La fiesta del Cascamorras constituye un ejemplo de fiesta popular con profundas raíces sociales y simbólica, a la par que hermosa y atractiva.
Resulta evidente que en las últimas décadas se ha venido produciendo una cierta homogeneización en cuanto a los calendarios festivos y las celebraciones que tienen lugar a lo largo y ancho de España, sin embargo en algunas poblaciones sobreviven fiestas y tradiciones que destacan por su singularidad.
En ocasiones dicha singularidad acaba jugando en su contra, ya que se convierten en meras atracciones turísticas, perdiendo su funcionalidad a nivel social y su significado simbólico. Por fortuna el Cascamorras de Baza y Guadix ha logrado escapar de estas dinámicas y sigue constituyendo un claro ejemplo de fiesta con una fuerte carga simbólica y funcional.
El origen de la fiesta
Según cuenta la tradición, al poco haber pasado a manos cristianas, un grupo de trabajadores se encontraba trabajando en la construcción de una ermita a las afueras de Baza, cuando uno de ellos, de nombre Juan Pedernal y natural de la vecina población de Guadix, escuchó bajo su azada una voz que pedía piedad, asombrado excavó con las manos hasta desenterrar la figura de una Virgen con un Niño a la que dieron el nombre de Piedad.
Año tras año, Pedernal, acompañado de los prohombres de su ciudad intentaron recuperar la imagen, sin embargo los bastetanos, quienes habían tomado cariño a la Virgen de la Piedad evitaban que esto sucediese.
A lo largo de los siglos el rito fue evolucionando, Juan Pedernal se transformó en el actual Cascamorras, un personaje vestido de vivos colores que intentará, en nombre de toda la población de Guadix, hacer aquello que sus antecesores no pudieron.
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