miércoles, 7 de noviembre de 2012

Los Tiempos





... He aquí el tipo de las faenas de los matadores de entonces. Faenas que helaban la sangre, que transmitían al público escalofríos de emoción, y que se recordaban admirablemente años y años. ¡Oh tiempos de toreo trágico, en que Lagartijo y Frascuelo se entregaban con alma y vida, con intereses, con ahorros y con capital, a los azares peligrosos de una profesión que ejercían, nunca como industriales, sino como aficionados y como entusiastas!

En esa clase de faenas, que los contemporáneos de los dos maestros recuerdan por centenares, se interesaba, más que la vista, el corazón del espectador; mejor que divertir, asombraban y sobrecogían; el aplauso no era bastante para exteriorizar el efecto que se experimentaba, porque ante las hazañas que daban completa sensación de la dificultad y del peligro de muerte, vencidos, rugía el pueblo y se congestionaba. 

Por otra parte, la figura hercúlea y musculosa de los lidiadores respondía, lógicamente, a su ejercicio profesional: eran atletas forzudos y no alfeñiques desmedrados; usaban alías hombrunos y no remoquetes infantiles terminados en -illo o -ito o en etc.

Así era el toreo de antaño y así debe y tiene que ser, a juicio de los que nunca le consideraremos como resolución de un problema de habilidad sin mezcla de riesgo personal, o como un concurso o torneo de actitudes plásticas. 



Antes y después del Guerra
F. Bleu
 
 
 
 

miércoles, 17 de octubre de 2012

Hartos de arte*


Dolls Samper este año en Nimes, Sodoma y Gomorra del artisterío




Hace ya un tiempo que la tauromaquia empezó a caminar descalza por los pedregales del arte, abriéndose camino a través de una tortuosa trocha que la ha situado sobre el cadalso de cultura; maniatada y arrodillada ante la plebe y la chusma antitoro, que comparten depravación y enfermedad en la zona del colodrillo que afecta al discernimiento humano. Ignorantes del caos y orden de la naturaleza en la que viven, devotos de las bestias y las verduras, criaturitas cuyas escopetas, que tienen en perpetuidad los cargadores repletos con la espumosa munición de la ambigua moralidad y  las buenas intenciones, encañonan, mientras babosean como verracos en celo, apuntando a la cerviz, a la chocha tauromaquia.

Hace unos meses las figuras, en esa charanga de feriantes del jédiez, se encargaron de dar el último paso hacía el acabóse. Un giro hacia un ministerio bonancible para el interés del profesional, lejos de las pretensiones iracundas de la autoridad, empeñada –cada día menos-, en defender la fábula que llaman “intereses de la afición”. La suma de política, propaganda y mentiras –con esta última palabra podríamos ahorrarnos el otro par-, que da una cuenta tan embrollada como el níspero de la Bernarda, les ha proporcionado el voto de confianza de un sector mayoritario de público, que no de aficionados, y cómo no, la amnistía de los revistosos taurinos para hacer y deshacer a su antojo.
En el ruedo, que ha pasado a segundo plano, arrinconado por el tuiter y las pendencias y camorras empresariales, la situación no es más halagüeña. Nació una corriente vanguardista liderada por el agrit prop del movimiento culturilla, José María Dolls Samper -Manzana hijo-, abajofirmante del primer indulto corporativo maestrante –todo pertenece a la misma empresa, Arte SL, que es el Mercadona taurino en tiempos de crisis, con sus toritos hacendados y su 3x2 en la sección de despojos y charcutería-, el mismo que devolvió con vida al Grullo a Arrojado, anticristo miureño, cénit del torete artista, y que hizo que la Maestranza siga alimentando, como Saturno devorando a sus hijos, su leyenda regia de cante negro y escacharramiento de relojes. 

Moda que huye de los pilares decimonónicos que sustentaron el toreo, y sin los que no hubiese sido capaz de superar sus primeros balbuceos. El toro  es un tormo de arcilla que las manos del escultor han modelado  a su gusto. Desde la selección en el tentadero, donde el ganadero tiene que levantar la mano en la libreta de notas si quiere que el as de turno no le haga a su ganadería, hasta el sorteo, en los corrales de la plaza, donde siempre hay lugar para arreglar cualquier excedente de trapío o fuerza que pueda impedir que la corrida tenga la dosis artística requerida. Así, el espectáculo es más cruel que nunca, la lucha entre la fiera y el hombre, naturaleza viva versus intelecto, en la que cada rival combatía con sus armas, ha quedado reducida temporalmente en sus dos terceras partes, y la balanza que marca las ventajas del uno con respecto al otro queda descompensada hasta límites que rozan la tortura. Por la habitual ausencia de trapío, casta y poder del de las patas negras, la grandeza del toreo  se ha visto encogida al tercio de muleta, que ya nadie llama de muerte, en el que es costumbre moler al bicho a derechazos, mientras que en el más triunfal de los casos veremos al artista interpretar el pase natural con la apostura de un fino jugador de billar vestido de tabaco y oro, con una cursilería impropia del oficio que en teoría comparte con Lagartijo y Frascuelo. Si se da la coyuntura de que la fortuna haya querido que un garlopo con pies, arrobas y casta saliese por chiqueros, allí estará, para bajarle los humos y la chimenea, el varilarguero, alzado como un general sobre su montículo cuadrúpedo, presto a picar, acuchillar, barrenar, fresar o sajar en lomos,  paletilla o en su defecto de acertar, en morrillo. Salvajada que sufren toro y aficionado como tributo al capricho modernista de la sublimación estética del toreo. 

¿No sería más bello, además de meritorio, vencer al Toro, dominarle, castigarle, consentirle, someterle, rendirle, burlarle y ganarle, que darle una cantidad ingente de pases bonitos  salpimentados con un  ramillete mustio de adornos al carretón que va y viene como un ánima? La duda ofende. Como puede hacerlo también el desapego a las formas clásicas que muestran, dentro y fuera del redondel, los maestrillos que trafican con el nuevo opio del taurinismo, que es la grifa de la cultura y la mandanga del arte. El desprecio al canon, que no es ley, pero sí estrella polar que ilumina cada lance, que guía cada suerte, el parar, templar, mandar y cargar, póquer de mandamientos indispensables para que chisporroteé la llama sagrada del bien torear, que ya ha quedado descatalogado como una versión profana y rancia de la tauromaquia. 

