domingo, 22 de abril de 2012

Ay, el arte
























































Hasta catorce toros tuvieron que reconocer los veterinarios -algunos de los chiquitines con lupa- para aprobar seis en condiciones. Viene a ser ésta la ganadería fetiche de las figuras, confiadas en el escaso trapío y las condiciones mulares de su comportamiento. Los plumillas, tan dados a poner por las nubes todo ganado que les propicie emperejilar sus críticas con el sol, la luna y el trigal, también nos venden la torada de Justo Hernández como paradigma de bravura. Ya es casualidad, ejem, ejem, que los grandes toros de Garcigrande salgan, en la mayoría de los casos, cuando no hay televisión de por medio. Tal día, en ta plaza con fulanito de la Puebla, menudos torazos, que lo he leído en Burladero.  Luego llegan grandes ferias y se repite otra casualidad, ni lo que vemos son toros, ni mucho menos las dificultades o virtudes que plantean tienen que ver con la bravura. 

Lo de Sevilla, infumable e impresentable, por lo menos ha servido, y no es poco, parece desmerecer esto del arte. Sí, desmerecerlo. Descubrir a los hartistas. Porque que llegue un legionario a punto de licenciarse como Fundi a la catedral del arte, con el sumo pontífice Morante celebrando desmayos y escacharramientos de relojes entre los vahídos de la beatería, y sea capaz de firmar, con estos torillos de carretón, la misma obra que firmarían los autoelegidos para la gloria, los cansinos de las antologías y las importancias liliputienses, da mucho que pensar. Los interesados en defender esa cultura del torero posturitas, que se asemeja más a un jugador de billard que a un bregador, más al Ken de la barbi, que al Manolete de la Lupe, dirán ahora, después de calumniarlo durante veincinco años, que el Fundi es también artista, que lo llevaba dentro. "La pureza que hasta ahora no pude sacar", como dice el irreconocible Padilla. Quizás la realidad sea más dura, para ellos: ni antes el fuenlabreño era un pegapases de tomo y lomo, ni ahora es Ordoñez. Si pudiéramos ver a muchos jabatos de los que se juegan la vida por los infiernos taurinos sin darles la asquerosa oportunidad de manifestarse por el limbo de las figuras, se comprobaría que eso de torear con gracia y pinturería al bicho borriquero y noblón es bastante más fácil y, sobre todo, menos importante de lo que nos quieren vender. ¿La solución? Carteles abiertos. Fundis con garcigrandes. Morantes con miuras. Robleños con cuvillos. Manzanares con cuadris. Y que sea lo que dios quiera, que se vea dónde está el arte y la torería; la mentira y el chuflerío.

Mientras, gloria al Fundi, capaz, con su sequedad castellana, de parar en Sevilla la sangría temporal de los escharramientos de relojes, los caprichos de La banda del tío Honorio y de apechugar con entereza a los cuatro gilis que abandonaron el silencio maestrante para silbarle durante la vuelta al ruedo.



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