21 de Mayo de 1991, primera salida a hombros por la Puerta de Madrid de César Rincón. Iba a ser su primera batalla con un toro de Baltasar Ibán. Seguramente cuando esa noche se fue a la cama pensó que pocos toros más encastados que Santanerito le saldrían en Las Ventas. No se podía imaginar, ni él ni nadie, lo que le iba a salir por chiqueros el siete de junio del 94, a eso de las siete y media de la tarde. Así nos lo contó D. Joaquin Vidal la bella lucha de Rincón y Santanerito:
La apoteosis se le venía encima a César Rincón, y seguramente no se lo podía creer. El toro caía fulminado por efecto de una estocada mala, pero el éxito estaba conseguido, y ya flotaba César Rincón por entre las blancas nubes de la gloria. Le abrazaban las cuadrillas y el apoderado levitaba entre barreras con cara de querubín, mientras trepidaba el coso, el público en pie, rompiéndose las manos de aplaudir. Aquello debió de ser, para el torero, un sueño. Pero no era un sueño, era una realidad. Quizá una realidad mágica.
César Rincón había iniciado su ascensión a los cielos cuando se echó la muleta a la izquierda y el toro, un serio, fiero, encastado toro, pretendió arrebatársela pegando una arrancada temible. En aquel momento crucial se estaba dilucidando una cuestión de soberanía: o mandaba el torero, o mandaba el toro. Y el torero, en un instante de inspiración que quizá vaya a cambiar el rumbo de su vida, decidió tirar del toro hasta el centro del redondel, citarle allí de nuevo, y llevarle sometido en una tanda de naturales, que pusieron la plaza boca abajo y el toreo en la cumbre. Entonces se le entregó el toro y el triunfo ya fue suyo para siempre jamás.
Un triunfo que se produciría arrebatador. Quedaban lejos aquellas primeras tandas de derechazos, no muy seguras porque el toro pretendía imponer el poderío de su casta altiva. Quedaba lejísimos la interminable faena que aplicó al tercer toro, muy jaleada en algunos sectores de la plaza, pero también muy protestada en otros porque el toro era una birria. Todo aquello quedaba ya tan remoto que se perdía en el olvido y sólo permanencia la realidad mágica del momento presente; el toro dominado, el diestro dominador transformando en arte su pasión torera. Y el coso era un clamor...
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