sábado, 9 de octubre de 2010
Tolerancia cero
Esto es una pena. Una tristeza que te cala los huesos. Una afición que te cuesta un ojo y parte del otro, que no te da más que reuma, abatimiento y migrañas. Y todavía vamos diciendo por ahí, con galantería y orgullo, que somos aficionados a toros, como si eso fuera algo. Como si quedaran Toros. Como si quedaran hombres que entendieran lo que es un Toro.
Tardes como esta, o la de ayer, o la de tantos días, no tienen justificación ninguna. Es una masacre en toda regla. Sí, es una tortura hacia un animal indefenso, que no quiere ni puede luchar. Tortura y barbarie. El toro cada día puede menos, se le niegan las ventajas y se le acotan sus facultades. Por contra, el hombre, se parapeta en más trampas, utiliza armas ilegítimas y extermina las señas de identidad del toro bravo. Es una lucha desigual. De rompetechos contra renacuajos. Una lucha de bárbaros. De troleros disfrazados de bárbaro y oro.
Siniestros que se siguen poniendo el chispeante por el simple hecho de que se lo permitimos. Con lo cual, pasamos a ser cómplices y verdugos. Hay que dar la espalda a esta Fiesta, no se puede tolerar el fraude y el sadismo. Tolerancia cero. Aficionado, a las almohadillas, las broncas y al activismo desde el tendido. Una de las máximas más repetidas por el taurinismo, y que ha calado hasta en los aficionados más cabales, es esa que dice que el toro es el eje de la Fiesta. Mentira. El motor que propulsa la tauromaquia es el aficionado. Con plazas vacías, por muchos Bravíos y Dianos que salieran, no habría tíos que quisieran torear, ganaderos con ganas de criar toros, ni empresarios si no hay empresa que gobernar. Quizás sea hora apostar doble o nada, de dejar de apoyar esta bazofia, de no ir a la plaza cuando la sospecha del fraude sea palpable. Cada uno de los céntimos con los que pagamos la entrada es un céntimo destinado a subvencionar ladrones. Cada céntimo que va a parar a la caja de uno de estos taurinos, es otro céntimo de esos con los que Anselmi se paga los trajes.
Los toros de Montalvo de esta tarde daban mucha lástima, algunos grima, miedo, pero no por la emoción, sino por la cara de phantasmas que tenían, de moribundos en el mundo de los vivos. Bichos que se lesionan con sólo andar; que se ahogan con un par de trotes; que se asustan de un trapo que pesa cien veces menos que ellos; bestias que se despeñan por el desnivel de quince centímetros de la arena lisa de un ruedo.
Los toreros tampoco se libran. Nunca piensan en el toro sino es para hurtarles las orejas. Ni en que el toreo es cosa de dos, en dónde si falla uno, lo mejor es dejarlo para otro día. No existe una ética del torero. Ni amor por el Toro. Porque una cosa es querer agradar, o justificarse, como se dice ahora, y otra ponerse bonito con toros que cojean; querer sacar tajada artística de bestias que caminan como momias; martirizarlos a base de faenas de largo minutaje cuando piden la muerte con urgencia; levantarlos una y otra vez para volver a fustigarlos con la muleta, que nos está viendo toda España y necesito contratitos para el año que viene; o matarlos con desidia, alargándoles la agonía, entrando y pinchando las veces que sea necesario, que como no hay oreja, la cabalidad no es imprescindible y prisas no hay.
Mención aparte merece Agustín Sanz, picador de la cuadrilla de Leandro, que picó el quinto de la tarde de manera cruel, cobarde y perversa. Vale que se cayó, o se desmayó -como dicen ahora de todos los artistas que se visten de oro-, del caballo a la primera, cosa que le puede pasar a cualquiera. Lo que no es de recibo es volver a subirte al rocín, coger la munición y hacer pagar con saña por todos tus complejos a un bicho lastimero cuyo única culpabilidad era la de caer en manos de alguien sin escrúpulos que lleva una chaquetilla que no le pertenece.
Con el torero, tolerancia cero.
Antonio, desde el 28 de Agosto, donde me engañaron por quinta vez este año, no voy a los toros. Es más, renuncié a dos entradas en la feria de otoño de Madrid; desde ya, me uno a tu crítica reflexión y pido a los aficionados una manifestación a favor del toreo y en contra de todas las granujerias a las que nos tienen acostumbrados los taurinos.
ResponderEliminarYo creo, Antonio, que los aficionados -al menos los aficionados que entendemos la Fiesta de una determinada manera- hace tiempo que no vamos a la plaza; no al menos de manera frecuente. En mi caso, consciente de la pertinaz estafa, hace años que dejé mi abono en Donosti. Únicamente, como creo que hacemos muchos, selecciono por distintos lugares media docena de carteles para mí interesantes y mantengo contacto con el decadente espectáculo al que todavía me siento adscrito. De todas formas esto no es nuevo. Desde que allá por la década de los ochenta, cuando empecé a sentar con frecuencia las posaderas por diferentes tendidos de Iberia, siempre he pensado, y notado, que el espectáculo no lo sujetamos los aficionados sino la masa borrega que lo mismo va a insultar a un árbitro que a hacer una barbacoa en la sierra. En fin. La Fiesta, sumida más que nunca en la economía de mercado, toca a su fin y no nos queda más remedio que ser inmerecidos testigos de su desaparición.
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