestro, hizo una faena de las que gustaría ver a la señora de Obama en Torremolinos. En toriles, zapatilleando, correteando como una flamenca, buscandole las vueltas que se dice ahora. Menuda mariconada. ¿Dónde están los pases de castigo de toda la vida? Me recordó, con esa manera de andarle al toro, con tantos pasitos cortos y con tanto movimiento a los buenos tiempos de Chiquito de La Calzada. O a Cantinflas. Le recetó un bajonazo infame, a los blandos, apuntando ahí, que casi le vale para tocar pelo.



Al Juli le tocó en primer lugar un importante manso, que en cada muletazo se iba como a ocho metros, volviendo como el perrillo que busca a su amo para que le devuelva el hueso, con el mismo trotecito canino y la misma lengua fuera que un chiguagua. Volvió a abusar del toreo mezquino, mecánico, colocándose en cada muletazo de canto, lo que le permite alargar los muletazos hasta donde guste, porque ni toro ni torero van exigidos y no existe ninguna ley física que impida con un simple giro de los talones que esa rotonda en sentido único que forman toro y matador no siga girando hasta que uno de los dos se muera de viejo. A dios gracias, el ventorrillo se rajó, con la música a toda pastilla y el público más asevillanado que nunca. Ya acariciaba un nuevo triunfo importante.

El remiendo de Ortigao Costa, que le va a dar un toque exótico y diferente al curriculum del madrileño, aún siendo más bobo que un juanpedro, le proporcionó tranquilidad, comodidad y una oreja. ¡Qué más se puede pedir! Volvió la burra al trigo, y Julián al martilleo muleteril, al natural fácil y templado, y al derechazo largo, que no profundo. Para no ser menos que Ponce, se llevó un susto arriesgando su vida temerariamente haciendo un circular invertido con el toro ya derrengado. Mató al julipié, pero con bajonazo. Y para bajonazo, el de Matías, que me lo han cambiao, dando una oreja pedida mayoritariamente, legal entonces, pero indigna de este coso.


Cerraba la terna Manzanares, que ha podido hincharse de orejas, rabos y patas, dada la receptividad que tiene ultimamente, y Bilbao no es excepción, el público por lo bonito, lo bello y lo metrosexual. Palabra esta última que define perfectamente el concepto de toreo del alicantino. Guapo, elegante, limpio, depilado, afeitado y pedante. Lo de este chaval clama al cielo. Considerado figura, triunfador de la temporada por detrás de Julián, sin torear en Madrid ni Pamplona. En realidad no torea en ningún sitio. Lo suyo es como en el sexto, lucir la piel tostada, el añil de sus ojos, los trajes tan cargados de oro, la expresividad de su cuerpo, los desplantes desplomados con tintes de tragedia griega mientras la bestia se mueve de aquí para allá. El pobre -me refiero al animal, o sea, al toro- realiza un trabajo más de borrico de los que daban vueltas para sacar agua de la noria que de toro de lidia, que es por lo que se le contrata y da vida. Creo que cortó una oreja, que pudieron ser dos -dicen-. Antes otra faenita de la casa, que le permitió gustarse, sentirse torero, dar lo que lleva dentro, demostrar que está en buen momento, y blá, blá, blá, blá... Pico, hueco y fachada.

jueves, 26 de agosto de 2010

Piratas del Nervión




Plaza de Toros de Vistalegre. Bilbao. Corridas Generales. Quinta del ciclo. Casi lleno. Toros de Victorino Martín para Padilla, Urdiales y El Cid.


Se reencontraban dos viejos socios, lobos de mar que lucharon en mil batallas: silenciados en muchas victorias; maltratados y empalados públicamente en los naufragios. Uno, pirata de secano, pellejo curtido por el sol, sin pata de palo, pero con un catalejo genuino que le hace ver la casta, el trapío y la emoción dónde las caras Rayban Sunglasses de otros no atinan a ver ni a Pepe Leches. Victorino Martín. Barba Paleta. El otro, sapiente sevillano como Maese Pérez, firme, valeroso y sereno, en las malas y en las buenas, acostumbrado desde sus inicios a bregar desde primera linea de proa con las bravas tormentas que arrecian de babor a estribor, mientras otros se ahogan en un vaso de agua. Las que azotan por babor, tempestades propias de la vida, en las que sólo le queda rezar al que crea en divinidades celestiales, al incrédulo, encomendarse a la piedad de los mares; las otras, venidas de estribor, son las de los enemigos que enfundan la misma espada y llevan el mismo parche, pero que no son más que zoquetes corsarios dispuestos a apuñalarte en el primer abordaje a cambio de medio vellón. El escenario: el mar más bravo, negro y cabrón en el que se puede navegar. El Oceáno de Bilbao.



Después de la tempestad siempre llega la calma, la hora de ajustar cuentas y vengar afrentas. Así lo hizo el Cid esta tarde, con dos toros de impresionante trapío y con las dificultades propias del encaste, aunque sin la fuerza y la boyantía de otros tiempos. Dos Toros, dos batallas. Sin musas, orejas ni relojes parados. Cañonazos, vendavales y mucho ruido de sables. Emoción, intriga y olor a pólvora. En la primera batalla, que acabó con final feliz, tuvo mucho que pelear, con varios momentos en los que Herbijón parecía que se iba a llevar el cofre del tesoro. Eso fué mientras la faena se desarrolló por el pitón derecho, en los que el galafate soltaba unos mandobles que ni Barba Roja. Cuando se echó la vela a la zocata, con ese animal tan incierto tatuado con la A coronada -señal temerosa en los mares de medio mundo-, a todos nos vino a la mente un relampagueo de imagenes y sensaciones hacia el pasado, tres años para atrás, cuando lo de Tralfalgar. Un torero dispuesto a hacer el toreo eterno o irse al camarón de las curas, sin mentiras, sin teatro de por medio, con el único objetivo de poder llegar a la pensión y sentirse orgulloso de uno mismo y de su tripulación, por conseguir lo que otros no pueden llegar ni a soñar. No importa que muchos naturales, por la condición del toro, fueran medios pases, otros enganchados y otros tan exigentes que hubo de poner tierra de por medio. Pero, amigo aficionado a los barcos y a la Historia, se vieron unos cuantos naturales llenos de hondura, mando y colocación que ya quisieran para ellos esos que triunfan en los simulacros con pistolas de agua que se hacen en las piscinas hinchables. Mató mal, feo asunto para un bucanero, aunque a estas alturas en las que luce galones de capitán, hay cosas que importan menos, como ese asunto de despedazar las partes cartilaginosas de los enemigos.