Mientras tanto, los públicos, maleducados por la ausencia de críticos alfaquíes que divulguen y revelen el arcano del toreo y por los profesionales, que sólo se agarran a la oreja ardiendo de un triunfalismo furbolero, no entienden lo que ven, cuando compran el billete tampoco saben lo que tienen que ver y lo que es más grave aún: vean lo que vean, sea cual sea el resultado de la tarde, abandonarán su escaño de cemento con la idea, que traían ya preconcebida de casa, de haber asistido a un espectáculo sublime, solo apto para paladares de lo más sofisticados. 


El arte, que con su pan se lo coman.



*Publicado, con el 2011 en mente, en la Revista Bous les Alqueries. Este año el hartazgo a ido a peor, si cabe.


 


sábado, 29 de septiembre de 2012

Mi Gallismo





Año dos mil doce. Ultimos días de septiembre. Cien años de la alternativa de José Gómez Ortega, Joselito el Gallo, gitanito sandunguero de Gelves.  Cien años ya, desde aquella tarde en la que la tauromaquia empezaba a tocar el cielo, coqueta e ígnara, desconocedora de que poco tiempo después, como una maruja recién casada, empezaría su incesante declive. Cien años, uno puesto encima de otro, como un castellers hagiográfico de esta majareta España, herética y mártir, santa y casquivana, que trae de cráneo a cualquier valiente que ose poner los pies sobre su piel de toro.

Aparecen los homenajes del ejército de joselitistas -¡reniego de llamarlos gallistas!- que, por unas horas, un día tal vez, una semana a lo sumo, presumen de fervor al astro, más como pavistas, petulantes y ridículos, a semejanza del pavo real, que como aquellos gallistas que, aún con la familia comiendo mendrugos de pan, eran capaces, sin mala conciencia, de empeñar el colchón por ver a su José dar lidia y muerte a un par de galafates.

El gallista siempre ha sido un fulano hambriento de toros al que la afición le dolía más que la barriga.

Unos, fijarze bien -así chasquea, con los ojos vueltos, como en trance, mi vecino, el currista, antes cuando toreaba Curro y ahora sólo cuando pasa una tia, buena o no, por la calle-, si son joselitistas, que a modo de homenaje, montan tertulias con la temática diversificada, a lo informe semanal: mezclando una liturgia sagrada, que es para el Cossío lo que la última cena para la Biblia, como es el doctorado del rey de los toreros, el bautismo negro del mayor mito del toreo, con el cincuenta aniversario del cobarde suicidio belmontista. Gallistas, vosotros, ¿de qué?

Por ahí anda también Abella, que es -ista de todo bicho viviente que sea azulejable, mandamás venteño al que se le hace la boca agua por suceder en el trono de Porcelanosa a la Preysler, y que volvió a correr la cortinilla para inaugurar, oh sorpresa, un azulejo en las Ventas, se supone que en memoria de Joselito, ideólogo de la Monumental. Y mire usted por donde, otra vez aparece el fantasma del pasmo trianero, ensuciando el mural cerámico.

En Sevilla, en el ciclo de charlas taurinas en honores a Gallito, como llamaban a José los madrileños, el tertuliano que abría ciclo no tuvo idea mejor que dedicarle su comparecencia, anunciada por los sevillís a bombo y platillo, al toreo de Belmonte, de Emilio Muñoz y de Pepín Liria, coronando tan desafortunado alegato con la exhibición de una fotografía gigante en una sala de la Maestranza, en plan power point, de una cornada al Capea...

Para esto ha valido la cultura en los toros, para que un tertuliano, que es la profesión que todo buen padre quiere para sus nenes, empiece hablando del Gallo y acabe en el Capea ante la fascinación del personal, que tuitea a través del iphone "hoy soy más culto que ayer, pero menos que mañana, RT por favor."


Los medios tampoco se escapan del gallicidio. Periodistas cuyas plumillas se disuelven -menos mal que efemérides hay pocas y el día a día lo van liquidando con un "Juli importante" o "robo presidencial"-  en  pomposos y artificales elogios mientras enumeran la vida, obra y muerte del maestro de Gelves en un par de minutos, o cuatro lineas, a lo Maldini, el buda tiquitaquero de la cuatro, cuando glosa las biografías para la guía del As del portero suplente de Ruanda o del killer de Macedonia, que tiene nombre de yogurt del Lidl. Sin ningun pudor y con dos cojones un día te cascan una oda al toreo poderoso del menor de los Gómez Ortega y al día siguiente piden matarile para los miura y declaran a los adolfos moruchos inmateriales de la humanidad en la Unesco, sin entender que al fin y al cabo son de los escasos bichos que tienen un poder que atemperar, una casta con la que lidiar, toros que son una ola del campo, que dice Quintano. Ola que nada tiene que ver con la que hacía el pùblico pipero en el coliseo de Nimes, ola a la algarabía resultadista del desoreje, que es la ola de las redacciones taurinas por la tarde y de las suits del Wellington en la madrugada.

¿Acaso toman a los aficionados por atunes, por lo de tontos y desmemoriados?

 ¿Como pueden enaltecer un tipo de toreo que ellos mismos tratan de echar por tierra?

 Hipocresía pura y dura, todo sea por vendernos el vespino gripado del arte.


