Pinar, oreja made in Taiwan. Manolo Moreno
Plaza de toros Monumental de Pamplona. San Fermín. Quinta de feria. Lleno. Toros de Fuente Ymbro para Antonio Ferrera, Oliva Soto y Rubén Pinar.
Toros bien criados estos de Fuente Ymbro, con caja, trapío y una seriedad digna del asunto que nos trata estos dias por Iruña. Media corrida brincando de los seiscientos kilos, sin perder una mano y moviéndose, con la empalagosidad empachosa a la que le condena su sangre, pero ofreciendo embestidas potables para el torero. Visto está, por esta corrida y por muchas otras, que el problema primordial de la falta de fiereza, acometividad y fuerza del toro no son sólo los kilos o el tamaño.
Antonio Ferrera cortó una orejita del cuarto, que dió en la romana casi los setecientos. Lo cual -no confundirse- no quiere decir que sea un premio de peso. El mejor de la tarde. El gallardo, embistió por los dos pitones con temple y humillación, sin gota de emoción, pero con todas esas virtudes que hacen que un toro, hoy dia, sea ensalzado: nobleza, durabilidad y ritmo. El extremeño, que ya antes había hecho el ridículo con las frías con esa manera de banderillear, brincando como un saltamontes, cuadrando en los costillares y saliendo de la suerte con esos desplantes que pertenecen más bien al toreo cómico. Claro, que bien visto, Ferrera es un torero bufo. Con la muleta se limitó a llevar al toro por donde el bicho quería ir, y a la velocidad que Tramposo, hija de la vaca Tramposa, criado por el ganadero (terminar la frase) le marcaba. Se puede decir que el toro lo toreó a él. En su primero estuvo más serio, sin hacer cosas demasiado raras con los palitroques, con oficio con la muleta ante un oponente que no se oponía a nada, valga la contradicción. Lo mejor de la tarde, más por excepcional que por grandioso, fue el quite que realizó al toro de Oliva. Sacando el toro del caballo con tres capotazos con su pizca de garbo, dejándolo fuera del tercio en las manos de la cuadrilla. Eso es un quite que, además, entraña más dificultad y tiene más mérito que dar unas -inas -pueden ponerle el prefijo que quieran- cuando te han sacado el toro a los medios y empieza a estar con las fuerzas a menos cero.
Oliva Soto, que sólo se ha echado a la boca este año la del Conde de la Maza en Sevilla, no ha venido suficientemente preparado para una cita tan fetén. Primero, por la cuadrilla, que dejaba mucho que desear. Después, por traicionarse a él mismo. Un torero, mejor o peor, pero que tiene un sello distinto y personal no puede traerse las faenas dictadas desde casa. Más aún cuando el que dicta, no sabe de ortografía ni de gramática. Mal aconsejado o muy verde. O las dos cosas a la vez. Eléctrico toda la tarde, invadido por la testosterona, se dejó llevar por las ganas de agradar y de meterse a la bullanguería en el bolsillo desde un principio. Pero equivocó las formas. Pronto y en la mano no quiere decir que todo vale. No. El segundo de la tarde, que no fue nada del otro mundo, pero se dejó, -como toda la corrida- se le fué entre abaniqueos, manoletinas, pases rodilla en tierra y demás toreo accesorio. Una pena. El quinto, fue un animal un poco más encastado que sus hermanos, que en otras manos, -y en otra cabeza más despejada- le hubiera podido formar el lío. El fuenteymbro le ganó la partida con facilidad. Y no porque se comiera a nadie, sino porque no tuvo torero enfrente que lo entendiera. Pedía distancia, se venía desde lejos y se revolvía en los tobillos, señal de bravura. ¿Qué encontro? Un chaval que se puso a hacerle manoletinas y que no se quedó colgado de las perchas del burí por pura casualidad. Con la espada, fatal. Normal. Tiene excusas, por el olvido al que lo tienen crucificado los empresarios, pero el poso que deja Oliva Soto esta tarde no es el de la gracia calé y el cante jondo que venden sus partidarios. Si acaso, es un poso de decepción.
A Rubén Pinar todos los toros le valen. Curioso. Será porque como no los torea, que los acompaña, ninguno le sale respondón, todos muy civilizados. Y con gente tan educada es muy fácil ponerse de acuerdo, y hasta torear. Pase usted por aquí, señor toro, que yo no le voy a obligar. Yo paso chaval, pero lo de antes me ha dolido, ¿no podríamos llegar a un acuerdo formal, como buenas gentes que somos? Lo de antes usted me lo perdonará pero el Reglamento ordena lo de los dos picotazos, pero ha sido sin mala intención de mi parte, que si usted, amigo toro, se ha dado cuenta mientras estaba en el peto, yo le decía a mi picador que levantara, que no lo castigara más... Y así pasan las faenas, de largo minutaje, de este imitador del Juli, como una conversación de besugos entre uno que no sabe embestir, como deben de hacerlo los de su raza y otro que no sabe torear, como casi ninguno de su especie. Otra oreja al esportón, otro dia más en la oficina.
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