En el sexto, que ni por el izquierdo, ni por el derecho ni por la madre que lo parió, estuvo firme y luchador, sin mostrarle al contrario duda ni rendija alguna por la que colar. Lamentablemente, y como es norma, los papiros y los pergaminos menospreciarán la verdad. Sólo hay que navegar un rato por la red para constatarlo.



Hace años, y como aparecido de la nada, subió a bordo del navío un grumete con hechuras de conquistador español que atendía al nombre de Diego Urdiales. Nadie daba una moneda de plata por él, tan inexperto y valiente que, según muchos escribas de la época, tenía reservado uno de los dos destinos que aguardan a estos fulanos: la muerte en alguna dura batalla, allí, en las costas francesas a la que ningún apuesto marinerito español se decide a ir; o perder un ojo, una pierna, un brazo, o un huevo y quedar inútil, como todos esos viejos de las tabernas que llevan treinta años subidos a la misma historia, la de un grumete que intentó llegar a capitán y que lo único que logró fué llenar de cicatrices y roña su vida y la de sus pocos allegados.

Pues bien que se equivocaban, aquel novicio de marinero es hoy un pirata respetado, apuesto en sus formas, clásico en la manera de interpretar los vientos, surcar los mares y manejar la brújula. A tal fama va llegando que en cada puerto tiene multitud de novias que lo están esperando.


Lo de hoy es otra manifestación de poderío y arte, de saber torear con la izquierda como muy pocos, de entender, y respetar, que en cualquier contienda, y por feo y odiado que sea el enemigo, hay un código al que considerar en buena lid. Otro combate, como el de Sevilla con el Conde de la Maza, que demuestra que la ligazón no es imprescindible para que el toreo sea bueno. En cambio, sí lo es para llegar al público, que en estos casos se vuelve más consumidor que catador y termina por tergiversar cánones que olean perennes desde el nacimiento de la primera gota de agua salada. Mató con la decisión del que se arroja a aguas tranquilas y se llevó una merecida oreja que le valerá para seguir forjando su leyenda. En el quinto, otro malo, sin llegar a Barrabás, dejó muestras de compromiso y de lidia antigua, atacando al victorino por donde más le duele, costillas y tablas del pescuezo. Con marinos así va a ser difícil que se hunda la nave.


También vimos por la cubierta a un tabernero jerezano, al que llaman el Ciclón, del que aquí no vamos a contar demasiado, vaya a ser que nos hunda el barco...



martes, 24 de agosto de 2010

Moranterías de Leandro

Castella, con los piés -y el alma- hundida en la arena. Juan Carlos Terroso


Plaza de Toros de Vistalegre. Bilbao. Corridas Generales. Cuarta del ciclo. Lleno. Toros del Tajo y La Reina para Morante de la Puebla, Sebastien Castella y Leandro.


Buena corrida de los toros de Joselito, con la gran pega del lamentable y fraudulento estado de los pitones de varos animales. La mitad de lío, la otra parte, para estar bastante mejor con ella. Cumplieron sin nota en varas, dónde el público ovacionó incomprensiblemente a un picador por rejonear. Dos corridas interesantes del Tajo y La Reina, lo cual no es mal inicio para empezar a lavar su deteriorada imagen de ganadería fraudulenta.


Morante, oh sorpresa, se ha llevado el inválido de una feria donde no suelen salir lisiados. El presidente Matías, el yerno que toda madre quisiera tener, desbarró gravemente, primero en los corrales al aceptar al juvenil animal, y después manteniéndolo en el ruedo, después de varias caidas y pérdida de las manos. No se dió coba el ruiseñor de La Puebla y entre pitos fusiló al burí, que ante la avalancha carnicera del torero no hizo por defenderse. Descaste total. Con el cuarto, más toro, una media verónica de la casa y cuatro pinturerías varias, rematadas con más adornos que un jarrón de porcelana china y tenemos el faenón que mañana cantarán todas las críticas. Por debajo de sus dos oponentes, como siempre que se sale de los juanpedros, los murubitos o los gaviras.



No se merece Francia que un pegapases como Castella sea su abanderado taurino. Mediocre hasta decir basta, todo lo reduce a un falso valor, el de quedarse quieto y blanco como un fraile, y tratar de aprovecharse como se pueda de las vueltas que dan los toros alrededor de Fray Sebastian. El cuerpo humano tiene unas cien mil millones de neuronas, de las cuales el gabacho no tiene ni una preparada o estudiada para entender el toreo. Tiene una faena, hecha en casa y perfeccionada, hasta la imperfección, a base de recrearla todas las tardes durante los últimos años. Así, entre dudas y mantazos se dejó ir, con sus dos orejas, a un toro que pedía como un descosido, una muleta al hocico y un torero dispuesto. Con el quinto, que se movía pero no embestía, hizo del barullo y del engachón su credo, y del pico su religión. Se lo quitó de en medio como pudo, harto de toro y de público, que lo abroncó con todo merecimiento.


De Leandro, que sustituía a Cayetano, podemos rescatar de su segunda faena todos los remates, los pases de pecho y el toreo accesorio. Con la derecha endosó al noble tajero unas series ligadas, templadas y encajadas, llenas de gusto, pero vacías de mando y dominio. Cuando se la echó la pañosa a la zurda, la cosa cambió de registro, bajando la nota de la faena gracias a un par de series desajustadas, dónde el cornúpeta era mecánicamente despedido hacia las afueras y la colocación brillaba por su ausencia. Esto, en el sexto, de triunfo, pero que no pedía papeles. Antes hubo de vérselas con un tercero codicioso, con su punta de genio, por ende espinoso para el coletudo. También es de ley decir que tenía las defensas mutiladas, hechas un cristo. No lo vió, o simplemente no pudo verlo, porque torear, o sencillamente estar bien, delante de fieras encastadas es algo reservado para muy pocos. Para Leandro Marcos por lo visto hoy, no.

lunes, 23 de agosto de 2010

El toreo así es una baratija



Luque, trilero. Maurice Berho



Plaza de Toros de Vistalegre. Bilbao. Corridas Generales. Tercera del ciclo. Media entrada larga. Toros de Fuenteymbro para El Fandi, Miguel Ángel Perera y Daniel Luque.



Mala corrida de Fuenteymbro, que opositaba seriamente a mejor ganadería de la temporada y que se ha dejado buena parte de la nota exigida esta tarde en Bilbao. Descastada, parada y muy aburrida. De presentación, correctos, si bien alguno pecaba de poca seriedad en la expresión, con esas caras juveniles, casi con acné, que tanta credibilidad le restan a su portador. El primero, víctima del afeitado y manipulación que se lleva a cabo en esta casa, se dejó la punta del pitón en el primer burladero con el que se tropezó. El sexto, el único que se salva de la Inquisición.