 El que dice que el July es el sucesor en la Tierra de Joselito, hoy nos cuenta, con falsa emoción, la semblanza de cuando al sevillano le dió vergüenza lo visto en corrales y exigió a la empresa toros de mayor respeto para la afición. Ea, lo mismito que su Gallito de Velilla, que es como el parchis, que un día se comió una de miura y ahora se cuenta veinte. La corrochana que también se apunta a la teoría dinástica de que el July es la rama más directa del gallismo, y que describía hace poco a un cuvillo que no acusaba demasiada invalidez y que no era bobo del todo, como un "cuvillo cabroncete", rememora, como tomada por el espíritu de Luis Fernández Salcedo, la corrida de los siete toros de Martínez. Corrida que por cierto, ha salido estos días de la boca de muchos joselitistas que no dudaron en rebajarla a la burda representación nimeña del toreo veintiunesco. Como ese magnífico biógrafo de Joselito que nunca ha dudado en tachar al torista de chusma y de freaky, cuando es evidente que existe una estrecha relación entre los gustos y teoremas de la "morralla" torista con la ética y el compromiso adquirido con el oficio por parte del diestro cañí.

 Aquí el menda, gallista de nacimiento, desde que el cirujano en vez de cortarle el cordón umbilical le hiciera un torniquete, no presume de gallismo con la farándula, ni acude a lugar alguno en el que se nombre a Joselito en vano.

No cabe, entiendo yo, orientado por el catecismo de don Gregorio Corrochano, mayor homenaje que cada día a eso de las cinco, exigir el toro con trapío, casta, yerbas y arrobas. Gallismo es demandar que el hombre que se enfrenta a la fiera corrupia, lo haga conforme a unos cánones que no son otra cosa que una serie de reglas para equilibrar la balanza entre las ventajas que se ha encargado de otorgar al artista el toreo moderno, y los desalentadores obstáculos a los que debe vencer el garlopo. Gallismo es reinvidicar que el matador lo sea en la calle y en la plaza, admirando su orgullo y torería, aplaudiendo su honradez y santificando su chulería.

Y Gallismo es, por supuesto, si se da todo lo anterior, doblar las manos y entregarse por completo, embriagado por los aromas del toreo clásico, puro, ortodoxo o como quieran llamarle, a un torero que, en ese dichoso momento, está haciendo el mayor homenaje que se le pueda hacer al rey de los toreros. Y que se mueran los joselitistas.


¡Viva Joselito el Gallo y viva los Gallistas!



lunes, 20 de agosto de 2012

Fernando Cruz. Torero.




"Papa boy a ser torero y me da igual que no te lo creas pero si tu no quieres comprarme el capote y si no quieres que sea torero me lo dices pero a mi si me gustan los toros yo quiero ser como Espartaco, Litri, Celso Ortega, Raul Aranda y como Juan Cuéllar, lla me he leído el libro que me dieron aller y e practicado esta mañana el toreo como me digas que no no te quiero porque me gusta mucho. Te prometo por que me muera que lo voy a ser Fernando. Voy a ser buen torero te lo estoy diciendo en serio quiero que me apuntes a las clases pronto. I no lo digo en broma, a y no se lo enseñes a nadie A MAMÁ NO."



¿Que camino aguardaría dos décadas después a aquel mocoso de diez años que amenazaba con no querer a su padre si no le permitía ser buen torero?


Uno para hombres, con un invierno eterno e implacable, como el que temen en la canción de hielo y fuego los norteños de las tierras de Invernalia, repleto de tentaderos en esas casas de postín que hacen unas veces de guaridas del terror y otras de enciclopedias del atlas de una España que conoció mejores tiempos, bregando belcebús con mano firme y convicción espartana, recentando doblones, naturales y trincherazos al galafate anacoreta de Moreno Silva, a la vaquita levantisca de Mara Mayoral, al utrero huidizo de Dolores Aguirre, al morito de Monteviejo y a la morita de Carriquiri; a los grises de La Quinta y José Escolar; a la moza cinqueña de Barcial, con más barbas que Matusalen; al los ibanes tataranietos de Bastonito; y a la ilidiable estirpe -para la taurocracia- navarra de Miguel Reta y Arriazu.

Este es el empírico itinerario, ruta del Toro por antonomasia, emprendido este invierno por Fernando Cruz, de oficio matador de toros, como preparación para una temporada en la que contaba con los mismos contratos para torear que aquí el menda. Con lo fácil, y ventajoso, que le hubiera sido ir a tentar a Garcigrande, sociedad torícola convertida en nuestros días en la central de Cultura, en el priorato de ganapanes, en el Houston del taurineo -¡Houston, Houston, tenemos un problema! gritó a los gafas de la NASA el astronauta Swigert desde el Apolo XIII y ¡Justo, Justo, tenemos un problema! tuitea el Juli cada vez que un novillero mata (poniendo dinero) el bicho que no tienen cojones a matar las figuras (trincando los cuartos con los que los pueblos subvencionan sus fiestas)-. 

Mientras el taurinismo intenta lapidar el sistema, su sistema, con la piedra primera en la mano para acertarle en la frente al toro con yerbas, casta y arrobas, hay toreros con mayúsculas que se pudren en el ostracismo, victimas de complots empresariales, de la mezquindad del compañero, que un día te tuitea un #fuerzafulanitodetal y al otro te boicotea en Villaconejos porque eres un peligro público para la cultura, un cabrón con pintas que peca una y otra vez de guerrillero torista pro-Siete, matando hierros que son al arte lo que las faenas de Ponce a la brevedad, to-re-ros damnificados por el tercermundista conocimiento taurino del gran público, auténtico verdugo de la tauromaquia, que no sabe ni hace por saber que el toreo como arte, ciencia y liturgia perdura por lo siglos de los siglos gracias a personajes como este Cruz, que algunos dirán de perfil bajo, con escasa gracia para fumar puros y menos trapío sobaquero para anunciar desodorantes y colonias de Loewe, pero maestros en lo que a torear secamente se refiere -no presentar remilgos a tener un enemigo a la altura y atesorar el conocimiento de unos cánones que no sieguen la ética del combate-.  


Por eso hay que exigir respeto -y contratos- para Cruz y los "cruces" que hay en el escalafón, y no sólo en tiempos de cornadas.

Y es que no hay nada más antitaurino e hipócrita que una masa de aficionados acercándose y alabando a un torero simplemente por la pena de la cornada. ¡Un matador de toros, figura retórica de la chulería y el orgullo, nunca puede dar pena!

Y si la da, es que se ha equivocado de profesión.




