Foto: Ignacio Tena / Prime Time |
Plaza de toros de Valencia. Cuarta de Fallas. Un tercio largo de plaza. Toros de Alcurrucén para Miguel Abellán, Juan Bautista y Leandro.
Buena corrida, bien criada, con el trapío necesario para una plaza de primera categoría, si bien he echado en falta más igualdad en la edad, en la tablilla se ha anunciado desde el cinqueño largo hasta el cuatreño imberbe; también en las hechuras, con un segundo altiricón, montado y anovillado y un sexto que es un Toro de Madrid. Abantos de salida, cobardes en el caballo, ninguno empujó de verdad y complicados para la lidia, sobre todo en banderillas. El quinto, boyante y noblón en el último tercio, acusando sosería, se fue sin torear. Sexto más encastado, sin ser un guerrero espartano, tuvo interés. La nota más negativa es que todos terminaron viniendo a menos.
Abellán topó con la ventolina y la desconfianza en su primero. Más preocupado de torear la muleta que de dominar el toro. No pudo salir de la segunda raya y fue su perdición. El mansito, que tenía poder, arreaba de lo lindo, desarmando en más de una ocasión al torero madrileño, haciéndole perder pasos, dar trapazos y defenderse más de lo aconsejable. En las postrimerías de la faena, con el toro más acabado y el viento calmado, le endiqueló dos series de naturales más que correctos. En los medios tuvo que ser. Le faltó tirar la moneda. Con el cuarto, quizás el más áspero de la corrida, bicho caderero que en cada muletazo se quedaba en la cintura, que iba y venía con la cabeza suelta, no pudo más que justificarse y mostrar ganas de agradar. Con los aceros, mal.
Acudir al tendido a ver a Juan Bautista es jugar a la loto. Lo mismo te puede tocar el gordo, y ver torear con ortodoxia, o no acercarte ni al número del reintegro. Como hoy, en el que el francés ha sacado lo peor de su artillería: el desinterés por ser alguien en esto, las tandas kilométricas de muletazos sin decir nada y el desconocimiento más absoluto de lo que significa anunciarse en una feria de postín.
A Leandro hay que agradecerle que se dejara venir, hasta en tres ocasiones, al pavo de Alcurrucén al galope, dándole distancia y sitio, protagonizando los momentos más emotivos de la tarde. Templado con la derecha, sin demasiadas apreturas y poco mando, pues esperaba al toro con la muleta siempre retrasada, dejó pinturería, pases bellos y remates barrocos. Toreo bueno a medias, le faltó ganar el paso que sólo pueden dar los elegidos y que fue el que faltó para que la plaza se convirtiera en el manicomio de la calle Játiva. En la segunda mitad de faena, -¡tanto duran ya que tienen mitades, como el fútbol!- con el toro venido un poco a menos, el torero vallisoletano le puso más alma, se ajustó un poco con el burel e hizo adquirir mayor relieve a su faena. Manoletinas ajustadas para rematar más una estocada trasera y tendida, con uso del verduguillo, le hicieron pescar una oreja que debería valerle para abrirse paso. Antes sorteó un animal que se dejó sin más, con el que no pudo pasar de dejar latentes sus buenas maneras, la elegancia y la inoperancia para hacer bien el trabajo por el que cotiza en el fisco: matar toros.
Antonio:
ResponderEliminarMenos mal que alguien me cuenta la corrida y no se me enreda en las flores, los aromas y el empaque. Y además me dice cómo fue el ganado.
un saludo