El Fandi, acostumbrado al arte de lidiar borregos, antes llamado pastoreo, ha pasado las de caín con sus dos toros. En el primero, que simplemente exigía disposición, como la que tuvieron sus compañeros ayer, la inseguridad se apoderó del granadino, que ha dejado más que demostrada su incapacidad para apechugar con lo que se sale de los comportamientos tontunos y modernos del toro artista. Con los rehiletes, estuvo ahí sus minutos, que vamos a tener que empezar a pedir que den avisos en banderillas, recorriendo todos los tercios, bailoteando con los cornúpetas de aquí pa'llá y clavando al estribo y haciendo cabriolas, como si de Diego Ventura se tratara. En el cuarto, más de lo mismo, nula claridad de ideas, valor justito y calamocheo y gazapeo por parte del torero, que no paraba de mostrar su desagrado con la cabeza y las plantas de los pies, más sobresaltadas que de costumbre. Al de las cien corridas, con diez o doce al año en las que se encartelara con Toros y Aficionados, le sucedería como al Ferrari de Fernando Alonso, que es pisar el pedal de freno y se va de 100 a 0 en siete segundos.



*Aclaración: el toro de la imagen no está disecado. Maurice Berho



Perera, que vive en un bucle permanente, en un tiempo parado, sin ser de La Puebla, en el que todas las tardes se repite la misma historia, la de un muchacho extremeño al que le va hasta límites preocupantes Lo Domecq, hasta llegar al punto de cometer la escena casi pornográfica de dejarse rozar la taleguilla con uno de esos pitones que cuarenta y ocho horas antes yacían enfundados en una pipeta de plástico. Puro sadomasoquismo. Sólo le falta cambiar el traje de luces por el de cuero. Hubiera cortado una oreja en el primero, que no sabemos si era bueno, malo o regular para el último tercio, pues le fueron negadas las distancias, la capacidad de venir atacando, por consiguiente, la dificultad de llevarlo o traerlo toreado. Valga el símil circense del domador que dice serlo con un león enjaulado en un zulo, harto de chacinas y amaestrado a base de látigo. ¿Es domador o es un farsante? ¿es un valiente o un cuentista? En su segundo, sacó la otra parte del repertorio: el pegapasismo, el piloto automático y las decenas de muletazos sacados de su picoteca particular. `He estado mucho tiempo delante de la cara del toro´, afirmó al término de su faena, con cara de satisfacción y rotundidad clamorosa, lo cual muestra la necesidad de estos toreros, sin oficio y sin nada que aportar, de avalar su caché a base de pases, minutos y orejas. Cualquier día empiezan a tarificar como la Telefónica, por minutos, o por pasos...



Cerraba el cartel de la vanguardia torera Daniel Luque, que a pesar de ser el gran fracaso de esta temporada sigue entrando en todas las ferias, en carteles de postín cobrando un pastón. Otro día más de toreo invertido, para aficionados invertidos, que no son capaces de ver la gran mentira en que se ha convertido el sevillano. Si otros, casi todos, pueden ser acusados de traidores al toro por descargar la suerte, a este torero habría que excomulgarlo. Adelanta, y cada vez es más frecuente, la pierna que no torea, escondiendo vilmente la pata de salida, que no es lo mismo que te revienten la femoral a que te hagan un esguince de coxis, con lo que duele al sentarse. Al sexto, el menos malo de la tarde, que se fué ovacionado, y van siete de doce -empiezo a recelar del público de estos primeros días-, le colocó una faenita pinturera, aseada y desapegada, que le hubiera valido para pasear una oreja en plaza de primera, paseo que debe de echar de menos, y no por falta de oportunidades.



Merece la pena destacar el coraje y la honradez de Joselito Gutiérrez, de la cuadrilla de Perera, que sacó fuerzas y agallas de donde sí las había, y puso dos pares con exposición, clasicismo y riesgo. Otro que demuestra la teoría tiránica de que hay banderilleros de oro a las órdenes de matadores de plata.

Aguilar, naturalmente

Aguilar, naturalmente. Maurice Berho.



Plaza de Toros de Vistalegre. Bilbao. Corridas Generales. Segunda del ciclo. Menos de media entrada. Toros de Alcurrucén para Antonio Barrera, Sergio Aguilar y Luis Bolívar.



Llegan las Corridas Generales, dueto de palabras que cascabelean a Toro, seriedad y derramamiento de adrenalina, cuando no de sangre. Bilbao es la prueba feaciente de que haciendo las cosas bien se puede satisfacer a todos: al aficionado de Vistalegre, que es la envidia del de toda España; a los administradores de la plaza, que siguen teniendo rédito y manteniendo el nivel del coso; y a los toreros, que encuentran recompensa a los sudores fríos y el terror que les produce pisar las arenas cenicientas del Bocho.

Una señora, la de Alcurrucén. Como lo serán las que vienen por detrás. Las cabezas de camada, a Bilbao. Las dolores de cabeza, a Madrid. Seis toros, musculados, sin exceso de peso, muy en tipo, con unas defensas pavorosas y comportamientos variados, algunos hasta propios de un toro de lidia y no de los borregos a los que estamos acostumbrados cada tarde. La media docena de alcurrucenes se fueron ovacionados, algunos excesivamente, con alguna oreja de más, sin perder una mano ni afligirse lastimeramente. Herbívoros, rumiantes pacíficos, incapaces de herir minimamente al torero, según el docto Mosterín. Sergio Aguilar no tiene la misma opinión.



Abrió la feria Antonio Barrera, cuyo argumento más solido para ganarse, y muy bien por cierto, la vida toreando, es el bullicio y el lío, ha deambulado durante toda la tarde inseguro, sin arriesgar un ápice, mermado en sus facultades físicas y quién sabe si anímicas. A su primero, un tío que pedía otro tío, le recetó tres puyazos, con sus respectivas cariocas y frituras mixtas de fullerías que poco tienen que ver con el ahormamiento del toro y sí más con el apocamiento del torero. Como no conviene mezclar churras con merinas o cuvillos con barciales, es necesario decir que ese toro, que tenía un gran poder que no empleaba, exigía, por lo menos, tres entradas al caballo, aunque de forma más cabal. En la lidia de muleta, afligido Barrera y campeador Deseadito, no pudo haber lucimiento, ni toreo, ni musas, ni siquiera dignidad, pero si hubo una cosa: verdad. Una de los axiomas inamovibles de la tauromaquia dictamina que cuando sale el Toro, lo más lógico es que sea el vencedor. En tardes así, en las que no se afeita la Fiesta, hay que respetar al matador, por desafortunado que esté.

Con su segundo, también Deseadito de nombre, anduvo más porfión, más en Barrera, con su repertorio de pases despegados y picudos, y una batería de zapatillazos que se sintieron hasta en Cuenca, dónde Finito, Ponce y Juli mataban unos santacolomas trucados con los que regalan el diploma de figura que no hace ascos a nada. Diploma que no le hace falta al sevillano, que aunque carece de duende y oficio, no va corto de vergüenza, y ya se mete hasta con Miuras en Francia.