 Gallito de Velilla en plena corrida y Cruz tentando una vaca de Barcial.





La cargazón de la suerte descarga de razón a los revistosos






viernes, 3 de agosto de 2012

Todo listo para el duelo




"Todo listo para el duelo". Titulan en Burladero, ilustrando con una magnífica foto de un momento del sorteo, en la que en una zona delimitada con cinta de la policia local, como las que colocan en america los del FBI cuando se ha cometido alguna tropelía, cuchichean Morante de la Puebla y Curro Vázquez mientras al fondo, un secreta que se hace pasar por morantista sobrevevenido del currismo, vigila uno de los portones de chiqueros. Ahí está el hombre, ojo avizor con Destocado, de Victoriano del Rio, con Ilustrado, de Nuñez del Cuvillo; con Granado, de Jandilla; con Vocerío, de Juan Pedro Domecq, con Burriño, del Pilar y con Seductor, de Zalduendo. Que a uno no se le ocurre otra cosa que pueda estar haciendo ahí este hombre que no sea la de asegurar, dando su vida si es preciso, que no le peguen el cambiazo a esos seis toros elegidos a dedo para engrosar los anales de la tauromaquia con su nombre y el de su distinguido hierro. No vaya a ser que al Pasmo de Galapagar en lugar de hacerle los estatuarios al de Victoriano, la croqueta al del Pilar o la manoletina al Jandilla, le toque indultar otro cárdeno de Adolfo Martín.

El gesto de Curro Vázquez, con el pelo cartesiano y las manos metidas en los bolsillos, que es el gesto más español que hemos visto en estos días de juegos olímpicos, lo delata. La tranquilidad que solo da el trabajo de campo bien hecho y el conocimiento de que cuando salte la primera cabra por toriles, el tiempo se detendrá, el morantismo entero será un gran orgasmo y las musas, que andan ataviadas este mes de agosto entre el vestido de faralaes y el chandal olímpico español, tendrán curro a destajo, bordando un molinete aquí, rematando una verónica allá, dándole lumbre al habano del de la Puebla, sujetando como estacas las piernas pétreas de jotaté, inspirando quevadísticamente a los plumillas que mañana lo contarán...

Al final del festejo, me niego a llamarlo corrida de toros, un hombre en el ruedo, con guantes de látex, con una tiza trazará una línea bordeando seis cadáveres con cuatro patas y pocas orejas, los de la media docena de muertos que sucumbirán en nombre de la Fiesta Nacional, y que es una de las mayores atrocidades públicas que se pueden ver en nuestros días. La de la tortura de unos animales indefensos, cobardes, mohínos y derrengados. 

Y encima, los señores que los torturan, vacilando.

 



miércoles, 1 de agosto de 2012

La mirada del tigre


Manon



Parece mentira que detrás de esos ojos aturquesados que alumbran, como faros de Alejandría, el camino en el que han de encontrarse el miedo -barco pirata con el toro por bandera- y la astucia -con su cuadrilla de pintas, niñas y santa marías, colmadas de bravos íberos-, que lucen como un par de gemas encaladas en un rostro que bien podría ser de travieso monaguillo -de los que se beben el Rioja cobijados tras el altar- o de protagonista barbilampiño de Harry Potter, se esconda un matador de Toros con todas las de la ley.

No es que acojone, como la de Clint Eastwood, ni que te deje petrificado, como la de Audrey Hepburn, simplemente es la mirada del tigre, del "tigre de San Fernando", como es aclamado por el tigrerío y por tigristas partidiarios, felino castizo que ahí sigue, dale que te pego, el fiera, miurada pa'llá, victorinada pa'ca, sin tener el gesto y el decoro, en pos de la cultura, de cortarse la coleta antes de ser devorado por el arte como cuando Saturno, durante el toro de la merienda de un sanfermín mitológico, se almorzó a sus hijos. Avergonzando la neotauromaquia que tratan de imponer los antisistema del jédiez, que son a la tauromaquia clásica lo que Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda, al capitalismo -unos tocapelotas que caen simpáticos, como el cuñao que se lleva de casa a una hermana tonta-. Empecinado el tigre, a pesar de que hace una década ya de sus dos salidas por la Puerta Grande de Madrid, en ser gente en esto, cuando no caben más. Antes en España levantabas una piedra y te salía un albañil. Ahora, apartar con el dedo gordo del pie un chinarro y explotar por los aires una densa metralla de artistas, albardanes y saltimbanquis es todo uno. A donde irá Robleño sin tuiter, como Manzanares, sin el porte telenovelesco de Cayetano, que ahí está la criatura, en el listín de la Vanity Fair -el seistoroseis del glamour ibicencomarbellí-, como uno de los cien metrosexuales votados por la mujer española para en mano a mano, ponerselos astifinos al marido -de lo que se puede deducir que la hembra española del veintiuno es torista y con su pañuelo verde pasa por el siete de la vida, protesta que te protesta- y sin estar llamado por las sendas de las importancias -todos los caminos importantes llevan a Velilla- como el July, que se cree más importante que el que inventó la pólvora.

El de la importancia que, por cierto, anda metido a cooperante en la oenegé Save the Children -salvad a los niños, para el lector que sea de la Logse- cargándose las novilladas de las Ventas, que son así desde que el mundo es mundo, y convidando a los chaveas a una ronda de garcigrandes y juampedros, que son animales beodos que en lugar de galopar con bravura brujulean haciendos ochos, como Ernesto de Hannover en una boda gitana y que debieran ser lidiados -o cuidados, mejor dicho- en botellódromos portátiles y de tercera.

