Hoy es el día más feliz del año. Por ser el último. Adiós a este caníbal y bárbaro dos mil diez. Que se vaya a la mierda, a la tumba de los tiempos, con sus trescientos sesenta y cinco días, todos ellos, de soles enterrados bajo las tinieblas. De eneros permanentes y de veranos que no llegaron. De árboles con la hoja siempre caída, de capullos que no florecen -me refiero a los florales, los de carne y hueso, salen como setas-. Ni un rayo perdido, ni un triste boceto de arcoiris, ni una sóla fecha por la que esta añada haya podido presumir de calor. Tormentas y más tormentas; rayos y truenos; granizadas y chuzos de punta; paisajes grises, dehesas invisibles y la tauromaquia, la única, la elemental, con gabardina en lugar de chaquetilla, a esperar que amaine el temporal, mientras los que viven de ella, a su costa, han estado mirando estos doce meses como el que oye llover. Sería por eso, porque nos llovía de lo lindo.
Por aquello de que barrer y meter bajo la alfombra -junto a la "anticuada y trasnochada" crítica taurina- todas las miserias de la Fiesta es la manera de defender el toreo -según los dictámenes de la crítica moderna-, tendríamos que decir que se nos fueron al paraíso de los valientes unos cuántos toreros muy queridos; que los recuerdos de unos toros con gran historia se fundirán en nuestra memoria como estampas viejas de la Lidia; o que la democracia se tornó en dictadura para sesgar las libertades de civiles honrados, íntegros, que no defraudan a Hacienda y además, son buenos cristianos.
El caso es que en este puto año se ha muerto Adrián, después de una dura lucha, justo cuando empezaba a doblarse por bajo y poderle a la desgracia. El Pimpi también. Nos dejó helados. Por inesperado, y por jodido que resulta pensar que un tío que días antes, en Vic Fezènsac, montado a caballo, se dejaba venir de lejos un mortero de seiscientos kilos, con gran componente armamentístico en la testa, diga de hacer lo que hizo. Son cosas que asustan y enrrabian a partes iguales. Juan Luis Rivas, con sólo diecinueve años, se quedó en el asfalto, que es el segundo material geológico, tras el albero, que más vidas toreras se ha cobrado.
José Tomás, El Goy, Luis Mariscal y Jesús Márquez le han dado esquinazo a la parca en el último suspiro, que es el primero antes de la última exhalación. A los capillitas sólo les queda rezar; a los ateos, confiar en la medicina y en el hombre, para que todos ellos puedan volver para seguir jugando a la ruleta rusa con el toro. En especial, Tomás, que para bien o para mal, es el único torero que transciende, con buena propaganda para el toreo, más allá del ámbito taurino.
Los encastes se siguen perdiendo. Ganaderías bravas acaban en el matadero y, lo que es la vida, ganaderías que crían algo parecido al morucho carnicero lidian cientos de animales en los anfiteatros españoles. Ahora han sufrido esta esquizofrenia taurómaca las casas de Sánchez Cobaleda, Trifino Vegas o Atanasio. El año que viene, y si no al otro, estaremos escribiendo de que son los Hernández Plá, los toros de Fernando Palha, los Coquillas de Sánchez Fabrés o cualquier otra ganadería que no sea del agrado del que cobra.
Pero las pérdidas van mucho más allá. Directamente al más allá. Salva, desde el tendido más alto que hay, se estará ciscando en los muertos de más de uno, de los de la autoridad, y de fuera de ella. Luís Díaz de Lezana se fue dejando un buen legado, que ha recaído en buenas manos. Se marchó también Antonio Haro, al que no conocí, pero que coloco aquí, porque en la tierra de uno no es que estemos sobrados de buenos aficionados, y me consta que Antonio fue un buen ejemplo para muchos. Tampoco podré seguir hablando de toros, aunque una noche soñé que lo hacía, con mi compadre Migué. Ya lo haremos, cuando vaya yo pa'rriba. No me compres almohadilla ni me guardes sitio por ahora, compadre. Que prisa no tengo, aunque te hecho de menos.
¡Qué sí..! ¡Qué sí..! ¡Qué sí..! Que sí que me acuerdo de lo de Morante y la Silla, del Juli en Abril, de Mora en otoño, los indultos a la no indultada Barcelona.
Pero es que esos rayos de luz que, por cierto, quitando lo de Juan Mora, todo lo demás es iluminación artificial, no sirven para poner el dos mil diez como año brillante, ni para que irradie optimismo en el que hace el paseíllo mañana.
En unas horas suenan clarines y timbales. Adiós maldito año, que en paz revientes.
Feliz Año nuevo