El personaje de la tarde en el reino es Sergio Aguilar, torero gallardo al que le niegan el pan y la sal, con argumentos vacuos, como el muy manido de la frialdad y la falta de chispa, cuando la chispa la tiene que poner el Toro. Sigo pensando lo mismo de siempre, que tiene mucho más del buen José Tomás que este José Tomás de piedra con el que nos apedrean en los últimos años. Por firmeza, colocación, verdad y orgullo, Aguilar debería de estar encartelado en ferias como lo que es, uno de los mejores. Cuando salía el segundo de la tarde, que saltó al ruedo ovacionado, igual que cuando lo abandonó arrastrado por las mulillas -un honor que no tiene ningún indultado-, se barruntaba que algo importante, de la importancia de los antiguos, iba a acaecer en el ruedo. Faena emocionante, poderosa, por la derecha, por poner algún pero, un tanto despegado. Aguantando gañafones y las dudas del toro, que una vez te embestía por fuera y a la siguiente por dentro; que igual se le paraba en la taleguilla, que arreaba con más genio que codicia detrás del lienzo. Eso es torear, vencer las dificultades propias de un Toro. Así, la faena discurrió entre la seriedad de Barbito y el buen hacer de Aguilar, hasta que se cambió la muleta de mano, cambiando con ello su suerte y la de los aficionados que han podido disfrutar de ella. El nuñez no iba, cuando digo ir quiero expresar lo que los taurinos llaman embestir como una burra, y no hacía nada más que tirar cornadas y buscar al torero, que apenas si podía defenderse del acoso. En la barrera, apoderados y en los micros, los showman, le pedían que volviera a la derecha, `que es más fácil´. Nada de nada. A palabras necias, oídos sordos. Torear con la derecha saben hasta los fiambres, con la izquierda unos pocos vivos. El orgullo y el placer de sentirse torero lo ha llevado a recibir una cornada en el muslo, cuando la cosa con la zocata todavía iba así así, madurando a fuego lento. Con las carnes ya abiertas, y no lo serían por última vez, se produjo la magia taúrica, el viejo arcano de Joselito el Gallo, el poderío, el mando del hombre sobre el bruto en una serie de naturales encajados, de mano baja y muleta mandona que hicieron crujir los huesos de la bestia como si fuesen de cristal. En esta tanda ganó Aguilar, en la siguiente la bestia le infirió una cornada de gancho de carnicero. Gloria a los toreros que pueden presumir de serlo.



Bolívar se echó a cuestas tres de estos toros, con lo que pesan -y no me refiero a los kilogramos-. En términos generales el colombiano estuvo muy dispuesto, sabiendo lo que se jugaba y haciendo gala de una mente despejada -con algún nubarrón- y un oficio que lo van a ir sacando del hoyo en el que se ha empeñado en meterse. ¿Estuvo bien? Sí. ¿Debió estar mejor? También. En su cuenta de déficit hay que apuntar que estuvo mal con el toro que más exigía, el tercero, mansito con transmisión que no lo dejó asentar las zapatillas ni un momento, y que le ganó la partida sin discusión. Una gran estocada maquilló su labor.

La oreja la cortó en el más noblón de la corrida, con el que con una faena más comercial y moderna, empezada con el ordinario pase cambiado por la espalda, varias series de derechazos y un arrimón, casi ya en tablas buscandole las vueltas al manso, y al público, que llegaba muy sensibilizado a estas alturas del festejo.


Otra le hubiera cortado posiblemente al sexto, un galán de las películas en blanco y negro, encampanado, con rizos en la testa y porte de bravo que se hizo dueño del ruedo con su sola presencia. Más clásico Bolívar en este ocasión, muleteando con templanza y gusto al natural, pero errando a espadas. Sale con fuerza del mal trago.

viernes, 20 de agosto de 2010

¡1874! - ¡1914!

Joselito, Belmonte y Rafael el Gallo. Plaza de toros de Barcelona, 27 de Junio de 1919. ¿Cualquier tiempo pasado fué mejor?




El Liberal,
3 de Mayo de 1914,
Primer enfrentamiento en Madrid entre Belmonte y Joselito.
Crítica de Don Modesto.



Seis de Contreras. Gallo-Joselito-Belmonte

¡1874! - ¡1914!



Si no me engaña la memoria, la Plaza de Toros de Madrid se inauguró en un día de junio de 1874. Han transcurrido, pues, cuarenta años o yo no sé nada de aritmética elemental.

Bueno; pues en esos cuarenta años, lo juro por la gloria de mis abuelos y por mi honor de hidalgo castellano, no se ha realizado una faena de muleta tan enorme, tan formidable, tan monstruosa, tan... increíble como la que realizó ayer, 2 de mayo de 1914, á las seis y veinte minutos de su tarde, Juan Belmonte, torero, natural de Sevilla, barrio de Triana, conforme se entra á mano derecha, que es el lado donde este fenómeno de la tauromaquia debe tener colocado el corazón, porque si lo tuviera en el izquierdo, como le tenemos todos, no rebasaría la línea de lo natural.
Y Belmonte, que es muy feo, dicho sea sin ánimo de ofender, en estos supremos momentos de la lidia -de su lidia, no de la lidia vulgar y corriente- se transfigura hasta alcanzar el grado mayor de belleza, que pudiera concebir la imaginación de Fidias y Praxíteles.
¡1874! - ¡1914!
He aquí dos fechas que se grabarán con caracteres de fuego en la memoria de la afición.
Y fué á las seis y veinte de la tarde.
Aún vibran en la atmósfera los estridentes alaridos de la muchedumbre, embriagada. El mismo sol, que se hundía en aquel momento en el horizonte, abrió los ojos, para contemplar unos segundos de la inenarrable faena belmontina, y se detuvo.
Por eso, advertirán ustedes que en la Plaza había luz, mucha luz, y por eso verían que todos los rostros, congestionados por la emoción, parecían que iban á reventar.
¡Un asombro!
¡Lo que no se había visto nunca!
La faena de muleta -luego les diré á ustedes cómo fué- realizada por Juan Belmonte en la Plaza de Toros de Madrid el 2 de mayo de 1914, á las seis y veinte de la tarde, es la faena más grande que se ha hecho desde que existe la lidia de reses bravas.
Lo afirmo, lo proclamo y lo juro, con la mano puesta sobre el corazón y en el pleno uso de mis facultades mentales.
Y para que conste, requiero la intervención profesional de todo el Colegio de Notarios de Madrid, con su ilustre decano, el respetable Sr. Don Bruno Pascual Ruilópez, á la cabeza.
Y si miento, exagero ó me equivoco, que me fusilen por la espalda sin oirme.
¡Jesús, María y José!