Para espejo de juventud, el de Robleño, que ha hecho carrera a base de cantidades industriales de quina, pantanetas de sudor, barricas de sangre y temporadas enteras a pan y agua convertidas en huelgas a la japonesa en los tentaderos de Cuadri, Miura o Victorino. Trabajo, esfuerzo y coraje frente a la comodidad, engaño y manipulación del Juli, que por mucho que este año se haya hecho antisistema, con su terno pañuelo palestino y oro, no deja de ser el Juli, al que padre y apoderado convirtieron en lo que es. Por sus frutos los reconoceréis -a los profetas, lobos con vestiduras de oveja- dice el sermón de la montaña. Y del Juli, que sermonea contra el judas que se sienta en el tendido y pide la casta del toro y la valentía del torero, en catorce años de alternativa, catorce años amamantado por el sistema, catorce años con sus noventa tardes haciendo el paseíllo de bankia y oro, no se recuerda ni un maldito natural cargando la suerte, ni un domingo de abril con Miuras en Sevilla, ni nada que lo haga merecedor de ser recordado como matador de enjundia ni mucho menos como ejemplo para el maletilla que sueñe con ser (buen) torero.


Lo que el ojo no ve*



*Isaias y Tulio Vázquez, José Escolar, Cuadri, Miura, Victorino, Moreno Silva, Palha, Barcial, Cura de Valverde, Prieto de la Cal, Partido de Resina Antiguo Pablo Romero, Fernado Pereira Palha, Flor de Jara, Murteira Grave, Hubert Yonnet, Dolores Aguirre, Tardieu, Guardiola, Hernández Plá, Juan Luis Fraile, Irmaos Díaz, Conde de la Maza, Miguel Zeballos, Saltillo, Sánchez Fabrés, Assunçao Coimbra, Rekagorri (y un largo etc que no incluye los derivados juampedreros).


viernes, 13 de julio de 2012

Mi Manifiesto


Profeta en la Vida de Brian sermoneando a los Erasmus de las Ventas.



Tanta fe se tiene en la vida, en su aspecto más precario, en la vida real, naturalmente, que la fe acaba por desaparecer.

Así comienza su Manifiesto Surrealista André Breton, que no tuvo la pluma que ha tenido Perera para escribir su Códice Pererixino, palimpsesto de la revolución cultural taurina que es a la neotauromaquia clavelera lo que las tablas de Moisés fueron al pueblo hebreo. 

Unas sagradas escrituras cargadas de corrección polítca, suntuosidad y un elementalismo sherlockholmesiano: amarás a Dios sobre todas las cosas, soy torero y me siento orgulloso, no matarás, lucharé por mi oficio, honrarás a tu padre y a tu madre, tenemos el derecho de acceder a la cultura y el arte de los toros, bla, bla... bla, bla... bla, bla, bla... Palabrería que recuerda a los falsos profetas que, subidos en un atril a las puertas del templo, peroraban ascéticos alegatos a las masas de desdentados hambrientos. 

El torero-predicador Perera, desde el facistol de la modernidad, que es el tuiter, mientras clama contra los abusos de poder y los dictadorzuelos latinos, violadores de las libertades del pueblo según él, llama, públicamente, maricón a un aficionado que no comparte sus ideales.

-¿Y tu que haces para defender la fiesta, si ni siquiera has escrito un #sialostorosenbogotá? -interrogaba el figura del toreo al vilipendiado aficionado-.

-Bieeeeen, así se habla, maestro - azuzaron de seguido, los partidarios, al extremeño contra el reventador taurino.


Este Perera, como otros tantos de sus compañeros del jédiez, creen que la fiesta se defiende por las mañanas en tuiter haciendo trendings topics a cascoporro, a mediodia en los corrales, eligiendo con finura la materia prima para que el festejo tenga la dosis de arte requerida, y por la tarde en las monumentales de pueblos a los que no hubiera ido ni Labordeta con su mochila. Y si no entras por el aro: leña al mono con el aficionado.

Escribía Breton en su manifiesto que "unicamente la palabra libertad tenía el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener ese viejo fanatismo humano. Sin duda alguna, se basa en mi única aspiración legítima. Pese a tantas y tantas desgracias como hemos heredado, es preciso reconocer que se nos ha legado una libertad espiritual suma. A nosotros corresponde utilizarle sabiamente (...) La actitud realista, basada en el positivismo, desde Santo Tomás a Anatole France, me parece hóstil a todo género de elevación intelectual y moral. Le tengo horror por considerarla resultado de la mediocridad, del odio, y de vacíos sentimientos de suficiencia. Esta actitud es la que ha engendrado en nuestros días esos libros ridículos y esas obras de arte insultantes. Se alimenta incesantemente de las noticias periodísticas y traiciona a la ciencia y al arte, al buscar halagar al público en sus gustos más rastreros; su claridad roza la estulticia y está a altura perruna. Esta actitud llega a perjudicar la actividad de las mejores inteligencias, ya que la ley del mínimo esfuerzo termina por imponerse a éstas, igual que a las demás..."

 Pérdida de fe en la gente del toro, desconfianza con el que trae en el esportón el optimismo por norma, y compromiso visceral con la libertad, que no es otra cosa que la independencia de cada cual para defender su verdad sin temores. Este podría ser el manifiesto de un aficionado cansando cualquiera, que se encuentra hastiado de tanto fraude, del sistemático toro por liebre y de que, desde un tiempo a esta parte, encima de cornudo, tenga que ser apaleado. La beligerancia con la que nos azota el taurinismo con sus múltiples tentáculos es directamente proporcional al miedo que tienen a acabar engullidos por el agujero negro de su propia revolución. A que el público se cosque del timo y entre de lleno en el virtuosismo clásico de los Fandiño o Castaño, de los toros que se escapan de la atorabilidá y de una fiesta a la que nunca falta el ingrediente del miedo.

