sábado, 23 de abril de 2011

Un galés en los toros


  



Este galés de setenta años fue Ministro de Asuntos Exteriores británico para Europa y América Latina, con Margaret Thatcher y John Major. Al dejar la política, ha presidido la Fundación Euramérica. Como importante ejecutivo, reparte ahora su tiempo entre Londres y Madrid. Casado con una española, Catalina Garrigues, pasa sus vacaciones en su casa de Candeleda (Ávila). Aficionado desde chico a los toros, ha publicado artículos —alguno, en ABC— en defensa de la Fiesta. Charlo de esto con él, en su despacho madrileño.



—¿Cuándo y cómo nació su afición?
—Viví en Madrid desde los siete años hasta los treinta. Desde niño sentí curiosidad por ese mundo. Con nueve años, me iba yo solito a la Plaza. Iba vestido entonces de colegial inglés, con chaqueta y gorrita.

—¿Por qué esa vestimenta?
—Por instinto, sentía que ir a la Plaza no es lo mismo que ir al fútbol o a divertirse: hay que tomarlo muy en serio.

—¿Siguió yendo luego a las Plazas?
—Mientras viví en España, desde luego.

—¿Qué diestros de entonces recuerda haber admirado?
—Todos los grandes: Ordóñez, Luis Miguel, Pepe Luis y Manolo Vázquez, Paco Camino, Gregorio Sánchez...

—Son pocos, en Inglaterra, los que entienden esta Fiesta.
—Todo comienza por el lenguaje: la Tauromaquia no es un deporte ni una lucha («fight»), aunque la llamen «bullfight». Si fuera así, tendría que ser justa. La incomprensión es total. Desde niños, nos habitúan a enternecernos con el conejito Peter o el toro Ferdinand.

—Usted ha denunciado que esta condena de la Fiesta nace de un absurdo antropomorfismo.
—Ésa es la raíz. Quede claro que yo estoy totalmente en contra del maltrato a los animales y a las plantas; de hecho, pertenezco a una sociedad protectora de las aves. Pero ha de quedar clarísimo que un animal NO es un ser humano. Si le hago algo malo, incurro en maltrato. Pero si lo hago con un niño, ya es un crimen. No advertir esto conduce a excesos ridículos, que aparecen todos los días en los periódicos ingleses.

—Cuénteme alguno.
—Una señora, en Miami, ha dejado en herencia varios millones de libras a su chihuahua, Conchita, que posee ya un collar de diamantes de Cartier y a la que llevan a su spa favorito.

—Algunos políticos ingleses opinan algo parecido.
—Polemicé una vez con un diputado cuando dijo que, si tuviera que elegir, salvaría antes la vida de su gatito que la de un niño desconocido en el Sudán...

—Insiste, con razón, en que todo esto nace también de la actitud sajona de ocultar la realidad y hasta la palabra muerte, de maquillarla, como en «Los seres queridos», de Evelyn Waugh.
—Dos miembros de Monty Python crearon un célebre sketch, «El loro muerto». Para no utilizar esa palabra, recurrían a toda clase de rodeos: «Se ha caído de la rama», «se ha incorporado al coro celestial», «es un ex loro»... Algo ridículo, para evitar la palabra «muerte».

—Ha sido corresponsal taurino («Taurine correspondent») en «The Spectator» y le gustaba entregar esa tarjeta de visita. ¿De qué escribía allí?
—De cómo va la temporada; de la fascinación de las corridas...

—¿Cuál es el sentido de esa Fiesta?
—Nos da una lección fundamental: todos caminamos hacia la muerte y debemos afrontarla con dignidad, como los toreros. Los animales también mueren pero la grandeza de los seres humanos es que lo sabemos.

—¿Forma parte de nuestra cultura?
—¡Sin duda! Es una de las grandes manifestaciones de la cultura hispánica. Además, creo que refleja, y a veces anticipa, las corrientes culturales del mundo. Belmonte significa una revolución estética semejante a la que hacen, a la vez, Picasso, Joyce o Kandinsky.

—¿Cree que los aficionados a la Fiesta la defienden adecuadamente?
—Me parece que deberían estar más orgullosos de ella, no parecer a la defensiva... Y lo mismo diría de la lengua española, de la visión del mundo hispánico.

—¿Qué opina de la prohibición en Cataluña?
—Es un montaje político, movido en gran parte por separatistas, para negar la españolidad.

—¿Ha leído usted libros de toros?
—¡Por supuesto! Mi mujer era sobrina de Antonio Díaz-Cañabate: lo he leído a él, a Gregorio Corrochano, a García Lorca, a Bergamín, a Alberti... Hemingway, en cambio, nunca entendió la Fiesta: la veía como una demostración de machismo.

—Usted ama otros aspectos de la cultura española: la pintura, el flamenco...
—¡Sin duda! Me encantan Manolo Caracol y Juan Valderrama: sobre él escribió Antonio Burgos un libro fantástico.

—¿Sigue la actualidad taurina?
—Sí, dentro de lo que mi tiempo y mis viajes me permiten. 

—¿Qué toreros actuales destacaría?
—Me gustan mucho El Juli y José Tomás: siendo figuras «triple A» de la celebridad, lo llevan de un modo muy distinto a como lo hacen los Beckham o Angelina Jolie...

—Por su afición a los toros, le habrán llamado alguna vez salvaje.
—¡Muchas veces! Pero ser «salvaje» al lado de Picasso, García Lorca u Ortega y Gasset no está mal...

—Usted defiende mucho la cultura de la hispanidad.
—¡No es bueno un mundo en que todos hablen inglés, un mundo homogeneizado por el peso aplastante de la cultura norteamericana! Los toros y la cultura hispánica tienen mucho que enseñar al mundo.

—¿También a los ingleses?
—En mi país deberíamos legalizar la Fiesta y hacer obligatoria la asistencia a ella de los miembros de las sociedades protectoras de animales...

—No le molesta provocar. ¿Cuál fue la última corrida a la que asistió?
—En Madrid, con ingleses. Nos invitó mi buena amiga Esperanza Aguirre.

—¿Le apetece venir conmigo a alguna corrida de San Isidro?
—Si puedo, estaré encantado.

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