¡Expectación!



¡En mi larga vida profesional no he conocido una más intensa conmoción del entusiasmo público!
Ayer -primer encuentro de Joselito y Belmonte en el ruedo madrileño- ha sido el día indudablemente, en que ha alcanzado mayor grado de efervescencia la afición á los toros.
No quedaba en los despachos, ni en mano de los revendedores, ni una sola localidad y, sin embargo, en las calles céntricas, en los cafés, en los círculos, se cotizaban los billetes á precios fabulosos. En un casino, un socio vendió á un compañero, en treinta y cinco duros, una contrabarrera de sombra.
A diez y doce duros fueron muchos los tendidos que cambiaron de dueño.
Y aún así, pasó de tres mil el número de aficionados que no pudo entrar en la Plaza.
¿Ha existido jamás una tan extraordinaria expectación? Yo no lo recuerdo. Y sí recuerdo grandes acontecimientos taurinos, en los que la fiebre de la muchedumbre se elevó á considerable altura.
La enorme ansiedad que el encuentro de Joselito y Belmonte provocaba se extendió á las principales capitales de España, y de Barcelona, Sevilla y Valencia viajaron muchos aficionados para presenciar la lucha. En Sevilla era tan honda la conmoción popular, que varios periódicos anunciaron al público que en los transparentes de sus balcones irían dando los telefonemas, con la reseña de la corrida, conforme se fueran recibiendo.
A las tres y media de la tarde no se podía circular por la calle de Alcalá. Centenares de coches, autos y tranvías caminaban lentamente, porque la aglomeración les impedía acelerar la marcha.
Se hablaba de coche á coche, se gesticulaba. En los ojos de la multitud brotaba el entusiasmo. Los gritos ensordecían. El padre Febo, benévolo y sonriente, templaba la atmósfera con sus mejores rayos.

¡Joselito!
¡Belmonte!
¡El Gallo!


¡Paso á las humanas olas,
que, cual creciente avenida,
van buscando en la corrida
emociones españolas!


Las flores de sus corolas
vierten fragantes tesoros;
canta el pueblo patrios coros,
y el sol con su luz nos baña.
¡Plaza al valor! ¡Viva España!
¡A los toros! ¡A los toros!



Joselito I, el Sabio


Hemos de reconocer, y entro ya en el terreno de las apreciaciones, que el público no acogió con buena cara al famoso Joselito.
Soy acérrimo enemigo de las injustificadas prevenciones contra cualquier luchador, y cuando ellas recaen en uno que, por sus excepcionales condiciones, debería ser siempre acogido con aplausos, mucho más.
Joselito, con sus diecinueve años, ha conquistado en honrosa lid el entorchado de capitán general, y si esto no le puede servir de vacuna preventiva para aislarle de toda protesta, cuando por su conducta en el redondel se haga acreedor á ellas, sí, creo yo, que debería facilitarle fácil acceso en la estimación pública, pues, con tan corto número de años, nadie, desde que el toreo existe, ha llegado á catedrático de los que saben y pueden enseñar.
Yo no sé á qué obedece a esa extraña actitud de las gentes para con un torero de tan singulares merecimientos, aunque me sospecho que la labor que alrededor de los muchachos realizan sus fervientes é incondicionales admiradores pudiera ser la causa de ello. Se habla mucho, se murmura de largo y se comentan con calor y apasionamiento ciertas campañas que dicen que hacen unos contra otros, y aunque el buen público ignora á qué míseros teje manejes se dedican los difamadores, lo cierto es que á la superficie suben ciertas misteriosas burbujillas que acusan suciedad en el fondo. ¡Y es lástima que tal cosa suceda con inteligentes lidiadores, que no necesitan de tan malas artes para triunfar. Y conste que no aludo a Joselito ni aludo a Belmonte. Hablo en términos generales, para lamentar y condenar los procedimientos empleados.
Ayer, Joselito traía ganas de pelea. Está en la fuerza de la vida, y su sangre joven se enardece en cuanto los clarines anuncian el principio del espectáculo.
Como puede mucho y sabe mucho, no es torero á quien deslumbra fácilmente el centelleo de una ovación. El sabe que no concluirá la fiesta sin que la ovación estalle, y aguarda el momento oportuno para provocarla.
En el primer toro que estoqueó, sobrado de facultades y dominando la situación, hizo una faena aceptable; pero no todo lo apretada que el concurso hubiese deseado y al herir, con el brazo suelto, le arqueó hábilmente, para dar con la muleta excesiva salida.
El entendió que la condiciones del bruto no le invitaban á grandes lucimientos y se deshizo de él decorosamente.
Pero salió el quinto, y aquí el muchacho que apreció sus buenas cualidades, puso cátedra de toreo y arrancó al concurso una de las ovaciones más formidables que se han oído en la Plaza de Toros de Madrid.
Con las banderillas, después de intentar el quiebro, que no pudo dar, porque el bicho no se le arrancaba, metió cuatro pares superiores, especialmente el último, puesto de dentro á fuera y en terreno tan apretado, que tuvo que subirse en el estribo para engendrar el arranque. ¡Colosal!
Requirió luego espada y muleta, y solo, en los tercios del 3, trasteó á su enemigo, ceñido, inteligente, con pases de todas las marcas y todos los estilos. El cornúpeto obedecía al espada como inocente corderillo.
Citó a recibir dos veces, alargando mucho el engaño y aguantando a pie firme; pero el bruto no le acudió. Y, al fin, en corto y al volapié, metió una media, en la misma cruz, que hizo doblar.
Faena de un gran torero, de un inconmensurable torero, que sabe aprovechar las ocasiones y que se fuma las brevas cuando alguna cae en el cesto, como ninguno.
El público enloquece con la maravillosa labor de este niño maravilloso, y un clamoreo general pidió la oreja para el muchacho.
El presidente vaciló algunos instantes y accedió al fin. ¿No habíamos quedado en que ya no se iban a cortar más orejas en la Plaza de Toros de Madrid?
¿Ve usted, amigo Hache, cómo contra el público no se puede ir?
¡Joselito I, el Sabio!
No quito ni una letra. Un torero tan largo como Guerrita, y quién sabe si más.
Si éste logra al torear que la emoción del público no desaparezca, como desaparecería cuando toreaba el Guerra, sólo Dios sabe á dónde podrá llegar Joselito.
-¿Quién borra la hermosísima lidia del quinto toro?
-¿Quién?.. Aguarde usted un momento...



