Foto: Aleyda Baz |
Con el maestro Ortega Cano en el corazón y la mente de todos los aficionados, transcurrió la samuelada, cuyo juego no creo que a estas alturas haya pillado por sorpresa a nadie. Hace veinte años ya, cómo pasa el tiempo, que Ortega y Rincón dieron una de las mejores Beneficencias que se recuerden, con esta misma ganadería. Pero el presente, y el tiempo que a sus lomos cabalga, que es duro, cruel, y por lo visto, un villano antitaurino, nos tiene con el alma en vilo. Mientras que el torero cartagenero lidia con la dama de la guadaña, en el que es -y va a ser- otro de esos milagros que se encarnan en el pellejo de los toreros, se puede ir amasando el yeso y sacando el palustre para sellar bajo la lápida el cadáver de la vacada de Don Samuel Flores. La corrupción en la selección y el enviciamiento genético al que han sido sometidos desde que a principio de los noventa los eligieran Ponce -sobre todo- y alguno más, se ha llevado a los samueles al nicho. RIP 1928-2011. Sin discusión, es carne de matadero, imposible a corto plazo de recuperar, y a la larga, muy difícil, con la única opción de cruce, cruce y cruce con otra cosa de fuera. No se pueden criar toros más feos, zancudos, cornalones y culopollo. No sé si por malnutridos como criaturas somalíes o estar muy movidos, como los keniatas de la maratón. Eso no gusta a nadie, y que no manchen el diáfano término del Toro Toro mezclándolo con el nombre de esta ex-ganadería de toros de lidia, ni mucho menos poniendo las seis moles de mansedumbre que han salido por chiqueros como prototipo de lo que piden las Ventas y exige el Siete. Que hay algunos que no se enteran todavía, que el Siete no mató a Kennedy ni vendió al Nazareno por un puñado de monedas de plata. Que tienen que mirar para otro lado, como por ejemplo, a la empresa, que trae por segundo año consecutivo a la primera feria del mundo animales que deberían de ser corridos en el ferragosto levantino. Todo lo que escriba sobre la corrida se queda corto, la presentación ha dejado mucho que desear, un gazpacho de cuernos, los unos acaramelados, otros blancos con las puntas negras, los ha habido también astifinos, de la misma manera que algún otro ha exhibido mazorcas tan gruesas que parecían los brazos de un levantador de piedra sestaotarra, eso por no hablar del bizco que tenía un cuerno de su madre y otro de su padre. Un disparate. No han querido caballo, ni capote, huían de su sombra y no han humillado ni una sola vez. Y tildarlos como mulos es menospreciar a estos equinos viejos compañeros del hombre. Porque los mulos por lo menos cocean o tiran bocados, mientras los destartalados samueles no espantan moscas ni con el rabo. Mansos y cobardes a rabiar.
Se salva de la quema coletillera César Jiménez, que ha pechado con el lote más manejable, que medio iba para adelante, y al que le ha recetado dos faenitas modernas, con mucho pase pa'quí y pa'llá, nula colocación y poco compromiso con los terrenos y las distancias. Por lo menos ayer si que tenía la excusa del toro que no cabe en la muleta.
Padilla ha sorprendido para mal, y no por su archiconocida antitorería, sino por su falta de recursos para lidiar dos animales descastados, gazapones y carentes de fijeza. Barriobajero con los aceros, incomprensiblemente se le ha visto desbordado durante toda la tarde. Que extraña, y mucho, en un torero con el callo hecho de las corridas duras. No ha sido su día.
Ferrera, que volvía a Madrid después de un añito de mili por los pueblos, ha hecho lo que se espera de él: poner esas banderillas de forma tan heterodoxa y emocionante -puestos a elegir prefiero el par del retrovisor o los quiebros a las carreras del Fandi-, una sobreactuada exarcebación de la ambición por triunfar, que queda en evidencia cuando le pega -a posta- un navajazo barriguero a su primero para quitárselo del medio y muchos pases, en cantidad industrial, para que no falté de ná. Otro que tampoco ha puntuado.
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