Roberto Moreno |
La Monumental de Barcelona, en tiempo ha vergel prolífico en bravura y hombría, ya es llanura esteparia. Se cierra para siempre, mal que pese, que pesa, con o sin togados, con ielepés o sin ellas, porque dentro de unos años, en caso de que se pueda revocar legalmente la situación, la afición, y el germen de ella que medra en la juventud, estará enterrada en el nicho que han escavado los propios taurinos. No hay vuelta atrás. Decir lo contrario es mentir, y seguir, como quieren que sigamos, taurinejos so ilusos, vendedores de brebajes crecepelo, montados en la nube de algodón que nos ha traído en volandas hasta este laberinto cuya única salida, salvo milagro, es un precipio. Barcelona taurina es pasado, por muchos recuerdos que guarden nuestras retinas, el toreo en la Ciudad Condal dejó de existir, y nuestro espacio temporal no volverá a coincidir con el del rito al toro.
Siento pena a medias, la verdad, ni mi afición luce luto, ni perdería el tiempo en dar el pésame al aficionado catalán -especie en extinción y que pocos han visto en primero persona-. Principal culpable, junto a taurinos y otras ratas de alcantarilla, de la debacle taurina en Qatarlunya. Lloran como nenazas lo que, en vida, no han sabido defender como hombres. La llibertat también hay que trabajársela. Dejando el fenómeno JT aparte, no han llenado la Monumental en una sóla ocasión, y cuando han dicho de ir a los toros han demostrado no haber aprendido nada en todo este tiempo: al toreo, que es grandeza, lo han puesto a mendigar, con indultos de medio pelo, triunfos de chicha y nabo, alborotos ridículos, más propios de internado de señoritas que de locos enfervorizados con y por el Toro, que han ido convirtiendo una liturgia seria, ancestral y centenaria en una comedia para echar el rato. Se lo han ganado a pulso. ¿Pasaría eso en Andalucía, por muy malos malísimos políticos que aquí tuviésemos -que también los tenemos-? ¿Navarra, Euskadi o Valencia, que también sufren el azote de nazionalismos, caerían sin ser defendidos? La respuesta es obvia: eso no pasaría nunca. En Sevilla antes ardería la Giralda, y el Giraldilllo se haría perroflauta indignado; Valencia sería una falla tan grande que se pensaría que es cosa de Nerón; y en Bilbao, con Anselmi y compañía harían alimento compuesto vegetal para las mojarras del Nervión.
Sólo espero que lo que ha pasado con Catalunya sea el inicio de la rebelión callada del toreo. Que los públicos pidan el Toro, exijan su lidia y empujen a los que se ponen delante a actuar con ética; que las figuras no huyan de ese Toro, ni de esos públicos; y que la crítica actúe con honestidad, que cada tarde, desde el cero, pongan en la balanza el valor y oficio de unos, y la bravura y trapío de otros. Y que lo cuenten, que expliquen el toreo, que lleguen dónde el resto de la sociedad, más analfataurina que nunca, jamás podrá llegar por sí sola.
Y si todo sigue igual, si ni con éstas el mundo del toro recupera la honestidad, doy por justa y merecida la abolición de la tauromaquia. Y luego no vale llorar.
Bien, Antonio. Ahí le han dado. La realidad y la verdad no deben llevar caminos paralelos. Veo, que no soy un rara habis.
ResponderEliminarBuena entrada, Antonio. Aunque me consta que hay buenos aficionados en Catalunya que se han partido el pecho por la fiesta. Pocos, sí, pero haberlos haylos.
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