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jueves, 12 de abril de 2012

Consumidores de toros (Antonio Burgos)





**Antonio Burgos
Revista Época
1994


Dicen los viejos aficionados que algunos toros llevan en los lomos cortijos. Cuando algún diestro inexperto no ve uno de esos toros y se va con las orejas al desolladero, comentan: "Menudo cortijo se ha dejado ir ese muchacho..." Por aquello de las cornadas y el hambre, la fiesta de los toros está siempre entre el cortijo y los albañiles, noble gremio el de la construcción de donde procedían los toreros antes de que fueran hijos de papá Litri, de papá Aparicio, de papá Camino , de papá Paquirri, de papá Pepe Luis, de presunto papá Cordobés. Y gremio al cual siguen mandando a los mantas: "a los albañiles..." (Si los políticos que no valen los mandáramos a los albañiles como a los toreros fracasados, no sé yo como se iban a poner los índices e paro en la construcción).

Lo que no dicen los viejos aficionados es que sea el toro bueno o malo, se le corten las orejas o no se las corte, casi todos los que salen por los chiqueros llevan un cortijo en el lomo... que cobra no precisamente quien, con arte, arriesga su vida allí abajo en el albero, sino los que están por la parte de fuera del mundo de la fiesta. No me sé (creo que ni se han publicado) las últimas cifras, pero hace tres años se decía que el mundo de los toros movía en España más de 50.000 millones de pesetas al año. Esa cifra del volumen del negocio taurino ha tenido que estar esta temporada lo que se dice con lleno hasta la bandera. Durante la temporada de 1993 se celebraron en España y Francia 1604 festejos taurinos, entre corridas de toros, novilladas y espectáculos de rejoneo, que yo no sé si quizá se llaman así "espectáculos de rejoneo", por los espectáculos que da en la plaza Fermín Bohórquez haciéndoles cortes de mangas a los presidentes que le niegan la oreja a su hijo Fermincito. De ese chaparrón de corridas, récord histórico, se han televisado por las diversas cadenas 158, que han sido tres veces más que las retransmitidas en 1992. Y ahí es donde voy, que tiene que haber dinero a espuertas, y en las muchas veces turbias circunstancias de la fiesta. Que hay cientos de películas de los bajos fondos mafiosos que dominan el mundo del boxeo, pero a muchos de esos ambientes los echaba yo a pelar con las puñaladas traperas que hay en el mundo del toro, que no tienen algunos señores nada que envidiarle a los apañadores de tongos pugilísticos y a los que explotan a los boxeadores hasta que caen sonados. 

No cabíamos en el ruedo nacional y parieron las cadenas de televisión sus ansias de competir a base de retransmitir corridas de toros, como sea, donde sean, de la última feria de pueblo, con ganado de cualquier manera, y la que te rondaré morena ahora que está en marcha la temporada de la América taurina. (Aspecto éste de la América taurina que sí que se les fue vivo y que devolvieron al corral a todos los que se hicieron de oro, como un Pipo cualquiera, con la organización de los programas culturales del V Centenario y fastos nefastos conexos).

Lo que le faltaba al no siempre cristalino mundo económico de la fiesta eran los dineros de la televisión. Diestro hay que dobla sus honorarios con los que recibe de las cadenas por los derechos de imagen, y un ganadero cobra ya porque su toro salga en la televisión mucho más que porque salga por los chiqueros. Si por un toro, un poner, cobra setescientas mil pesetas, la televisión le da encima un millón y medio. Llegará el día en que no haya quien quiera torear o lidiar toros como no sea con televisión de por medio, con el dinero encima de la mesa, y mucho me temo que hasta el maestro Tejera empiece a pedir derechos de imagen, porque cuando su banda toca "Nerva" está poniendo la banda sonora de balde en un mundo donde a este paso, hasta el puntillero va a querer cobrar derechos porque el maestro Matías Prats diga su nombre, por supuesto que con el segundo apellido, el número del carné de identidad y el de cotización social taurina.

Moviéndose este dinero en el mundo del toro y siendo tan representativo de España (o quizá por eso), me sorprende que no hay la menor protección a los consumidores, que somos los aficionados que pagando nuestra entradita, mantenemos este imperio que es el Wall Street de los señores Balañá, Chopera, Canorea y Lozano. Va siendo hora de que los aficionados exijamos nuestros derechos. Si cuando se televisa una corrida cobra todo el que actúa, ¿por qué no cobramos también los espectadores, que actuamos con nuestras palmas, con nuestros pañuelos pidiendo orejas, con nuestros óles y con nuestros pitos y muestras de desagrado? Lógicamente, la entrada de una corrida televisada debería costar bastante menos, por esta cuota de pantalla que el empresario nos debe. ¿No cobra el público con que llenan los platós de televisión? Algunos pedimos lo mismo. Yo, como abonado a la plaza de Sevilla, exijo que me paguen mi parte correspondiente a esa sinfonía que interpretábamos hasta ahora pagando y que se llama "los silencios de la Maestranza". Si las televisiones pagan hasta los petardos que pegan algunos por las plazas de los pueblos, ¿por qué no vamos a cobrar los silencios del arte?