Lo inenarrable



Salió el último, negro, gordo, fino, bien puesto de alfileres, un poquillo apretados.
Belmonte corrió á su encuentro y se abrió de capa.
Siete lances estupendos, tres de ellos sin enmendarse. Cogiendo al bruto, empapado en el percal, metiéndole en el estomago y sacándole con un artístico movimiento de brazos. ¿Y los pies? Como si se los hubiesen cortado por encima de los tobillos. ¡Qué manera de parar! ¡Qué modo de jugar las muñecas!
Rugió el público. Belmonte seguía toreando, cada vez más metido dentro del toro. Terminó, al fin, con un recorte espeluznante.
Caballeros, permítanme ustedes que les diga, sombrero en mano, y con todos los respetos que ustedes merecen.., que eso, eso es torear.
Hagamos caso omiso de la centelleante ovación al intrépido trianero, porque se me van á concluir los adjetivos y aún hay mucha tela que cortar.
Y, medianamente banderilleado el de Contreras por dos apreciables muchachos, sonaron los clarines, y Belmonte mandó retirar á todos y se dirigió al bruto, que se había emplazado en medio del redondel.
Un paso ayudado por alto, formidable; uno natural, girando sobre los talones, estupendo; un molinete, otro, luego dos o tres pases de rodillas, siempre pasándose al toro entero por delante del pecho y siempre con los pies clavados en la arena, como si tuviera tornillos. Cada muletazo era una explosión. La multitud, congestionada, se había puesto en pie, ya ronca de gritar, y el trianero, impávido, frío, como si nada fuera con él, seguía muleteando entre los pitones, arrodillado antes de citar y levantándose ya con el pase rematado. En dos molinetes crujieron los huesos del toro como si hubieran sido de cristal. Luego, agarrado á un pitón, tiró de él con la derecha, para meter la cabeza del bicho en el engaño.
Se irguió el arrogante y dió un pase natural, que hizo que se me saltaran las lagrimas. No ví nada más hermoso, más artístico ni más valiente...
Entonces fué cuando el sol se detuvo en su descenso. Y se le cayó la baba, ¡vaya si se le cayó! Como que cosa más grande no habrá visto desde que alumbra al mundo.
Pinchó el trianero tres veces en lo alto. ¡Por qué no pincharía trescientas! Porque después de cada pinchazo reanudaba la faenita aquélla, que sólo se vió ayer en la Plaza de Madrid des que el toreo existe.
Una corta, un poco desprendida, dió con el cornúpeto en tierra.
El toro le había matado Belmonte con la muleta.
Renuncio á describir el delirio de la multitud. No me sería posible. Hay cosas en la vida que no se pueden contar. Hay que verlas, para apreciarlas.
Y una de ellas es la faena de muleta que hizo ayer Belmonte con el último toro de la tarde.
Se pidió la oreja y el presidente vaciló unos segundos y no la concedió.
¡Hizo bien!
Es poco galardón el de la oreja para una faena así. La cabeza del toro aún me parecería poco.
¿Fenómeno?
Sí, señores. Lo dije el primer dia que le ví torear y ahora, un poco engallado por mi acierto, lo repito.
Sus detractores aseguraban que con becerros solamente hacía Belmonte cosas fenomenales. ¡Infelices!
Sí, señores... ¡FENÓMENO!
Dos líneas para concluir.
El Gallo tuvo una tarde muy mediana. Toreó muy cerca á sus dos toros; pero como siempre por la cara. Con el estoque, sin pasar el fielato.
Los toros de Contreras, bien presentados y de bonita lámina; pero de escasa bravura. Cumplieron a duras penas con los picadores.
La entrada... que se lo pregunten al empresario.


¡Resumen!


¡Belmonte!
¡Joselito!
Joselito es sencillamente colosal. Sus faenas en el quinto toro igualaron á las más grandes de Lagartijo, Frascuelo, Guerra y Bombita. ¡La quintaesencia de la sabiduría al servicio de una voluntad que se movía á impulsos del pundonor y la vergüenza! ¿He dicho algo?

Lo de Belmonte no tiene precedentes en la historia de la tauromaquia. La faena más grande que se ha hecho desde que el toro existe.
¿Fué un sueño? ¿Una quimera? ¿Una alucinación?
Sí, eso fué. La trágica alucinación de un cerebro enfermo.




DON MODESTO

miércoles, 18 de agosto de 2010

La ortodoxia de la sangre








Dicen que la sangre de los hombres huele a metal, a hierro, por aquello de que el hierro es a la hemoglobina lo que el Toro a la tauromaquia. El olor que desprende la linfa de los toreros, que sirve para revelar, sin tapujos, su verdadera condición, varía dependiendo sobre que raza de toreros estemos apuntando.


Las heridas, escasas, de los que hacen como que se juegan la vida, rezuman y exhalan olores a gasolina y nicotina, tan adictivos como repulsivos. Esencia y toreo industrializado al por mayor, de venta en surtidores y estancos, -de primera, segunda o tercera, que más da- que han acabado eliminando y arrinconando a la tienda de ultramarinos que se esconde bajo la descascarillada fachada, la quincallería de la esquina o la vieja carbonería, lugares en donde no se vendía nada, pero en los que era frecuente encontrar pureza en el género, sabores recios en las talegas de las especias y calor y amparo en el carbón hurtado de las entrañas de la tierra.


A los tios que se juegan la pelleja sin mentiras ni fullerías la sangre les huele a romero y tierra mojada, alegorías terrenales del ciclo de la vida y la muerte; de la liturgia taúrica de los tres tercios; de la lucha de igual a igual entre hombres con corazón de Toro y Toros con la astucia de los hombres; del polvo somos y en polvos nos convertiremos, que se repite todas las tardes, en lugares tan dispares y con gentes tan opuestas que hacen de la plaza de toros uno de los pocos lugares donde la voz del pueblo no atiende a la voz del amo, ni la del animal a la de la mano que le da de comer.