Por cierto, este figurón de la tauromaquia de la época en la que se torea mejor que nunca, que va tachando a aficionados de maricones y cobardes, esta tarde aparece en la famosísima Feria del Toro con un lote de Juanpedros. Y ya se sabe lo que dice el refrán, sobre lo que se cree el ladrón...









martes, 10 de julio de 2012

De uno que tuvo un futuro negro








Año 1893. Alemania patenta el motor diésel, los Estados Unidos registran la fórmula de la Coca Cola, en Noruega, un artista de infancia avinagrada, Edvar Munch, termina de pintar su personalísima y lúgubre gioconda, grito tétrico del que jamás imaginó que un siglo después fuera vendido en quince mil millones de las rubias pesetas. En Madrid, Sagasta sale elegido por los votantes -entonces sólo varones mayores de veinticinco años-, como Presidente del Gobierno y el Instituto Nacional de Meterología presenta su primer mapa de predicciones, sin saber que estaba fundando uno de los subgéneros periodísticos más coñazo; en el Liceo barcelonés el anarquista Santiago Salvador Franch, con un par de bombas orsini en cada mano, hacía saltar por los aires a la burguesía catalana: veinte muertos y no menos de cuarenta heridos que asistían, confiados y risueños, como garcigrandes en los chiqueros de la Monumental de Badajoz, a la obra de Guillermo Tell sin caer en la cuenta de que desde la quinta gradería del teatro un ácrata aragonés soñaba en atravesar, como la flecha del arquero la manzana, el corazón de la aristocracia barcelonesa. Y en Sevilla, en el Cortijo el Cuarto, Manolito, un descarado mozalbete de nueve años, se empeña en darle un natural y un pase de pecho a un toro de Miura, cojo, pero con más peligro que un alcalde nuevo. A Don Eduardo "el de las patillas", que acaba de hacerse cargo de la vacada por la muerte de su hermano Antonio, no le pareció mala idea la cosa, ni se echó las manos al sombrero de ala ancha al ver tan goyesco cuadro. No era para tanto: un chaval que quiere ser matador tiene que tirar con lo que sea.

Manolito ya había ganado, con siete años, sus primeros duros -una libra esterlina, más bien- como torero. Se la arrojó, al grito de "torrero", un inglés que se quedó prendado con el garbo del chavea, que en el Baratillo y calles de alrededor amontonaba sus primeros partidarios, gentes del lugar que iban a verle trazar líneas imposibles, doblegar a la muerte, que se sentía, a pesar de no ser real, y dominar con pinturería al invisible toro, cálido y pegajoso, del aire sevillí. 


Novillo de Pérez de la Concha en Madrid. 1905




















A Manolito ya no hay quien lo pare: antes de tirar los dientes de leche ya había toreado becerradas en Portugal y Francia. Aquí ya había formado, junto a Revertito, la cuadrilla de los niños sevillanos. Con los del castoreño debuta a los diecisiete. Once meses después se presenta como novillero en Madrid, con una novillada de Arribas Hermanos que toma veintisiete varas y despena nueve rocines. Aficionados y crítica entran por el aro: este Manuel Mejías Rapela va a ser gente en esto. 


Novillo cuatreño de Miura en Sevilla. 1903
























Cuatro meses después, en su Sevilla, mata una novillada cuatreña (¡!) de Miura, mano a mano con Corchaíto. Cuando los veterinarios se percataron de la edad y el cuajo de los novillos, no dudaron en presentarla en los carteles como novillada cuatreña. Sin complejos. Tampoco era raro en la época. A nadie, fueran críticos, partidarios, detractores, compañeros o figuras, se les ocurrió tachar el asunto de desvergüenza o inmoralidad. Manolito, que creció sin el amparo de escuelas taurinas y taurinos sin escuela, no necesitó más preparación que la que le suministraba su infinita afición y descomunal valor. En Barcelona, todavía de novillero logró dos triunfos sonados: uno ante Lord Beresford, almirante de la escuadra inglesa que lo premió con cinco libras esterlinas, y el segundo, ante un novillo de Felipe Salas que mandó a dos varilargueros al hule. 

No tardaría en llegar la alternativa...


Corrida de novillos de cuatro años cumplidos. Sin complejos.


Será porque en la época no existía el típico paliza bloguero que sólo se afana en demostrar científicamente, con cuatro vídeos mal encaraos del youtube, que las figuras de antes eran una mentira y los toritos de mazapán, que hoy se torea mejor que nunca y sale el toro más bravo de siempre. O, quizás, porque en aquella época de transición que enlazó mi guerrismo y mi gallismo, en la que las figuras eran Machaquito y Bombita -que tuvieron sus claroscuros-, donde el Juli, con suerte, habría llegado a ser un buen mozo de espás sin distinción para pinchar ni cortar. O porque la crítica escribía e instruía de toros con estilo, verdad y valentía, con sus fobias y filias, pero con categoría. El caso es que no se muy bien el porqué, pero a pesar de las palabras de Julián, al niño Manolito, en esas "vergonzosas" novilladas, no le fue mal del todo.

Que yo sepa, Manuel Mejías Rapela, el Papa Negro, algo de futuro tuvo en esto de los toros, aunque yo cada día sé menos y la Historia de la Tauromaquia seguro que está equivocada, que antes no había villasusos ni mundotoros que enmendaran la plana a los desviados Cañabate o Corrochano.

Siguiendo la línea crítica del maestro de Velilla, tampoco hay que ser Aristóteles para entender que a la tauromaquia s.J. (según Julián) le hubiese ido mucho mejor, y no llegaría a nuestros días mendicando atenciones, si a Joselito el Gallo, Frascuelo, Guerrita o Belmonte les hubiera dado por zambullirse de lleno en el arte, si los empresarios hubiesen inventado antes la Carpa, si Rafael el Gallo tuviera tuiter y si todo torero que se precie huyera sistemáticamente de las ferias importantes y del toro con casta, poder, arrobas y trapío. 

El futuro ya lo tenemos aquí, en el presente: se llama Badajoz, se llama Olivenza, se llama Cantalejo, se llama Brihuega, se llama Ronda, y sí que es una vergüenza. 






 
Nota: imágenes de la Razón Incorpórea



viernes, 8 de junio de 2012

El Oro de la Carpa

Juan Pelegrín





  Como me tengo por una persona que gusta ver de toros, sin complejos, pero con decencia, me perdí, con gran alegría, la Beneficencia 2012, que diría Gallardón. De igual modo he procedido con la gran mayoría de este San Isidro, que es una feria que tal y como está montada, interesa más bien poco, y justo es decir que no solo por la sopranesca empresa, que otear el desolador panorama de toreros y ganaderos aferrados a la gallina de los huevos de oro del arte ditirámbico y caersete los palos del sombrajo es todo un uno.  Profesionales, como se dice ahora, como si hablásemos de fontaneros o gigolós, que se han convertido en pájaros de mal agüero para este aficionado cansado.

