jueves, 11 de febrero de 2010

Tortilla de Patatas sin huevos ni patatas


Las cartillas de racionamiento, vigentes hasta 1952, eran de tres clases dependiendo del poder adquisitivo. Aunque su contenido podía variar, con estas cartillas se tenía derecho a 125 gramos de carne, 1/4 litro de aceite, 250 gramos de pan negro, 100 gramos de arroz, 100 gramos de lentejas o garbanzos, un trozo de jabón y un huevo. Lógicamente la cantidad de comida era insuficiente y la gente tenía que buscarse la vida. Los gatos se degustaban por liebres (”dar gato por liebre”), patatas a lo pobre, patatas al Avión (patatas hervidas con laurel y un toque de colorante marca “el Avión”), leche aguada, guisos de castañas y bellotas, achicoria por café… Pero el más curioso de todos: “tortilla de patatas sin patatas ni huevos”





La parte blanca de las naranjas situada entre la cáscara y los gajos (no sé cómo se llama) se apartaba y se ponía en remojo a modo de patatas cortadas. Los huevos eran sustituidos por una mezcla formada por cuatro cucharadas de harina, diez de agua, una de bicarbonato, pimienta molida, aceite, sal y colorante para darle el tono de la yema.









Los abonos, casi tan antiguos como la misma tauromaquia, suelen ser de varias clases, según el poder adquisitivo del aficionado. El sol y la sombra se encargan de dividir la horizontalidad de la plaza en dos (a veces tres) partes bien definidas. Barrera, contrabarrera , tendido, grada o andanada son regiones que quiebran la derechura del coso alejando o acercando al espectador de los protagonistas. Aunque el núcleo de la obra sea el mismo, la percepción del contenido puede cambiar dependiendo del sector de la plaza donde se esté ubicado. Así, en multitud de ocasiones, en donde los que comparten sol y moscas ven a un toro bonito y un torero artista, los que llenan la sombra sólo ven un fraude mayúsculo con un impostor de por medio. Para ver las veces que todo el mundo está de acuerdo, habría que tirar de hemeroteca.



La falta de casta y bravura por la que atraviesan desde hace varios lustros la mayor parte de nuestras ganaderías hace que el toreo se haya convertido en algo así como la tortilla de patatas sin huevos ni patatas. La pobreza de emoción y bravura la suplen esos cocineros que se visten de luces con artimañas, posturas y modas. Así, ante la falta de acometividad, la fragilidad y la sumisión del animal, al matador le llegan los triunfos con faenas kilométricas repletas de Chicuelinas, Gaoneras, Manoletinas, Bernardinas o Estatuarios, ahora ya también Luquesinas y Lopesinas; saltos, cabriolas y regates balompédicos para los banderilleros; los picadores, la mayoría sordos, barrenan con ahínco paletillas mientras intentan descifrar si el jefe les grita ¡vale! o ¡dale !; los presidentes regalan más que los Reyes Magos; los veterinarios aprueban cualquier cosa que tenga cuernos, sea negro y diga ¡muuuú! y los aficionados a los toros somos los únicos a los que se les puede extorsionar y estafar una y mil veces, a sabiendas de que volveremos a repetir como buenos parroquianos sin rechistar y dando por bueno y normal el timo.


El resultado por fuera es el mismo, espectáculo de más de dos horas, seis veces mínimo se abren los chiqueros, baile de pañuelos, decenas de muletazos, unos cuantos espadazos, palmas, pitos, silencios, tres cuadrillas y tres toreros, un paseíllo... Pero en el interior el sabor no es el mismo de antaño, faltan ingredientes y hay demasiado aliño.




Fuentes: Los años del miedo, Juan Eslava Galán.
Blog Historias de la Historia

3 comentarios:

  1. Sr Antoño Diaz:¡Que texto sabroso!¡Que humor saludable!
    Con su permiso, puedo yo intentar traducirlo y publicarlo en mi blog "PURAFICION"?
    Esperando su autorizacion.
    Un saludo de Pedrito

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  2. Pedrito puede usted utilizar cualquier cosa que desee de este blog. Todo suyo.

    Saludos

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  3. mision cumplida.
    Muchisimas gracias de Pedrito
    http://puraficion.blogspot.com

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