¿Hay en estos tiempos de cretinismo humano personajes más auténticos; filósofos que sepan más, por el contraste entre sus carnes abiertas y su leyenda de héroes con la capacidad de su bolsillo y la forma de vida, de los albures de la vida; o mejores defensores del orden de la naturaleza que los toreros? Lo pongo en duda, pero más que nada por no parecer un lunático de la madre tauromaquia. Para el lector que necesite evidencias como Santo Tomás de Aquino, que meta el dedo en las llagas culturales y humanistas que nos rodean: Obama de Premio Nobel; el sillón eñe minúscula de la Real Academia Española es de Ansón y sus razones, la uve mayúscula es otra de las propiedades del Priso Juan Luis Cebrián y la u minúscula se le queda chica al estomagante Muñoz Molina; el séptimo arte lo tenemos adulterado por la proliferación de personajes hechos de pixels y bits, que acabaran por convertir el oficio de actor en el de mamporrero con verbigracia; la primera gran obra literaria del siglo XXI, según la crítica y las ventas, es una trilogía de novelas sobre una chica, agujereada y tatuada, que parece un chico, que no le dice never ni a la carne ni al pescado, que hace de su vida un juego con hombres y ordenadores, que vienen a ser casi lo mismo; los musicales de Broadway y Mecano, con sus niñas monas cuasi raptadas de castings de telebasura, siguen invadiendo los teatros, otrora ruedo de actores de método, capaces de enloquecer interpretando al Quijote, al Licenciado Vidriera o al Perote de Lope de Vega; y el postre o la postra, el colofón o colofona, lo pone Zapatero, con su sonrisa de intelectual, sus cejas de ente interesante y su talante de hombre sereno, cabal y bueno, por aquello de antitaurino -casi todo el mundo ya conoce que el aficionado a toros es un vándalo que merece la horca o una invasión de la OTAN cuando saque el pañuelo verde en el tendido-. Me da vergüenza que el presidente de cuarenta y siete millones de personas asista a las cumbres internacionales con el botijo, la boina y el peine en la cartera, incapaz después de seis años en Moncloa de manejarse en inglés con sus homólogos, necesitando en la cuadrilla un traductor, como si se tratáse del presidente de Ruanda, Sri Lanka u Osetia del Sur. Su preocupación radica en hablar catalán, mucho más rico y necesario que el inglés, idioma que manejan seiscientos millones de personas, entre los que se encuentran muchos españoles sin trabajo, sin dinero y sin talante. Definitivamente, la tauromaquia además de ser eterna, sigue siendo lo más moderno que pueden ver nuestros ojos, mientras no nos dejen ciegos. Englobar la tauromaquia como una rama de la cultura es menospreciarla y rebajarla. El toreo, ya lo dijo un sabio, es grandeza.



Cuadrilla de Julien Lescarret con Miuras en La Madeleine 2010. Photaurines.



Casanova en San Isidro con los Cuadri. Paloma Aguilar



El Boni, en Madrid, con un Palha que no quiso banderillear Esplá. Salmonetes



Luis Mariscal, el día de la Virgen (que le echó un capote) en Sevilla. Sevillataurina.




Ortodoxia y Heterodoxia. No son dos ramas filosóficas orientales -que bien podrían serlo-, ni dos de esos nombres tan poco amables para su portador con los que nuestros bisabuelos bautizaban a sus hijas. Es de necios denunciar que la ortodoxia es la bandera que utilizamos los aficionados integristas para fastidiar al prójimo, un capricho estético en los gustos de este mismo sector o un mandamiento de unos cuantos dinosaurios que se resisten a desvincularse del pasado. El Toreo sólo puede ser ortodoxo, no hay opción. A lo otro, lo heterodoxo, le reconozco y no se me caen los anillos, que puede ser bello, cautivador e incluso emocionante, pero sigue adoleciendo del sentido, continua sin satisfacer la finalidad misma del toreo: dominar los impulsos de un animal indómito.



- Pero que listillo que es el de Hasta el rabo todo es toro, ¿acaso los heterodoxos no son toreros ni se llevan cornadas, ni ponen su vida en juego?


Pues claro que sí, faltaría más. Si hablamos de que éste es un oficio, tenemos que decir que en todos los trabajos ocurren accidentes, en ocasiones culpa del material y de las herramientas, que por desgastadas o defectuosas te pueden jugar una mala pasada. Sin embargo, la estadística dice que en la mayoría de los casos todo viene por un error humano: exceso de confianza y desatención ante un laburo tedioso, que ya nos conocemos de memoria; pluriempleo, demasiados dias trabajando a la semana; o simplemente, incapacidad para desarrollar una actividad.


De forma análoga a estos pegapases -que es lo que son- heterodoxos, existen personas mutiladas en accidentes ferroviarios mientras cruzaban en burro un paso a nivel a las que a nadie se le ha ocurrido llamarlas maquinistas; o calificar como pilotos a las miles de víctimas que estaban en las Torres Gemelas y que perecieron a causa del choque de los aviones. A cada cosa, por su nombre. Y estos ni son toreros, ni siquiera lidiadores; sí matadores de toros, más por la alternativa que por la maña.



Paquirri en Granada. Ideal



El Fandi, en cualquier sitio y a cualquier hora.



El Fandi, violín que te crió.




Ferrera, de festival.


Los clásicos -mucho mejor que ortodoxos-, viven y sienten de otra manera. Para empezar, gracias a su pata pa'lante, su estima por el pitón contrario y su vergüenza, hacen que junto a los trastos de torear y los de matar, entre las puntillas y los verduguillos, viaje la guadaña junto a su dama. No hay tarde que no estén expuestos a ellas. Son los verdaderos novios de la muerte sin necesidad de cabra, himno o legión.


Los de los unos y los hotros, son miedos muy diferentes. A los distintos, que no asumen al burí como enemigo, sino como colaborador, les asusta el toro y sus cositas: el calamocheo, el gazapeo, el geniecito o el gañafoncito. La muerte, la tragedia, les suena a NO-DO, a Matías Prats y a Manolete. A fachas y señoritos. Los otros, los puros, que conocen bien el percal, se dejan cada tarde los cuartos, las escrituras del cortijo y la fotografía de la familia en la mesita del hotel, y marchan montera en mano para la plaza, a vencer sus miedos, entre los que no se encuentra el del Toro, al que sin embargo, respetan y veneran. El orden de importancia que conceden a sus temores son el fracaso y la muerte, aunque algunos, por la proximidad y el roce con ella terminan por tratarla de tú. Al fracaso, a la responsabilidad, sin embargo, no pueden apuntillarlos hasta que no se cortan la coletilla.



Si estos días tienen el privilegio de pasear por Sevilla -abanico en mano- notarán que el olor a azahar que pregona la letrilla hace ya que caducó, y que el de la cera y el incienso se encerró junto la Virgen de la Aurora en Resurrección, hasta el año que viene. El aroma de este agosto en la atmósfera sevillana está impregnado de romero y tierra mojada, y no porque haya vuelto el Faraón, con sus legiones curristas, ni porque los barcos que subían por el Guadalquivir con el albero para la Maestranza hayan vuelto a la ruta. Ese olor proviene del monte del Baratillo, de la sangre de un tío de la tierra al que jamás podrán decirle que lo pilló el tren paseando por los andenes y la periferia o que lo volteó un avión, mientras pensaba en las musarañas de Cuvillo. Huele a gente que quiere ser, y es, algo en esto por méritos propios. Huele a Luis Mariscal.



Gentes como Mariscal, el Boni, Luis Carlos Aranda, Montoliú, Carretero, Domingo Navarro o Trujillo, son las que hacen que el aficionado más cuerdo siga perturbándose cada vez que acude al tendido. Gracias a todos ellos, y algunos más, me reafirmo en mis trece: si volviera a nacer cien veces, cien veces que volvería a ser aficionado a los toros.

