Antonio Flores |
Cuelgo por aquí una jugosa entrevista, repasando los problemas del sector, a Leopoldo de la Maza en el programa sevillano, de Giralda TV, "Capote de Paseo". Desde este cuaderno siempre lo decimos, hay que estar con ciertos ganaderos -que no ganaduros- a muerte. De aquí a unos años, no muchos al ritmo que vamos, cuando sea económicamente una utopía criar un toro bravo y el ganadero-artista que sobreviva haya de echar mano a sangres que tengan reserva de casta para llenar el depósito que ellos mismos han vaciado, ahí estarán las casas de toda la vida -si no nos las hemos cargado antes-, a las que tanto se atiza ahora porque la moda nos lleva por otros derroteros. Cuando llegue ese día a muchos les tocará pedir perdón, si es que su orgullo no ha crecido tanto como para permitírselo.
Pues el sr Leopoldo lleva más razón que un santo.
ResponderEliminarPor que no crean una unión alternativa? Nadie quiere llevar el "cotarro"?
ResponderEliminarMuy buenas Antonio, no se pierda este artículo publicado hoy en El País.
ResponderEliminarEn mis tiempos mozos (y no hablemos de los de mi padre), hacíamos pocas excursiones en el colegio. ¿De qué servía esa tontería, una excursión? La escuela era el dispensario del saber y todo lo que mereciera la pena conocer estaba dentro de sus azulejos y sus baldosas: en la penumbra poco higiénica del aula, bajo la que el maestro fumaba aburridos cigarrillos; en la biblioteca que sólo se abría un par de veces al año, para renovar la población de cucarachas; en el laboratorio (mal surtido) y el patio, cabal representación en albero y piedra del campo inmenso que quedaba más allá de la verja. ¿A qué salir fuera? Pero los tiempos se desplazan siguiendo la oscilación del péndulo, según sabemos, y ahora no existe día en que mi hijo no salga de excursión. Junto con sus dos decenas de compañeros ocupa el asiento correspondiente del autobús, forrado de pelo viejo y chucherías, y allí va, a enterarse de todo de primera mano. A la granja. Al teatro. A la fábrica de refrescos. Al yacimiento arqueológico.
La nueva pedagogía no confía en esos símbolos marchitos, los libros: hay que ir a lo que los libros representan, a las cosas mismas. El peligro de sobreinformación es obvio, porque dudo que las pobres criaturas, entre tanta vuelta y vuelta, se enteren realmente de dónde vivía el emperador y dónde se hierve el agua, y temo que acabarán por embarullarlo todo, pero esa es una objeción de segundo orden. Existen otras mayores: por ejemplo, dónde se lleva a los niños. Sé de buena tinta que muchos progenitores estampan su rúbrica sobre la autorización necesaria sin detenerse a mirar a qué condenan a sus hijos, o dedicándole una mirada marginal entre el partido y la teleserie. Así, de repente, los pobres niños pueden acabar en un cuartel de maniobras; en un matadero en vísperas de navidad; invitados a una ejecución, como Nabokov; o más: en una plaza de toros.
Se ha dado recientemente el caso de que un grupo de escolares de Roquetas de Mar han sido llevados de excursión a visitar un tentadero, y que los solícitos gestores del negocio han tenido a bien enseñarles, entre otras lindezas, cómo se banderillea a una vaquilla, se la arrincona en los ángulos del coso o se la fatiga hasta entrar a matar. Lo lamentable del espectáculo va más allá de la controversia sobre si el toreo es o no cultura o si debe prohibirse o no su celebración entre personas bien nacidas. Incluso los defensores a ultranza de este tipo de sangrías reconocerán que un niño de ocho, nueve o diez años aún no está preparado (si es que lo está alguna vez) para presenciar el ejercicio de la crueldad gratuita contra un animal que no puede defenderse. ¿Dan boquerones en vinagre a los bebés de seis meses para que se acostumbren a toda clase de comidas? ¿Se proyecta pornografía a los adolescentes para revelarles los secretos de la procreación? Ya no se trata sólo de que la llamada fiesta constituya un acto repugnante de acoso y degüello a un congénere animal (porque hay muchos toros más humanos que los que los miran desde las gradas, y muchas personas con cuernos): se trata de los efectos colaterales que una tal educación puede obrar en el alma de los más pequeños.
Aprender que introducir a una criatura en un círculo de arena con el fin de torturarla mediante pullas, cuchilladas, lanzazos y carreras es una ocasión deliciosa para estimar la belleza de la vida y el dominio de la naturaleza supone un mal camino si deseamos inculcar la tolerancia, el respeto y la sana convivencia con quienes nos rodean. Si tenemos que aguantar de momento la fiesta de los toros, que así sea si no hay más remedio; pero por favor, que no llenen de porquería las cabezas de los niños.
Lo firma Luis Manuel Ruiz. Saludos cordiales.
Perdón por tutearle, Antonio, siento haberme tomado esa licencia.
ResponderEliminarPues a este si que hay que decirle Don Leopoldo,ademas lo esplica todo para que se entienda.
ResponderEliminarAgus, por favor, tutéame, es una "orden". Gracias por llevarme a la pista del artículo de el País, periódico que me tiene desconcertado, pues tiene grandes profesionales, como Antonio Lorca, Rosa Jiménez Cano o Paz Domingo, pero que mezcla con personajes de dudosa calaña.
ResponderEliminarUn saludo
Un saludo para los demás también. Y sí, todavía, aunque a veces se nos olvide, nos quedan ganaderos que dan motivos de alegría, o por lo menos de esperanza.
ResponderEliminarDe nada Antonio, me resulta muy gratificante participar en tu blog.
ResponderEliminarSaludos.