Foto: Arjona |
Plaza de Toros de la Maestranza. Feria de Abril. Primera de ciclo. Media entrada. Toros del Conde de la Maza para Luis Vilches, Iván Fandiño y Oliva Soto.
Esto del Conde de la Maza no ha sacado la fiereza, dureza de patas, genio, complicaciones, ni bravura que esperaba el aficionado, que tenía en mente la vibrante corrida embarcada el año pasado desde los Arenales. Toros guapos como ellos solos, vareados, musculados, astifinos hasta decir basta, con pinta de toro antiguo, mirada viva, variada de pelos y pocas ganas de embestir, que todo hay que decirlo. La corrida se ha maltratado en el caballo, y no precisamente por la sanguinolencia de la suerte, sino por la cantidad ingente de puyazos traseros y paletilleros, que naturalmente no han servido de medicina para limar las asperezas del toro. Al primero, que derrotaba por arriba y ha sido quizás, el condeso con más poderío, se le ha picado en el lomo, nada de delanterito para que bajase los humos y la chimenea, perjurio que proclama, además de un comportamiento indecoroso del profesional del castoreño, su nula entidad como aficionado. En los demás toros, parecido, cada tercio caballista, con sus trampas y marrullerías, ora tapo la salida, carioca incluida; ora me paso lo de los terrenos y las rayas por la mismísima orla del castoreño. Esto de picar los toros cada día se parece más al arte del rejoneo, pero a lo basto. No se conserva un mínimo de orden ni un atisbo de inteligencia y oficio por parte de los picadores. Sus matadores tampoco gozan de mando. Con unos timoratos "¡vale, vale!" desde la boca de riego, intentan frenar de su taurosis al jinete del barreno, que en su empeño contra lo negro, marchita la vida del toro y, de paso, los contratos de su matador. Todo se resume en un encontronazo entre el penco y el apencado, en un barriobajero "aqui te pillo, aquí te mato". La lidia no fue mucho mejor, dejando aparte la torería andante de Curro Trillo, el redondel mentiroso del Baratillo se convirtió a ratos en una capea marbellí. Aún así, estos matices a la tarde no pueden servir de excusa. Demasiado toro noblón, flojo y descastado, como si esta fuese una cualquiera de las ganaderías del campo bravo.
Cuando un torero tiene buenas maneras hay que cantárselas, y Vilches de ellas va bien servido. Que esas buenas maneras no cuajan en faenas rotundas, pues también, que aquí nadie dijo que torear sea fácil. Al contrario, uno disfruta y sufre con su espinosa dificultad para ponerse delante, viéndolo enfrontilarse empapado en sudores glaciales, subastando las femorales en cada muletazo con el corbatín y la mandíbula desencajada e intentando, a veces -muchas- sin éxito, traerse traerse al toro dominado. Y eso hizo con el primero, con muchos enganchones y poco sometimiento. Sin duda, merced al antitaurino tercio de varas al que había sido condenado el primero del conde. Mató de pena. Con el cuarto, que no tenía la violencia ni la fuerza del otro, toreó limpiamente, con más pulcritud, pero la exagerada nobleza del bicho hizo que aquello no tuviera fuste ninguno. Muy templado toda la tarde de capa.
Iván Fandiño se llevó el peor lote de la tarde, con un segundo que era una prenda, con el que estuvo dispuesto y porfión, aunque un poco "primo". Le faltaron a la faena doblones por bajo, macheteos y muletazos de castigo, que ese cabrón se vaya al limbo de los bravos con la certeza de que es un perdedor, que ahí ha habido un tío dispuesto que se lo ha llevado por delante. Con el quinto, el más lisiado del encierro, nada pudo hacer.
Y Oliva Soto se llevó el premio, ese 23 que era guapo como él sólo, y que fue protestado en los primeros tercios por su falta de fuerzas. La presidenta, Anabel Moreno, lo mantuvo en el ruedo, con buen criterio, y el gitanito de Camas hizo una faena muy corta, para nada intensa, y muy preciosista. Toreo moderno y aquilatado. Ese 23 se mereció más. Al natural dejó dos tandas muy largas, que no profundas, muñequeando y templando, pero echando siempre al toro para afuera, nunca llevándoselo detrás. Con eso se conformó y ahí que fue a matar, sin convencimiento ni ambición. Pinchó varias veces y perdió una oreja. Incomprensiblemente no pareció importunarle demasiado. Con el sexto, que medio se dejó, con una nobleza semioviente impropia de la casa, dejó detalles de pinturería y buenos modales que no sirvieron para resucitar del aburrimiento ni al más radical de sus partidarios.
Antonio:
ResponderEliminarYa lo has dicho todo; si se pica mal y no se usa la muleta como arma doblegadora, estos te comen hasta la peineta. No se puede pretender estar bonito con estos toros, pero aquello de machetear ya pasó a la historia.
Un saludo