Y a los toreros buenos.





sábado, 14 de agosto de 2010

Los Toros en Cultura nos llevarán a la incultura






¿Ser o no ser? ¿Cultura o Interior? He ahí la cuestión. El taurinismo está que no para. Si a principios de año nos contaron que el problema de que los toros fueran chicos, feos y bobos eran la yerba y las aguas caídas del cielo ahora se han sacado de la manga que el toreo está escacharrado porque no está en su sitio: el Ministerio de Cultura.


Desdel el G-7, autoelegidos por ellos mismos como representantes ante el gobierno, de trescientos años de tauromaquia, esgrimen con la misma naturalidad que un bacalao en una cazuela, que se consideran artistas, que pagan como artistas y que reciben medallas igual que los mejores artistas.


Sus argumentos dan tanta lástima como los toros que eligen para torear. Para empezar, no existe la convicción de que el hecho de tomar la alternativa te convierta por arte de biribirloque en artista. Sólo los elegidos por la naturaleza, el destino y el azar lo son. Y no son muchos.


El enfoque del parné por parte del taurinismo es un poco sui géneris, para variar. Nos sería fácil encontrar en una de esas cariñosas entrevistas que hacen los revistosos a los apoderados, y que se parecen más a aquel programa de Jesús Puente de `Lo que necesitas en amor´que a un trabajo periodístico, declaraciones como: `no vamos a hablar de las cifras que nos ofrece la empresa porque es de poco señorío hablar de dinero´. Ahora bien, a la hora de cotizar en la Seguridad Social y pagar impuestos, bien que nos restriegan por el hocico los millones y los tantos por ciento -a la mierda el señorío- que van a parar a las arcas del Estado desde sus esportones. Se quejan como mansos porque cotizan como artistas, mientras por otro lado nos venden la moto del arte, el empaque, las musas y las esencias. A ver en que quedamos, señores taurinos.


También se les olvida -¡que memoria la suya!- que una entrada al Museo del Prado vale entre 4-8 euros (a veces es gratuita); que ir a pelar la pava al cine con la parienta te cuesta otros 8 euros; que por 25 euros (20 en anticipada) puedes ir a ver los rizos de Bisbal; o que puedes ir al Teatro Alcázar de Madrid por 13 euros a descuajeringarte con La Venganza de Don Mendo. ¿Cuánto vale ver a las figuras? En la mayoría de los casos, grandes plazas aparte, vale tanto como asistir a las cuatro actividades anteriores juntas. No conozco ningún actor que cobre 20, 30, 50 millones de las añoradas pesetas por cada sesión de teatro, o músico que -quitando las superestrellas- facture eso por concierto, como también pongo en duda que un escultor haga esa caja tras una semana con sus obras expuestas al público. Los toreros son como aquellos niños que decían `mamá quiero ser artista´. Para lo que les interesa.


La prueba del delito con la que quieren poner al gobierno mirando a la Meca es la medallita, una así gordota, de oro de la que cagó el moro, que se las dan cada año a cofradías de intelectuales. Medalla a las Bellas Artes. Como si valiera para algo. Un torero, cuando llegue a viejo, lo que tiene que tener es una relación de dos a uno, entre cornadas que te cosan el pellejo y cabezas de toro desorejadas colgadas de una alcayata. Si es con alguna bronca con cuartelillo y calabozo, y alguna extrema unción, mucho mejor, dónde va a parar. Curiosos, aunque de este personaje no sorprende nada, son los vaivenes de Morante con el medallón. Empezó diciendo que era una vergüenza que se la dieran al Niño de Paquirri, enfrentándose a toda la reata de Alba y a la aristocracia sevillana, para, meses más tarde, donde dije digo digo Diego, formar parte de la familia taurina de Curro Vázquez. Ahora, va un paso más allá y toma la dichosa medallita por bandera, utilizándola como santo grial del toreo, como garantía irrefutable de que estos muchachos son artistas.



Toros en Cultura suena a Juan Pedro Domecq; a cariocas; a bajonazos infames; a alguacilillos vestidos de flamenca; a fundas hasta para los cabestros; a sillas, violines y manoletinas; a orejas, rabos y patas en Las Ventas; a más cervatillos de Cuvillo; a ruedas de peones; a Isabel Pantoja de Presidenta; a corridas limpias y desinfectadas; a monteras como la de Padilla; al adiós de la sangre; a verbenas en los corrales; a pasosobles por el hilo musical hasta en los aseos de las plazas; a divisas de purpurina y hierros ganaderos creados por Barceló; a trastos de torear grandes y toros chicos; a muerte del torismo; a tercios de banderillas de velcro; a caballos de picar con petos de lunares; a la abolición de los sorteos; a ley del aborto para fetos con reata demasiado brava; a Ruíz Miguel y Enrique Romero sentando cátedra en la Universidad; a afeitado legalizado; a presidentes durmiendo en calabozos; a avisos de un cuarto de hora; a pico de la muleta; a indultos televisados a través de Telecinco; a puntilleros con el cuchillo del jamón; a las críticas de Karmele Marchante y Coto Matamoros; a quince ediciones más de `Del toreo a la bravura´; a una película de Disney en 3-D sobre Idílico; a la sustitución del paseíllo por cabalgatas; a los nuevos cánones: pata atrás, toro lejos y torero fuera de cacho; a la supresión del pañuelo verde; a olés por meter la barbilla en el pecho; a tinte de L'Óreal en el mechón de Antoñete; a cámaras de vigilancia en las dehesas, instaladas por apoderados y veedores; suena a la misma basura de siempre, pero con un contenedor mucho más bonito.



Si de verdad quieran hacer algo grande por la Fiesta, que se dejen de zarandajas, que miren de una vez por el toro, y vean sus miserias y problemas. ¿Quieren la ayuda de un Ministerio? Que se vayan a Medio Ambiente o a Agricultura, que pregunten por qué han dejado desaparecer encastes que son obras maestras de la naturaleza mientras se vuelcan con el lince o con el Águila Imperial Ibérica; por qué permiten a los ganaderos, a los que buenas subvenciones dan, eliminar vacadas enteras por capricho; por qué no se fijan medidas legales sanitarias para no manosear al toro de lidia como si fuera ternero para la carne; por qué si el SEPRONA sorprende en la sierra a una excursión del Inserso cogiendo romero, van y los sancionan, de la misma manera que a los domingueros que recogen un puñado de setas cerca de un río, mientras que en muchas ganaderías se afeitan, manipulan y maltratan toros, lo que constituye un verdadero délito ecológico a una especie `autóctona´española.


El Toro agoniza mientras discutimos por tonterías. Pobres Toros.