viernes, 8 de junio de 2012

El Oro de la Carpa

Juan Pelegrín





  Como me tengo por una persona que gusta ver de toros, sin complejos, pero con decencia, me perdí, con gran alegría, la Beneficencia 2012, que diría Gallardón. De igual modo he procedido con la gran mayoría de este San Isidro, que es una feria que tal y como está montada, interesa más bien poco, y justo es decir que no solo por la sopranesca empresa, que otear el desolador panorama de toreros y ganaderos aferrados a la gallina de los huevos de oro del arte ditirámbico y caersete los palos del sombrajo es todo un uno.  Profesionales, como se dice ahora, como si hablásemos de fontaneros o gigolós, que se han convertido en pájaros de mal agüero para este aficionado cansado.

Sí que ví, con una sonrisilla mouriñesca, que es como la mueca de la Gioconda, pero en plan Harry el Ejecutor, la salida a hombros de Alejandro Talavante, laureado entre chonis sicópatas y canis castizos, hechos a la madrileña, como los callos de Casa Paco, y que, junto al toreo hermafrodita de Manzanares, es el contrabando artístico que están colando los sevillís en la capital del reino a través del AVE. 

Sobre el Tala, que seguramente no pasaba tan mal rato en una plaza de toros desde que mataba los Adolfos, los mismos que le habían pedido dos orejitas, una por becerrote, saltaban y huroneaban, como una manada de leones jalándose a Bambi. Y uno no sabía si estaba viendo a un torero salir entre vítores por la Puerta Grande de las Ventas del Espíritu Santo o a una milicia de almonteños saltando la reja para sacar en procesión a la Blanca Paloma. 

Fervor, trapicheo, paroxismo artístico, farándula, un espectáculo repelente, casi tan bochornoso como el que se produce tarde sí y tarde también dentro de la plaza, ya su plaza, plaza de artistas, que no de valientes, plaza de abortos juampedreros, raramente ya de Toros, y plaza para turistas, claveleros y analfabetos taurinos, con fortuna también de unos pocos benditos a los que -por lo menos para la simplona masa de público que nos subvenciona la Fiesta- de nada les vale que su afición, cimentada en la plaza a base de isidradas y domingos caniculares, beba de las fuentes de Chenel, Bienvenida o Esplá, ni que hayan echado los dientes de leche en el Batán, viendo los toros de Escudero Calvo, Isaías y Tulio Vázquez o Concha y Sierra. Aficionados de casta y reata que por mor de las corrientes vanguardistas, tan monótonas y nazis -buscan una raza superior de cretinos que solo piensen de una forma, sin rechistar y pasando por taquilla-, empezaron siendo tratados de talibanes, ya van por reventadores y lo siguiente será montarles un Guantánamo en el tendido Siete.

Son los de la Carpa, que se han creído que son cultura, así, porque sí. Porque un día invitan a una coplista que va y lo dice, y al otro, un escritor al que un negro le escribe los libros va y lo dice, y al siguiente uno que, borracho, hace veinte años, disertó sobre el milenarismo en la Primera, va y lo dice, y al día que hace cuatro, una muchacha que presentaba el Waku Waku, va y lo dice... y así, una larga y postiza pasarella de tertulias sintéticas y artificiales que intentan aferrar el toreo a su última gota de vida mientras el viejo aficionado abandona las plazas, aburrido y hastiado de tanto cantamañas.

 La imagen que no dan los del Plus es la de esos canis, abandonando la Puerta de Madrid, por la calle de Alcalá para abajo, camino de uno de estos establecimientos donde se mercadea con el elemento químico número setenta y nueve de la tabla de elementos, vendiendo los jirones del Tala, que es el vil metal extraído de las minas culturales de la carpa, que es el oro de Moscú al que le escriben los revistosos y que el taurinismo olisquea como podencos en el coto. 

Oro que será nuestra ruina.









viernes, 1 de junio de 2012

Intoreables no, que me enamoro



Escolares intoreables e informales


Toreables y con educación para la ciudadanía


Aunque por esperado, no deja de sorprender que después de una Tarde de Toros -con mayúscula-, que sacaron sus virtudes y defectos, motivando el vertiginoso vaivén de esperanzas y sinsabores que fuerzan las seis apariciones de la casta por toriles, como fue la de Escolar ayer, salgan como setas revistosos que por seguir llenando el buche, compadrear con taurinos, continuar cebando su ego personal, por pura ignorancia o por asegurarse una invernada prolija en tentaderos de postín, mutilen, con la saña de un interrogador iraquí, el génesis de la Fiesta. Hablan de terror, miedo, de tíos que se ven obligados a presentar los arrestos que pocos hombres en el mundo tienen y del exceso de dificultad para dominar a una bestia -¡hasta hay uno que cuenta a su parroquia que la agresividad es un defecto del toro bravo!-. Y exponen esta lista, que es la que debe colmar en honores y chulería al matador de toros, como cáncer del toreo, como si la metástasis antitaurina que en nuestro tiempo asola el pueblo, se expandiese tan napoleónicamente por culpa de aquellas emociones infartantes que hicieron grandes a Joselito el Gallo, a Frascuelo o a Francisco Montes, Paquiro. Épocas en las que el toreo, a pesar de su crueldad y sanguinolencia, tan bellas y naturales, se afianzó en la piel de toro como la más gloriosa de sus tradiciones, rito pagano con el que español de a pie presumió vanagloriosamente, hinchando pecho como un pavo real, ante los ojos del resto del orbe.  

Un egregio elenco de plumillas que, desde el que trae su titular hecho de casa, de manera análoga a las faenitas precocinadas que firman sus figuras, con el ya famoso "fulanito de tal, al matadero", que es locución que empieza a competir seriamente en antitaurinismo con el "elimina lo anterior para comprar vacas y sementales de Juan Pedro Domecq"; pasando por el crítico que después de treinta años de profesión y unas cuantas miles de reseñas a la espalda, sigue escribiendo con total ignonimia, de toros ilidiables, intoreables e imposibles; hasta terminar por esos jovenzuelos, que ya echaron los dientes de leche aspirando a doctores en la cátedra del artisteo, que enlazan palabras sin ton ni son con no otro propósito que ser transgresores con lo clásico, intentando derribar los pilares de una liturgia centenaria, que si resiste los gañafones del modernete movimiento agrit pop cultureta, es por señores como don Jaime Guardiola o don José Escolar -por citar los dos últimos apedreados- y por una serie de aficionados, que sin ser mejores o peores que nadie, se afanan, como el can Cerbero, en custodiar unas formas condenadas a arder en el infierno.

Todos los forofismos son perjudiciales, vengan de donde vengan, más aún cuando fomentan ferozmente el segregacionismo tan radical -por los dos bandos-, que parte en dos la tauromaquia del nuevo siglo. Pero si llegados a este punto es menester postularse hacia algún extremo, que salga el sol por Antequera, que nos cierren el chiringuito de la tauromaquia o que nos expulsen a la Francia selvática, que más da, pero hasta las últimas consecuencias, alabando, respetando y loando la santimonia del toro fiero, listo, poderoso, con casta, edad y arrobas, que dicho sea de paso, es el verdaderamente toreable, ya que reune las características que hacen que haya algo que torear.





Foto: Julián López para Aplausos