...A la oleada general de frivolidad que padecen tantas manifestaciones
artísticas y culturales también han sucumbido los toros. Hubiera sido
ingenuo e iluso esperar heroicas resistencias del mundo taurino a la
hora de acomodarse a lo que suele llamarse la evolución de los tiempos.
Pero aceptado que los cambios de gusto del público imponen otros
valores, cabe de todas formas plantear una pregunta clave: ¿hasta dónde
se puede tolerar una adecuación a las novedades sin que ello signifique
una clara y verdadera tomadura de pelo? O, dicho con las palabras
precisas de Vargas Llosa: ¿cómo defenderse ante una arrolladora y sutil
conspiración?
Una defensa que se hace más difícil, en nuestro caso, porque los propios "conspiradores" han hecho creer que lo primordial en estos momentos es defender la fiesta de sus enemigos exteriores, y mientras tanto, con esa coartada, el taurinismo actúa y manipula de acuerdo con sus dos intereses fundamentales: conseguir el máximo beneficio económico y disminuir en todo posible el riesgo de la lidia. Estos dos últimos aspectos han sido, desde luego, consustanciales con la historia de la corrida. Siempre ha sido así. Se organiza el espectáculo para obtener unas ganancias y los diestros, desde los inicios del toreo a pie, han procurado aliviarse, en lo posible, del peligro que supone un toro íntegro y poderoso. Pero el problema se plantea ahora con más agudeza que nunca porque la imposición de esos intereses no encuentra quien la contrarreste. Nadie frena esa tendencia porque la voz y opinión del aficionado ha desaparecido de las plazas y, como las autoridades tampoco quieren complicaciones, la corrida se desplaza en una sola dirección: la que conviene al taurinismo...
Una defensa que se hace más difícil, en nuestro caso, porque los propios "conspiradores" han hecho creer que lo primordial en estos momentos es defender la fiesta de sus enemigos exteriores, y mientras tanto, con esa coartada, el taurinismo actúa y manipula de acuerdo con sus dos intereses fundamentales: conseguir el máximo beneficio económico y disminuir en todo posible el riesgo de la lidia. Estos dos últimos aspectos han sido, desde luego, consustanciales con la historia de la corrida. Siempre ha sido así. Se organiza el espectáculo para obtener unas ganancias y los diestros, desde los inicios del toreo a pie, han procurado aliviarse, en lo posible, del peligro que supone un toro íntegro y poderoso. Pero el problema se plantea ahora con más agudeza que nunca porque la imposición de esos intereses no encuentra quien la contrarreste. Nadie frena esa tendencia porque la voz y opinión del aficionado ha desaparecido de las plazas y, como las autoridades tampoco quieren complicaciones, la corrida se desplaza en una sola dirección: la que conviene al taurinismo...
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