Plaza de toros de la Maestranza |
Toros de Hijos de Celestino Cuadri, lustrosos, con cuajo, romana, "muy sevillanos" de cabeza, según la cargante crítica moderna. Aplomados, descastados, poco castigados en el caballo y a menos en el último tercio, salvando el tercero, manso con una punta de casta, ovacionado sorprendentemente en el arrastre. Cuarto y quinto, cinqueños. Antonio Barrera: media estocada delantera tirando la muleta y dos descabellos (silencio tras aviso). Estocada caída y delantera, rueda de peones y cuatro descabellos (silencio). Javier Castaño: pinchazo perdiendo la muleta, estocada entera y tres descabellos (tras aviso, saluda una ovación desde el tercio). Pinchazo en hueso, estocada entera y contraria, perdiendo la muleta (silencio). Alberto Aguilar: estocada casi entera, suelta y caída y tres descabellos (ovación y salida al tercio). Media estocada desprendida y seis descabellos (silencio tras aviso).
Con la montera calada, al más puro estilo esplasista, se recogía Javier Castaño, el maestro charro, o leonés -ahora que es ojito derecho de la afición, le salen pueblos como setas-, camino del burladero, a la muerte del quinto, sabiéndose triunfador, sin orejas ni apoteósis -los silencios maestrantes han mutado a ecos cadavéricos, de lo vacía y muerta que está la plaza; vacía por la crisis, económica y taurina, muerta por el arte que se pué aguantá, alter ego sevillano -agitanao- de la exigencia madrileña -más yihadista-, y que ha acabado convirtiendo la Maestranza en una academia de aficionados que confunden el culo con las témporas, salvo que el trasero sea del género artista, con lo cual a esa nalga, sea familia o no de las témporas, tendrá que tocarle el maestro Tejera el "Suspiros de España" sin rechistar-. Antes había construído dos faenas rebosantes en técnica y valor, cada una con sus virtudes, acopladas en todo momento a las necesidades, problemas y virtudes -pocas- que le iban planteando los badanudos cuadris. Al segundo, que no tenía nada, si acaso un abismo negro de guasa, a base de ir un paso más allá, de cruzarse y citar como se cruzan y citan los toreros, le sacó un yacimiento de derechazos, encajados y mandados que no muchos son capaces de firmar. Por la izquierda, ni uno. Comerciante, no bajó la gaita ni con tres cuartas de acero en los rubios -los hermanos, quitando tercero, también vivieron en la permanente media altura-. El quinto, además de permitirle un arrimón ojedista, con algún pasaje templado de no más de dos muletazos ligados y no más extensión que un cuarto de tranco, también sirvió para que el valiente Adalid se sacase la espina del mal tercio de banderillas anterior, pisoteando el orden de lidia, las reglas más elementales del toreo, obligando a Galán a bregar con dos moles, para terminar saludando una ovación barata por dos pares de rehíletes caídos, con más exposición que lucimiento. La torería del subalterno nunca debería competir contra la eficiencia de la lidia y el oro del matador.
Sin torería y sin eficiencia, ni para el regusto, ni para la guerra, pasó Antonio Barrera por el barbecho abrileño. Al contrario que Castaño, no vino a apostar, el pasito que tuvo que dar para allá, lo daba para acá y cuando parecía que ya se iban a centrar, toro y torero, siempre salía un golpe de eolo, un molesto gazapeo o un gañafón que descomponía las telas y que componían la excusa perfecta para un torero que no paraba los pies quietos en ningun momento. Con el que abrió el festejo se lo aguantaron, más pacientes que el santo Job. No así con el cuarto, al que le recetó una somanta de pases impropios para lo que es el género, con el que en teoría hay que andar abreviando, de una corrida dura.
El mejor toro le cayó en suerte a Alberto Aguilar, al que el aficionado, que se sabe ya huérfano de Fundi, arde en deseos de aupar en el trono torista -potro de tortura, más bien, dirán algunos-. Aldeano, que empujó con fuerza en el primer trancazo y cantó la gallina con estrépito en el segundo -de aquí que no se entienda la ovación en el arrastre-, embistió con transmisión y codicia a la muleta, muy poderosa, también muy acelerada, del torero madrileño. El inicio, con unos doblones la mar de toreros, auguraba una batalla grande que acabó siendo menos de lo esperado. Por el derecho, único pitón potable del Aldeano, le enjaretó, bien colocado, pecho por delante y sin esconder la patita, varias series de mano muy baja, muleta puesta en el hocico, planchá, para luego fastidiar tan inmaculados prolegómenos con la ausencia absoluta de temple o de intento de. Cuando se la echó a la izquierda, quizás ya tarde, sufrió un desarme que el maestro Tejera premió con un tétrico ¡chimpún! muy de la casa. Con el castaño sexto, porfió y porfió justificando el sueldo y alargándose de más.
La corrida triguereña, medida bajo el prisma del hierro comercial, se puede salvar de la quema: bien visto, se pudieron cortar tres orejas fácil y "dejó estar" -quede claro el entrecomillado-. También sacó el lado negativo, la cara B de las toradas menores: no se picó en el caballo -a pesar de las ansías de los picas por destacar-, los segundos puyazos no existieron y la emoción terminaron poniéndola más los toreros con su buen hacer. Pero como Cuadri es Cuadri, y su historia no merece comparaciones odiosas, ni es necesario ni cabal que los toristas se estén restregando el lomo unos contra otros, una y otra vez, cuando un festejo se da mal, hay que apuntar en la memoria del aficionado, que suele ser buena, que en el debe de Comeuñas se le sigue apuntando media docena a Sevilla.
3 comentarios:
Y la corrida del 18? No se actualiza mucho este blog no?
Se actualiza por las mañanas, a las nueve y media. Un saludo
Además de cobarde anónimo es gilipollas
Saludos
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