**Está claro que los tiempos han cambiado, las cifras se tambalean, la burbuja explotó y que por lo general, toros y toreros no han podido mantener su caché -qué cojones, ni el agricultor, ni el carpintero, ni las cajeras del Caprabo-, pero el espíritu del artículo sigue siendo el mismo: mientras los estamentos profesionales se pelean como gatas en celo, al aficionado, que le den morcilla.









miércoles, 13 de octubre de 2010

De Pepín Martín Vázquez a Morante


 



Hace unos días, nos enterábamos a través de Toro, torero y afición, de que Pepín Martín Vázquez está chunguillo, y parece que entre medallas, homenajes y reuniones ahora nadie se acuerda de él. 

Dejo un bello artículo publicado en ABC hace unos años por Antonio Burgos sobre uno de los mejores toreros sevillanos que ha habido.


Que se recupere pronto, Maestro.




Antonio Burgos
ABC 9 Mayo 2005




Si los micrófonos, como las azucenas de Gerardo Diego, tienen camisa, Juan Ramón Romero se la rompía de emoción ante el arte de Morante de la Puebla, en la tarde del Carrusel Taurino de Canal Sur Radio. Sonaba Jerez en esas palmas por bulerías que sólo Jerez sabe tocar así. Un torero según Sevilla por fin había cuajado un toro: «Comilón», de Juan Pedro Domecq. Se lo había brindado a Rafael de Paula, le había hecho perfecciones, le había cortado las dos orejas y el rabo, al toro le daban la vuelta al ruedo y Juan Ramón se rompía la camisa del micrófono, como Jerez se rompía las manos en sus palmas a compás.

Hace mucho que muchos esperaban ese momento, que ojalá se repita, y pronto, en la plaza del Arenal. El toreo de Sevilla, hoy por hoy, es como el Vaticano tras la muerte de Juan Pablo II: sede vacante. La fumata blanca de Jerez tiene que llegar a Sevilla. El toreo según Sevilla es una cadena. Una cadena tan rota como las que partió Bonifaz para ganar Sevilla a los moros. José Gómez «Gallito» al margen, esa cadena viene de Belmonte, pasa por Chicuelo, sigue en Pepe Luis, continúa en Curro. Siempre hay un pontífice máximo en la sede hispalense del toreo. Cuando se fue Belmonte vino Chicuelo. Cuando se fue Chicuelo vino Pepe Luis. Cuando se fue Pepe Luis vino Curro. Cuando se fue Curro no vino nadie, más que esa fumata blanca de las palmas jerezanas echando humo.

Pero hay en esa cadena, ay, eslabones rotos. Los eslabones del olvido. Nadie se acuerda de Manolo González, que era el barrio de la Trinidad toreando con los pies juntos, como para darle una levantá a pulso con el capote a su Virgen de la Esperanza de la calle Sol. Y nadie, ay, nadie se acuerda de Pepín Martín Vázquez, el de la Resolana, felizmente vivo y entre nosotros. Con tantas biografías que se editan, Pepín Martín Vázquez, torerazo de Sevilla, eslabón perdido entre Pepe Luis y Curro Romero, no tiene quien le escriba. Fue en los años 40 el gran torero popular de Sevilla, en fama y en arte. Hasta hizo de «Currito de la Cruz» en la versión cinematográfica que Luis Lucia rodó en 1948 con la novela del también injustamente olvidado Pérez Lugín, el de la inacabada «La Virgen del Rocío ya entró en Triana», que terminó José Andrés Vázquez.

Curro Romero es torero gracias al Pepín Martín Vázquez que vio de chaval en esa película, cuando la echaron en el cine de verano de Camas. Curro quiso ser como Currito. Y fue como Pepín: torero de Sevilla. Qué torero y qué época del toreo. La época en que mandan Manolete y Arruza, Pepe Luis y Bienvenida. Miren el cartel de la alternativa de Pepín, 1944, Barcelona: se la da Domingo Ortega y son testigos Pepe Luis y Arruza. Aquellas temporadas, del 44 al 47, aquellas Beneficencias, fueron la etapa dorada de Pepín Martín Vázquez. Hasta que en el fatídico agosto de 1947, diez días antes de la explosión de Cádiz, veinte días antes de lo de Linares, un toro de Concha y Sierra le pegó el cornalón gordo de Valdepeñas. Actúa aquella tarde con un Manolete que no sabe que quizá ya hayan embarcado a «Islero» en Zahariche. Ahí empieza el declive del gran torero de Sevilla, artista muy castigado por los toros como todo el que torea con la femoral, que se retira finalmente en 1953 en Caracas y que desde entonces vive alejado del mundanal ruido de la fiesta y de los papeles, sin exégetas ni partidarios.

Cómo será la crueldad de Sevilla con sus hijos, que a muchos les tendré que dar un dato para que identifiquen a Pepín: es el hermano de Rafael Martín Vázquez, aquel sevillano clásico y elegante que iba por la calle Tetuán vestido de inglés, con su sombrerito de cortas alas y sus andares inconfundiblemente toreros. ¿Lo reconocen ahora? Pues más elegante y más planta de torero todavía debe de seguir teniendo el otro niño torero del señor Curro Vázquez, Pepín, a quien rindo el homenaje de la memoria en esta Sevilla que devora a sus hijos hincándoles el colmillo retorcido del olvido.