El Cid, con la bella paradoja del triunfo y la muerte postrado a sus piés. ARJONA
Sevilla. Plaza de toros de La Maestranza. Feria de Abril. Decimotercera de feria. Lleno. Toros del Puerto de San Lorenzo y un sobrero, cuarto bis, de Toros de la Plata. Enrique Ponce, El Cid, Alejandro Talavante.
El minotauro de Chiva, el mejor torero de la historia por pundonor, inteligencia, maestría y mil cosas más que ni los más grandes conocían, ha demostrado esta tarde, mientras un arcoiris de preciosas hechuras nacía en la Giralda y moría, con la boca cerrada, en el sevillano Parque de María Luisa, que como artista no tiene parangón. Ni los dedos armónicos de Picasso, los fandangos de Manolo Caracol o los delicados versos de Lope de Vega podrían hacer sombra al genio vestido de torero que por nombre calza uno de dinastía de reyes, Enrique, y apellido de conquistador, Ponce. A cuatro toros ha tenido que recibir con su habitual gracia capotera, pues dos de manera incomprensible los ha echado para atrás el ussía, para enfado de nuestro valiente poeta. Los dos sobreros, de fea lámina, los hay miuras más pequeños, sólo han permitido exhibir su magnánime capacidad lidiadora, convirtiendo cualquier intento de huida o de testarazo del animal en un soneto de libre rima e indefinida composición que han erizado los vellos de las doce mil almas maestrantes que se hallaban con el corazón en un puño. Ante la dificultad que presentaba el cuarto galafate de la tarde para ser estoqueado honrando a Costillares o Paquiro, supo sobreponerse y descabelló acertadamente, rodilla en tierra, como si le estuviera presentado sus respetos a la Macarena, con toda la gracia del mundo. Otra tarde cumbre, y van...
Manuel Jesús El Cid, en su segundo, no hay quinto malo, ha rozado la perfección ante un animal encastado en bravo, que acudió en varas al rocín como sólo saben ir los toros que honran y bañan con su sangre el ruedo perfectamente apolíneo de la Maestranza. Pinturero, dispuesto, el son de la música que le marcó el toro en su sedosa muleta hizo albergar esperanzas en la definitiva resurrección del Cid y en su eterno advenimiento al mundo de la tauromaquía. Con la zocata, dicen que la mano de los dineros, pero también de la guasa, su toreo se pareció a una de esas flores tan delicadas, que cuanto más la manoseas más se marchita. Con un espadazo tremendo digno del héroe castellano al que le hurtó tan insigne apodo, se despidió de esta feria. Se llevó el cariño de su casa, que es el que más cuesta conseguir, en una emotiva y clamorosa vuelta al ruedo.
De lila y oro, como aquella tarde en la que nos hipnotizó a todos con un cambio de mano que fue más grande que un paseo por la Alhambra, venía el extremeño, pero sevillano de adopción, Alejandro Talavante. Absorve el temple cadencioso al que somete ya no al toro, sino a todo el que tiene por fortuna poder compartir el espacio vital de tan aúreo escultor. Ver una obra de Talavante en la Maestranza es asistir al nacimiento de un dulce sentimiento perpetuo que cohabitará, de por vida, en el espíritu del bienaventurado que pueda dar con las asentaderas en la ancestral suavidad del templo taurino de Sevilla, de Andalucía, y por ende, del orbe taurino. Alejandro ha esculpido el toreo esta tarde cómo sólo los más grandes lo hubieran hecho: quieto como una esfinge, con la profundidad del oceáno Atlántico, donde desemboca el río que lleva en su sangre esencia de media Andalucía y con el mando del almirante Cristobal Colón, descubridor de América, enterrado en la Catedral de Sevilla, cómo no. No me puedo despedir, hasta mañana, sin recordar una frase que no paraba de repetirse entre mis vecinos en la sombra: ¡Qué lujazo de feria, mi arma!
** *Esta es la crónica, servil, pelota, carente de escrúpulos y de certezas, que hubiera firmado el catedrático de ABC y que no es más que otro burdo censor de todo lo que no se asemeje a sus ideas, doctrinas o intereses. Hay que tener muy poca vergüenza, torera en este caso, para pregonar un manifiesto cuyo leitmotiv es la libertad para ir a los toros y después no dejar hablar de toros a los que no estén de acuerdo con tu punto de vista. Eso se llama hipocresía, señor Amorós.
