viernes, 3 de junio de 2011
Aviador
Entorno los ojos y todavía siento en el cogote, tibio y agrio como leche descompuesta, el bufido de Aviador, ese titán colorao, fruto de la tierra pródiga de Comeuñas y de la ciencia serena de los Cuadri, embestir con la misma fiereza de siete ganaderías de las "güenas" juntas. El hombre al que le tocó sobrevivir a la cólera del Toro sin cuento y a la penitencia de la casta, fue Alberto Aguilar, el matador de toros con cara aniñada y cojones asaltillados . Pídele a Dios que no te toque un toro bravo, dicen que dijo Belmonte. Aunque bravo, lo que se dice bravo, este no era, pero encastado, como pocos veremos este año. Se llevó tres puyazos duros y secos, los tomó con la misma cabalidad que sus dueños, sin una protesta, arreando serenamente, sin pegar un mal derrote, sin los descastados sonidos del mugido y el estribo, romaneando y como una bomba nuclear, desintegrando por los aires al acorazado de picar. No hubo cuarta vara porque cantó la gallina, aunque por su poder podría haber tomado un par de ellas más. A esas horas ya se sabía que el redondel tenía un sólo dueño, y que el triunfo del lidiador no era cuestión de número de despojos ni de puertas grandes, sino de no verle las orejas al Doctor García Padrós e irte al hotel por tu propio pié. Mal que bien, Aguilar lo consiguió, magullado y herido en el orgullo, pero triunfador. Porque la verdad de la Fiesta volvía a sus raíces, al riesgo vital, y no a ese contubernio vanguardista que consiste en alternar naturales con derechazos sin ningún porqué. Mis respetos para Aguilar, que salió de forma honrosa de la cita con el Toro.
Y que podrá contarle algún día a sus nietos, de viva voz, la historia de este Aviador.
Las fotos están sacadas del blog Entre Musas y Arrebatos, ahí pueden ver otra galería de la tarde de los Cuadri.
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