Sí que ví, con una sonrisilla mouriñesca, que es como la mueca de la Gioconda, pero en plan Harry el Ejecutor, la salida a hombros de Alejandro Talavante, laureado entre chonis sicópatas y canis castizos, hechos a la madrileña, como los callos de Casa Paco, y que, junto al toreo hermafrodita de Manzanares, es el contrabando artístico que están colando los sevillís en la capital del reino a través del AVE. 

Sobre el Tala, que seguramente no pasaba tan mal rato en una plaza de toros desde que mataba los Adolfos, los mismos que le habían pedido dos orejitas, una por becerrote, saltaban y huroneaban, como una manada de leones jalándose a Bambi. Y uno no sabía si estaba viendo a un torero salir entre vítores por la Puerta Grande de las Ventas del Espíritu Santo o a una milicia de almonteños saltando la reja para sacar en procesión a la Blanca Paloma. 

Fervor, trapicheo, paroxismo artístico, farándula, un espectáculo repelente, casi tan bochornoso como el que se produce tarde sí y tarde también dentro de la plaza, ya su plaza, plaza de artistas, que no de valientes, plaza de abortos juampedreros, raramente ya de Toros, y plaza para turistas, claveleros y analfabetos taurinos, con fortuna también de unos pocos benditos a los que -por lo menos para la simplona masa de público que nos subvenciona la Fiesta- de nada les vale que su afición, cimentada en la plaza a base de isidradas y domingos caniculares, beba de las fuentes de Chenel, Bienvenida o Esplá, ni que hayan echado los dientes de leche en el Batán, viendo los toros de Escudero Calvo, Isaías y Tulio Vázquez o Concha y Sierra. Aficionados de casta y reata que por mor de las corrientes vanguardistas, tan monótonas y nazis -buscan una raza superior de cretinos que solo piensen de una forma, sin rechistar y pasando por taquilla-, empezaron siendo tratados de talibanes, ya van por reventadores y lo siguiente será montarles un Guantánamo en el tendido Siete.

Son los de la Carpa, que se han creído que son cultura, así, porque sí. Porque un día invitan a una coplista que va y lo dice, y al otro, un escritor al que un negro le escribe los libros va y lo dice, y al siguiente uno que, borracho, hace veinte años, disertó sobre el milenarismo en la Primera, va y lo dice, y al día que hace cuatro, una muchacha que presentaba el Waku Waku, va y lo dice... y así, una larga y postiza pasarella de tertulias sintéticas y artificiales que intentan aferrar el toreo a su última gota de vida mientras el viejo aficionado abandona las plazas, aburrido y hastiado de tanto cantamañas.

 La imagen que no dan los del Plus es la de esos canis, abandonando la Puerta de Madrid, por la calle de Alcalá para abajo, camino de uno de estos establecimientos donde se mercadea con el elemento químico número setenta y nueve de la tabla de elementos, vendiendo los jirones del Tala, que es el vil metal extraído de las minas culturales de la carpa, que es el oro de Moscú al que le escriben los revistosos y que el taurinismo olisquea como podencos en el coto. 

Oro que será nuestra ruina.









viernes, 1 de junio de 2012

Intoreables no, que me enamoro



Escolares intoreables e informales


Toreables y con educación para la ciudadanía


Aunque por esperado, no deja de sorprender que después de una Tarde de Toros -con mayúscula-, que sacaron sus virtudes y defectos, motivando el vertiginoso vaivén de esperanzas y sinsabores que fuerzan las seis apariciones de la casta por toriles, como fue la de Escolar ayer, salgan como setas revistosos que por seguir llenando el buche, compadrear con taurinos, continuar cebando su ego personal, por pura ignorancia o por asegurarse una invernada prolija en tentaderos de postín, mutilen, con la saña de un interrogador iraquí, el génesis de la Fiesta. Hablan de terror, miedo, de tíos que se ven obligados a presentar los arrestos que pocos hombres en el mundo tienen y del exceso de dificultad para dominar a una bestia -¡hasta hay uno que cuenta a su parroquia que la agresividad es un defecto del toro bravo!-. Y exponen esta lista, que es la que debe colmar en honores y chulería al matador de toros, como cáncer del toreo, como si la metástasis antitaurina que en nuestro tiempo asola el pueblo, se expandiese tan napoleónicamente por culpa de aquellas emociones infartantes que hicieron grandes a Joselito el Gallo, a Frascuelo o a Francisco Montes, Paquiro. Épocas en las que el toreo, a pesar de su crueldad y sanguinolencia, tan bellas y naturales, se afianzó en la piel de toro como la más gloriosa de sus tradiciones, rito pagano con el que español de a pie presumió vanagloriosamente, hinchando pecho como un pavo real, ante los ojos del resto del orbe.  

Un egregio elenco de plumillas que, desde el que trae su titular hecho de casa, de manera análoga a las faenitas precocinadas que firman sus figuras, con el ya famoso "fulanito de tal, al matadero", que es locución que empieza a competir seriamente en antitaurinismo con el "elimina lo anterior para comprar vacas y sementales de Juan Pedro Domecq"; pasando por el crítico que después de treinta años de profesión y unas cuantas miles de reseñas a la espalda, sigue escribiendo con total ignonimia, de toros ilidiables, intoreables e imposibles; hasta terminar por esos jovenzuelos, que ya echaron los dientes de leche aspirando a doctores en la cátedra del artisteo, que enlazan palabras sin ton ni son con no otro propósito que ser transgresores con lo clásico, intentando derribar los pilares de una liturgia centenaria, que si resiste los gañafones del modernete movimiento agrit pop cultureta, es por señores como don Jaime Guardiola o don José Escolar -por citar los dos últimos apedreados- y por una serie de aficionados, que sin ser mejores o peores que nadie, se afanan, como el can Cerbero, en custodiar unas formas condenadas a arder en el infierno.