Los blogs, comentarios y artículos que se pueden leer a aficionados de verdad como Fabad, Bastonito, Lupimón, FranmMartín, Xavier González Fisher, Enrique Martín, Solymoscas, Malagueto y tantos otros (seria interminable la lista) y que tanto algunos se empeñan en enterrar, son los que únicamente sostienen el nivel de exigencia, verdad y autenticidad en la Fiesta. Por eso toda unión es poca para luchar contra el fraude, la estafa y la mentira, por mucho que las camuflen detrás de soberbios currículums, trajes para la ocasión y gafas de intelectual. Valgan para luchar contra ello todas las horas, y el gran esfuerzo que supone a veces mantener un blog.***
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6 comentarios:
En este país no hay más detractores de la fiesta de los toros que los periodistas. Han rendido demasiada pleitesía al sector profesional de la tauromaquia, ustedes por acción y omisión han desplazado el protagonismo del toro al torero, caso contrario de Francia. Los valores que podían justificar la supervivencia de la fiesta de los toros los han machacado. Los espectadores de hoy buscan en los toros lo mismo que hace 50 años: "emoción". La fiesta de los toros se queda sin consumidores por falta de emoción y se queda sin emoción porque la flojera del sector torista que ha propiciado el asentamiento y hegemonía del encaste Domecq en toda su extensión: Suve, tranquilo, sin peligro y pecando de falta de casta.
Señores periodistas vuelvo a repetir que por acción y omisión no se han molestado en colocar al toro en el centro, en nuestros días el toro se ha tenido que adaptar al aguachado y descastado encaste humano de los últimos años. ¿Ponce seguiría en activo si torease las corridas de antaño?
Señores: Miura, Prieto de la cal y un largo etc de ganaderos ganaderos fieles a un encaste encastado venden casi todo en Francia donde por cierto las plazas se llenan.
En lugar de preocuparos de Montilla (quien esta encabezando la mejor campaña de Marketing para el mundo de toro), preocupate de centrar al toro donde se merece denunciando y forzando que volvamos a otro toro porque Montilla no termina con la fiesta, los políticos no tienen tanta potestad. Con los toros terminamos nosotros!!!
Mi aplauso Antonio, ¡chapeu...!
Mi hipotético sombrero a tus pies Antonio. Una mentira, a fuerza de repetirse infinidad de veces, luego hasta verdad parece. Yo pensé que con la llegada de Amorós al ABC algunas cosas cambiarían allí, pero veo que el "taurinismo profesional" acaba por contagiar y corromper a todo lo que toca.
Escribir y publicar lo que uno se imagina a título de verdad, para que otros lo crean debiera ser delito. Si se anunciara desde el inicio que es una especie de cuento o de fábula, estaría bien, pero dejar a otros con la impresión de que es la realidad de un suceso... ¡Habráse visto! diría mi profesor de Teoría de las Obligaciones.
Gracias por considerarme entre los "cabales", pero como dijo uno de Triana, se hace lo que se puede y agregaría yo, lo que se debe.
Saludos desde Aguascalientes, México.
Yo, que soy un cándido, pensaba igual que tu Xavier, que la información taurina en ABC iba a salir ganando con el cambio. Nada más lejos de la realidad. Además de falta de rigor, cosa que antes ya existía con Zabalita, ahora es cursi y amanerada.
Gracias por los elogios, pero habla muy mal de ti, un mexicano, que tu sombrero sea hipotético. Yo que te veía debajo de un buen sombrero charro...
Saludos
Lunerita, con Navalón y Vidal se acabó la digna y brillante profesión del crítico taurino. Hoy, digamos, que son más bien narradores. Y en muchas ocasiones, o casi siempre, bastantes desacertados.
Gracias Vicente. Qué bueno lo del Pilar. Hasta hoy, el mejor toro de la feria el de Castella, aunque el premio se lo van a birlar fijo.
Saludos
Antonio: Para llevar con dignidad el sombrero charro hay que saber practicar las suertes de la charrería y no estoy preparado para ello, así que no puedo atreverme a deshonrar tan significativa prenda, usándola como mera cubierta, cuando es un verdadero signo de gallardía.
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