martes, 18 de mayo de 2010

El día del toro comercial

Con tanto abuso de pico lo raro de verdad es que algunos toros embistan. Éste, por ejemplo, ¿a qué embiste? ¿al aire? ¿quiere cornear al oxígeno? ¿de éso no tienen nada que decir los ecologistas? CABRERA





Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. San Isidro. Décimotercera de feria. Casi lleno. Toros de El Puerto de San Lorenzo para El Cid, Sebastien Castella y Rubén Pinar.



Si el 14 de Febrero es el de los enamorados; el 19 de marzo el del padre; el 2 de febrero el de la marmota; al 18 de mayo, por hoy, los quincalleros del Corte Inglés debían de bautizarlo como el día del toro comercial. Porque lo de esta tarde ha sido una corrida de toros como para salir encumbrado para el resto de tu vida. Bien presentados, con recorrido, nobles en conjunto y muy aptos para el toreo vanguardista que reclaman los públicos en estos tiempos. El sexto, buen toro, encastado en bravo. ¡Cómo está el toreo! Con estos toros, que sólo necesitaban un torero que se pusiera delante, porque tampoco se puede decir que se comían a nadie, no han sido capaces ni de dar una triste vuelta al ruedo. Hoy ganó el toro. Como ayer. Y como antes de ayer... En la época en la que menos vale y menos importa, sigue ganando el toro, lo cual habla, y no bien precisamente, de los coletudos del siglo XXI.



El Cid se vió nuevamente desbordado por la casta de sus antagonistas. Estuvo, otra vez, por debajo de sus dos oponentes. Con el que abría plaza se amilanó, no fue capaz de someterlo por bajo, que era lo que el animal, el más terciado de la tarde, requería. Trasteo lleno de enganchones en la rima y desajustes en el verso. Lo mejor, la firma. El cuarto, al que castigaron en exceso los varilargueros, llegó con transmisión al último tercio, embistiendo con un cortijo en cada pitón, y pidiendo un torero con los pies hundidos en la arena, muleta planchá al hocico y ganas de tirar la moneda al aire. Pero lo único que tuvo enfrente fue a un torero cristalino al que en cada muletazo que daba se podía apreciar, con absoluta claridad, una cruel guerra interna: el corazón contra la cabeza. El acto racional de querer quedarse quieto para triunfar contra el respingo instintivo para sobrevivir. Ésa es la titánica lucha interior del mejor torero de la década hoy, y no darle cuatro naturales a un dehesillo a un juanpedrillo. Se ha visto en batallas peores y salió vencedor, así, que vamos a no perderle la fé hasta el último muletazo del último toro que se ponga delante.






El salmonete sevillano ha dado un mitin con la muleta al segundo de la tarde. No se pueden dar más pases diciendo menos. Con la derecha, con la izquierda, esos menos, circulares, manoletinas, arrimones, banderazos por la espalda, todo un catálogo de baratijas y cuchufletas propias del repertorio de un titiritero chambetero. Pues con todo esto, si lo llega a matar estoy seguro le hubieran pedido el premio. Con el quinto, que era medio inválido, volvió a hacer gala de la suerte descargada, con el pico de un muletón que se dejaba siempre detrás, dando medios y cuartos de pase llenos de vulgaridad y fingimiento. Se llevó una fea voltereta haciendo el congrio, por despistado y dejar de atender al toro. Si este es el gallo francés, qué pestes tiene que echar el gallinero por encima de los Pirineos.




El delfín de Santiago López se ha vuelto a dejar casi todo el crédito que le había robado a algunos con el sexto de la tarde. Por ahora, el toro de la feria. Un pavo, de imponente estampa, que empujó y recargó en varas, y que puso en problemas, los de la casta, a más de uno. El galafate, desde el primer cite hasta que dobló, fue el ganador de la pelea, aunque más bien habría que decir entrevista, porque dos no se pelean si uno no quiere. Y Pinar, como siempre que hay casta de por medio, no quiso dar ese paso que lo hubiera encumbrado a los altares centrales, en forma de póster o lámina, del 6 toros 6. Para más inri, con el tercero, que era una santidad rucia, tampoco fue capaz de salpimentar el asunto. No puede ni con el bravo ni con el bobo. Otro que no tenía nada que hacer, y un día de repente, se le ocurrió ser torero, que para estos chavales de la generación Bollycao es como para los yanquis ser astronauta.


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