domingo, 15 de abril de 2012

Las vacas enviudan a las cinco (Joaquín Vidal)


















A propósito de los caballitos de esta tarde...

Joaquín Vidal
El País
 20-VIII-95





Las vacas enviudan a las cinco. Quiere decirse que a las cinco de la tarde, hora lorquiana, suena el clarín y las vacas empiezan a enviudar de seis en seis. Cuando hay corrida es como si las vacas tuvieran a los maridos en la guerra. Luego empieza a llegar el parte de bajas y lloran desconsoladas por el encinar. Peor es cuando se enteran de los detalles de la contienda. Si fue la que llaman de rejones, algunas querrían morirse, hay conatos de suicidio, a las que estan criando se les corta la leche.No es para menos: el vidrioso asunto de los rejones constituye una auténtica burrada ya en su propio planteamiento. De entrada, a los maridos (maridos-toros, conviene precisar) hay que cortarles los cuernos. Por las buenas hay que cortarles los cuernos; o sea, con todo el morro -que diría el poeta-, pues lo permite el reglamento.


Una burrada reglamentada, evidentemente, al servicio de los intereses de unos cuantos. El argumento supremo para validar semejante tropelía es que un caballo vale mucho dinero y el cuerno íntegro podría ocasionarle daños irreparables. Mas no parece que sea motivo suficiente: con no dedicar el caballo al rejoneo, o si se destina a este ejercicio, torear con la técnica debida, que incluya la salvaguarda de su integridad física, problema resuelto.

Claro que entonces no tendrían lugar esas cabalgadas, esas cabriolas, esos quiebros, esos sombrerazos sobre el testuz que se produjeron en la primera corrida de la feria de Bilbao -y en todas partes donde den la mal llamada corrida de rejones-, alrededor de unos toros en desventaja, incapaces de superar el galope de unos caballos selectos, mutilados, humillados y con un cabreo de los de no te menees.

Los toros eran la excusa para lucir doma y monta, y se llevaban en sus lomos unos zambombazos terribles. Allá los hierros de castigo, allá las banderillas, allá unos rejonazos repulsivos por los costados. Fermín Bohórquez fue quien mató más decoroso y se llevó una oreja. Ginés Cartagena atravesó al sexto a la altura del segundo sótano y la collera de la que formaba parte se llevó otra (luego la forma de matar nada tenía que ver con la concesión de trofeos). Moura liquidó al primero mechándolo a la media vuelta. Pablo Hermoso de Mendoza clavaba traserísimo y acabó descordando al cuarto, que se desplomó desmadejado en la arena. Un horror.


Ahora bien, al público le daba igual, aplaudía jubiloso, se sentía satisfecho con el brillante juego de los espléndidos caballos. Hubo dos extraordinarios, ambos negros, uno de Moura, otro de Hermoso, cuyas evoluciones de pura sangre maravillaron a todo el mundo. Ginés Cartagena ponía a los suyos de manos y fue muy celebrado. A los toros, en cambio, que les fueran dando...

Los toros, torturados antes de la función, acribillados en su transcurso, morían uno a uno, doblaron seis y las vacas enviudaban a las cinco. Bueno, es una forma de decir: los toros -salvo los muy golfos, que se saltan los cercados para beneficiarse a una vecina- no padrean, no tienen contacto carnal, los mantienen virginales para que lleguen en plenitud a la lidia.

"Las vacas enviudan a las cinco" es, por tanto, una especie de chascarrillo, acaso metáfora, ocurrencia de un servidor destinada a La Codorniz -aquella "revista más audaz para el lector más inteligente"-, y fue título de una sección que mantuvo vinculada a su firma, semana a semana durante nueve años, se dice pronto. Pero los salteadores de caminos están al acecho. Un conocido atracador de ideas ha robado el título y lo utiliza con su firma encabezando sección taurina en determinados periódicos. Este vampiro, raptor de personajes, desvergonzado plagiario, ha cometido aquí su último expolio.
 
 
 

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