Octavo día del cuarto mes del año doce, ya del milenio tres. Cincuenta abriles desde la tarde en la que Joselito y Belmonte volvieran a hablar de sus asuntos, como en aquellos larguísimos viajes en tren, sentados en el compartimento del mismo vagón, a modo del par de compadres de toda la vida, para luego salir por peteneras, José por uno de los vagones de cabecera y Juan por la cola del convoy, como dos viajeros condenados a no conocerse. Cincuenta años que llevan charlando de lo suyo, en un tren que no tiene destino ni hora de llegada.
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En el fondo no puedo definir la tauromaquia pero los gestos de Belmonte,en especial el último, son la prueba más clara de que no es una fiesta.
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