Todos los forofismos son perjudiciales, vengan de donde vengan, más aún cuando fomentan ferozmente el segregacionismo tan radical -por los dos bandos-, que parte en dos la tauromaquia del nuevo siglo. Pero si llegados a este punto es menester postularse hacia algún extremo, que salga el sol por Antequera, que nos cierren el chiringuito de la tauromaquia o que nos expulsen a la Francia selvática, que más da, pero hasta las últimas consecuencias, alabando, respetando y loando la santimonia del toro fiero, listo, poderoso, con casta, edad y arrobas, que dicho sea de paso, es el verdaderamente toreable, ya que reune las características que hacen que haya algo que torear.





Foto: Julián López para Aplausos

miércoles, 30 de mayo de 2012

La butifarra






El corte de mangas de Simón Casas es la metáfora más inspiradora que refleja el momento actual de la Fiesta. Ahí, en el coliseo de Nimes, donde el pueblo se suele atiborrar, como en la antigüedad, con raciones industriales del pan y circo de nuestra época y mundillo, que son las orejas y el arte, se vino arriba en banderillas el gafapastero snobista, narcisista de élite y productor artístico de funciones ricas en chicha y nabo, autoproclamado como icono de ese modernismo de andar por casa que una mañana lo coloca toreando de salón juanto a Arrabal o Dragó en la puerta del Guggenheim, y esa misma noche lo tiene meando en una bacinilla, como Al Swearengen, aquel tabernero proxeneta de Deadwood.

Bernardo Domb, AKA Simón Casas, simón, piedra y apóstol sobre la que se edificará la iglesia del arte, reivindicó, a su manera, en el exilio, la abolida tauromaquia catalana. Donde no llegó la barretina de Serafín, la muleta ensenyerada de Antonio Barrera ni la despedida rave del dios de Galapagar y el ruiseñor de la Puebla, ha llegado el pícaro gabacho con su corte de mangas. Una butifarra, que como bien nos enseña la ilustrísima wikipedia, "en la lengua y la cultura catalana es hacer un corte de mangas", que ha ido a poner orden ante esa trajeada alegoría que sienta sus reales en el palco y que no se sabe muy bien porqué, se sigue haciendo llamar autoridad. Quien sabe si este Ché Guevara de la artycultura (cosas del Pulga), con tan catalanista corte de mangas estaba rindiendo su pequeño homenaje a la escasa afición que por culpa de una autoridad parlamentaria, que aspira a ser tan independiente como el ávaro presidente nimeño, que se negó a darle la galletita en forma de oreja a Luque, tiene que emigrar a las comunidades vecinas para asistir a un suculento atraco de toros. En el fondo, hasta cuando saca a paseo sus modales de pijo macarra, el bueno de Simón lo hace pensando en la afición, todo sea en nombre del arte.

En un coliseo, el César, con ademán mouriñista y pulgar retozón, en menos tiempo que cantaba un gallo, daba el veredicto vital a los reos que entre ellos, o contra bestias iracundas, se jugaban la vida. Dos mil años después, el toreo ya tiene su césar, que no era Rincón ni colombiano, sino galo y más charlatán que los vendedores de brebajes crecepelos del viejo Oeste. Emperador que en el coso de Nimes dictó su sentencia contra público y autoridad, que son los nuevos reos de este circo cruel que a pesar de la persecución de antitaurinos no se acaba nunca: o estáis conmigo o contra mí.


Contra ti, Simón, contra ti.








martes, 29 de mayo de 2012

El torero Castaño


Terres Taurines



Javier Castaño se ha convertido en la torerísima Trinidad del aficionado: hombre, lidiador y espíritu irredento que con sus salmos responsoriales beatifica el buen toreo, que carece de temporalidad, es perenne, ni es antigualla fósil, ni tiene porque dar de beber a las fuentes del vanguardismo; goza de perpetuidad, como ley justa de dios y proclama del hombre libre, a pesar de que su cauce tiende a desaparecer, como un guadiana cuya corriente, irremediablemente, está predestinada a doblar las manos en el abismo oceánico, desembocando en la collera de los manzanares, morantes y julys de turno, que forman, granito a granito de arena, risco a risco de destoreo, el delta de cultura.


Castaño, cuyos genes comparten la nascencia leonesa con el amamantamiento charro, como un héroe de la mitología castellana, de Castilla la vieja, que es a la vez fría y dura; fértil y acogedora, tierra forjadora de hombres recios e hidalgos, ha sido capaz de reciclarse, de renegar del toreo ventajista, chusco y pordiosero que practica con solemne fanfarronería la inmensa mayoría del escalafón, para erigirse en lidiador de época, delfín de Esplá y tantos otros, y lo más increíble, hombre y taurino respetable. Sus triunfos vienen siempre acompañados de la mano del extásis del toro con trapío, hierbas y casta, que es huella dactilar de la Fiesta, encargada de dar veracidad al asunto y de transmitir el miedo, gasolina que quema al aficionado a lo bonzo -único especimen ibérico (en claro peligro de extinción) que se metería el chisquero en señal de protesta por algo-. Aleación inflamable de canguelo y maestría capaz de hacer, en virtud a la naturaleza alquímica del arcano del toreo, que el cemento del tendido arda y chisporroteé como la Roma neroniana.

Para Castaño no habrá premios Paquiro, medallas de bellas artes ni entrevistas con rubalcabas. Es posible que Arrabal no sepa ni quién es, y que Dragó el único castaño que conozca sea uno que se cría en Chanthaburi, ciudad de la baja Tailandia, y cuyas raíces, empapadas en siete u ocho gin tonics, producen un efecto virilizante que no está al alcance ni de los abuelos cebolletas de las Ramblas. A la carpa no lo invitarán, con él Muñoz Infante no hará por evitar un conflicto de orden público y es seguro que los revistosos no andan a tortas por escribirle la biografía.


Ni falta que hace. Castaño es ya el torero de un pueblo que está ayuno de tíos valientes, honrados y políticamente incorrectos. Del que lo hace -nos guiaba Joaquin Vidal-, yo soy del que lo hace. Y Javier Castaño se lo hizo a seis Miuras en Nimes.