Los toros serán siempre motivo de polémica, y de una polémica en que brilla con luz propia la intolerancia: "Aqui no hay partidarios de Joselito, sino enemigos de Belmonte", se dijo, por ejemplo.
Sabido es que cuando el español discute, no razona, chilla. Quien luzca la voz más atronadora, llevará razón. Al parecer, la razón española no está en la cabeza, sino en los cojones. En una ocasión,
Valle-Inclán, llamó "hijo de puta" al padre de un monedero falso de la literatura al que el autor de Tirano Banderas había comenzado por reprochar su falta de talento literario. El hijo del insultado, alto, fortachón, pedante, altanero (se tiene altanería cuando se carece de altura) se abalanzó entonces contra el ilustre escritor y de un puñetazo le hizo dar en el suelo con su lengua barba y cuerpo huesudo.
- Ahora rectifique -le dijo.- Le he demostrado que mi padre no es un hijo de puta.
Y el que murió soñando que un día sería marqués de Bradomín, le respondió desde el suelo:
- Joven, usted lo único que me ha demostrado es que tiene más fuerza que este pobre viejo, pero su padre continúa siendo un hijo de puta.
Este aristócrata apócrifo, feo, católico y sentimental, que sería beneficiado post mórtem por el rey Juan Carlos I con el ansiado título nobiliario, que recayó en su hijo, el médico gallego Carlos del Valle Inclán, había dictado, una vez más, una lección de cordura.
La hora de la verdad. ¡El toreo al desnudo!
Antonio Domínguez Olano
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