Emilio Méndez |
Uno de los tópicos taurinos por excelencia reza que no hay nada más transparente que un traje de luces. Y bien cierto que es, ayer lo pudimos comprobar de primera mano con David Mora, que ha vuelto a darle a la palabra "importante" el cariz relevante que el July le ha robado en los últimos años, con la condescendencia de la RAE y la de los que mutilan la crítica taurina.
Ha demostrado, y no es la primera vez, tener valor para torear aquello que salga por toriles, y oficio para saber darle las distancias, comprender los terrenos y capacidad para adecuarle la velocidad y altura a los chismes de torear. Sin monerías ni cucamonas, respetando al rival -¡nunca colaborador!- cumpliendo con la parte más trivial y punzante del rito, la que obliga al matador a presentar en ofrenda sus femorales en cada pase, a rifar la vida, joven, rico y gallardo, durante los tres tercios de la tragedia.
Mora merece otro trato. Como Fandiño. Como Sergio Aguilar. Como Urdiales. Como tantos otros que huyen como la peste del toreo apócrifo, el de olés enlatados y musas encoñadas con torerillos cobardes. Tardes como la de David Mora con los cebaditas engrandencen el Toreo, o por lo menos, frenan su súbito empequeñecimento. No hay cosa más bella que un Tío delante de un Toro.
Si acaso, un Toro delante de un Tío.
No hay ninguna duda unos toros con no muchos kilos pero con trapío y un toro y un torero dado le categoría al arte y el valor del toreo, aun que parezca exigente me hubiese gustado aun más si le baja la mano unos centímetros más, es decir peinando el albero con la muleta.
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